La contaminación del agua no fue el origen de su mal, pero sí lo acrecentó. Jesús Francisco Romero Salazar, de 22 años, nativo de Baviácora, tenía unas pequeñas ámpulas y ahora sufre por unas llagas enormes.

Por tres años consecutivos, EL UNIVERSAL lo ha visitado en su domicilio ubicado en la zona de El Barranco o El Bajío, para constatar si se le ha atendido como afectado del derrame o si personal de Grupo México se ha preocupado por revisarlo. Hasta el momento no ha sucedido nada.

Su madre asegura que el agua con la que se baña, la misma con la que le curan las heridas, le ha provocado tres enormes laceraciones, pero no tienen recursos para comprar agua purificada. Necesitan ayuda, viven en pobreza extrema. El joven que padece retraso mental vive con dos hermanas y sus padres.

Los alimentos se cocinan en una hornilla a base de leña que se encuentra dentro del hogar, en tanto que el sanitario es una fosa séptica y está afuera de la vivienda.

La situación económica de esta familia es crítica, con la caridad de vecinos y amigos consiguen medicamentos distintos para realizarle las curaciones.

Sandra Francisca comenta que no recibe apoyo institucional a pesar de que tiene diagnóstico de discapacidad permanente.

Las vendas son muy caras, una vecina le confeccionó unas protecciones para que no se le contamine porque hay muchas moscas, “lo curamos como podemos”, dice.

Jesús Francisco es amable, siempre sonríe, asegura que no le duele y, aunque habla poco, expresa que espera un milagro: que Grupo México responda por los daños y cure sus lesiones.

Un análisis de laboratorio que se le hizo a Jesús Francisco, en 2015, cuando empezaron a demandar la atención de Grupo México, arrojó que presentaba desórdenes metabólicos y metales en la sangre.

No se rinde, comenta que un día se pondrá “algo” que lo sanará y sus padres dejarán de cuidarlo para que no se le pegue la ropa en las heridas o no se lastime.

En tanto, Cristóbal, su padre, clama ayuda. “Estamos desesperados, me acaban de operar de una bola en el estómago —muestra una enorme cicatriz en el abdomen— y no he trabajado en más de un mes, primero por los dolores y después por la operación, porque me dejaron jalado de más y siento la piel estirada hasta para sentarme”.

Recordó que cuando ocurrió la contingencia del derrame le dieron un apoyo de 5 mil pesos por parte del Fideicomiso Río Sonora, por una pequeña parcela donde cultiva chiles, pero el dinero se le fue en las medicinas de Jesús Francisco, y ahora trabaja para otras personas, es jornalero.

De todos modos, aquí hacemos lo mejor para que Jesús Francisco viva lo mejor que pueda, comenta, al tiempo que se sienta en una silla de fierro remendada con pedazos de tela.

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