Fue una larga noche, triste y doliente, después de las 23 horas con 49 minutos. El sismo derribó viviendas, colapsó escuelas, iglesias y edificios públicos. La oscuridad encendió el pánico y Juchitán despertó en medio del luto por el desastre. Foto: Valente Rosas/EL UNIVERSAL
La oscuridad encendió el pánico y despertaron en medio del luto por el desastre
“Estábamos durmiendo y de pronto nos despertó el rugido que salió de la tierra. Como pudimos nos paramos. Cuando dejó de temblar, salimos a la calle y una enorme nube de polvo nos envolvió. Dos casas de mis vecinos quedaron convertidas en escombros”, dijo doña Guadalupe. Foto: Mario Arturo Martínez/EL UNIVERSAL
Redacción Redacción
En un primer recorrido en medio de la oscuridad, se veían a las familias en medio de las calles. Nadie regresó a dormir a sus viviendas. Nadie durmió tampoco en las calles. El desvelo tuvo rostro de tragedia. Foto: Edwin Hernández/EL UNIVERSAL
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Las viviendas tradicionales de tejavana cedieron ante el empuje del terremoto. Los edificios comerciales de dos plantas de reciente construcción no resistieron la energía liberada y algunos quedaron inclinados, con fracturas en las paredes, y otros se derrumbaron. Foto: Valente Rosas/EL UNIVERSAL
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Las calles juchitecas se cubrieron de escombros, heridos, cables, postes de electricidad y de teléfonos, transformadores y sábanas que cubrían a los menores de edad en brazos de sus madres. Foto: Edwin Hernández/EL UNIVERSAL
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Pocos hablaban. Los más estaban sumergidos en el llanto, el miedo y la incredulidad. Nunca, en la historia de esta ciudad, las familias juchitecas habían recibido un golpe de esa magnitud. Foto: Valente Rosas/EL UNIVERSAL
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El ala sur del palacio municipal de esta ciudad se desplomó y quedó reducido a escombros. En una titánica labor, soldados y marinos buscaban entre las ruinas del inmueble a un policía municipal que estaba de guardia en el momento del sismo; horas más tarde fue encontrado muerto. Foto: Valente Rosas/EL UNIVERSAL
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En medio de la oscuridad, las torretas encendidas de las patrullas de los policías municipales y estatales daban un toque fantasmagórico a la tragedia. “Por favor, cierren las llaves de sus tanques de gas”, repetían los policías a través de sus bocinas. Nadie quería regresar a sus viviendas. A esas horas de la noche, la calle era el lugar más seguro. Foto: Edwin Hernández/EL UNIVERSAL