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María Patricia intenta que el campamento al que fue obligada a mudarse se parezca a un hogar: con cortinas de tela separó su recámara de la cocina-comedor y del cuarto de herramientas. Arriba de un clóset, que ubicó en la esquina norte, acomodó imágenes de sus hijos y nietos y en los tubos que sostienen la lona colgó las fotografías de estudio de su casamiento.

A un lado de la mesa para cuatro personas puso un altar para la Virgen de Guadalupe con un cuadro, flores y un recuerdo de su yerno Rodolfo, quien después del sismo del 19 de septiembre se mudó con su familia a un pueblo para trabajar, pero murió atropellado.

“Estamos en la calle Rosalitas, aquí hay damnificados del sismo”, dice María Patricia de 48 años frente a la cámara, nerviosa. En esta avenida de la colonia La Planta en Iztapalapa, hay una hilera de casas de campaña chinas y otras más de madera, como la de María. Ella dice que son ocho familias las que viven en esos sitios alejados de la atención de las autoridades.

La mayoría de los damnificados tenían sus viviendas en Andador, una calle angosta en la que hoy se camina entre escombros de las cuatro casas derrumbadas después del temblor, una de ellas la de María. “Mi casa era de dos niveles, como de 78 metros cuadrados, teníamos ocho cuartos y ahora vivimos en unas carpas en calle Rosalitas”, cuenta.

Su esposo transporta mercancía y ella pasa el rato en el campamento. Afuera de las carpas hay un tinaco que rellenan una vez a la semana, entonces los vecinos llenan sus cubetas y las arrastran hacia los campamentos, aunque a veces lavan los trastes sobre la calle; para bañarse e ir al sanitario piden permiso a los vecinos o a amigos de la colonia. Eso es lo habitual y también que las motocicletas y automóviles choquen contra sus carpas.

Con el apoyo de renta consiguieron otro espacio y los menores de edad duermen ahí, mientras los adultos luchan contra el frío, lluvia, calor y las ratas o cucarachas en la carpa.

Luego del sismo, esta familia de Iztapalapa se vio obligada a empacar lo poco que le quedaba y salir, incluso tuvieron que contratar el servicio de internet por las tareas de los chicos que estudian la preparatoria y la universidad.

De su casa María sólo tiene una lavadora que se oxidó por la intemperie y un cúmulo de escombros sobre su terreno. A un año del temblor aún no sabe si reconstruir en ese sitio es seguro, porque una supuesta falla geológica recorre la zona. Mientras tanto se mantiene a unos cuantos metros de distancia, pero en incertidumbre.

“Estamos en lo mismo, lo único es que en el Andador sólo se demolieron cuatro casas, pero quedó inconcluso porque el cascajo se quedó. No tenemos estudios para saber si podemos meternos otra vez”, señala.

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