Xalapa.— Los estertores de la violencia no cesan en Veracruz. Durante las últimas dos décadas el crimen organizado se arraigó a lo largo y ancho del territorio veracruzano.
Un amasijo de factores sociales, económicos, delincuenciales e incluso históricos atraparon a los veracruzanos en un torbellino de derramamiento de sangre, sí con altibajos, pero siempre presente.
Desde la sociedad civil, la fundadora del Colectivo Solecito de búsqueda de personas, Lucía de los Ángeles Díaz Gaona, y en la academia, el investigador Alberto Olvera, exponen —por separado— variables que permiten entender por qué se anidó la violencia en Veracruz.
Veracruz —afirma la activista, líder de la organización que ubicó una de las fosas clandestinas más grandes de Latinoamérica en el puerto— ha sido marcado con “una suerte negra”.
“Muchas veces pienso, cuando veo todas estas muertes y estas violencias, cuántos asesinos estamos produciendo: muchos asesinos, eso es lo que estamos produciendo”, afirma desanimada.
Hay particularidades de Veracruz, señala el académico de la Universidad Veracruzana, pero existen similitudes con otras regiones del país: una transición a la democracia que coincidió con el neoliberalismo, el ajuste económico y estructural, y el fortalecimiento y expansión de los cárteles criminales.
“El crimen no se puede entender en códigos morales (…) esto no es cuestión de malos o buenos, es una cuestión de oportunidades y circunstancias específicas no de bondad o de maldad”, sentencia.
Cientos de muertos, fosas clandestinas por doquier, restos humanos sin identificar, una maquinaria ilegal de cobro de piso bien aceitada, la extorsión como una forma de someter a los débiles y nutrir al crimen, y la violencia para mantener a raya a los “enemigos”, han sido la constante en Veracruz.
En dos décadas, la entidad fue gobernada por líderes del PRI, PAN-PRD y Morena, aplicando distintas estrategias sociales y de combate al crimen; sin embargo, la presencia delincuencial se mantiene, en algunos años con mayor virulencia y en otros con episodios esporádicos de alto impacto.
Transición y pactos delincuenciales
Más allá del vaivén de las cifras oficiales, para el integrante del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales existen circunstancias históricas, democráticas y delincuenciales para entender las violencias. Y aquí las expone:
La entidad fue siempre un estado caciquil y mafioso: sindicatos, en especial el petrolero, violentos, y el caciquismo histórico “famosísimo veracruzano” que gobernadores prometieron, sin éxito, acabar, con personajes icónicos como Cirilo Vázquez, El Cacique del Sur.
“Había una tradición violenta de control político en la historia veracruzana”, apunta Olvera.
Luego vino un cambio económico en medio de la transición a la democracia que hizo fragmentarse al poder: se acabó el presidencialismo y permitió a los gobernadores adquirir una fuerza mucho mayor a la que tuvieron en el régimen priista.
Uno de los defectos fueron elecciones altamente costosas, que abrieron las puertas a pactos de gobernadores con el crimen organizado para poder ser competitivos en las urnas. El caso de Veracruz fue importante, pero también Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León.
“Empezamos a tener una simultaneidad del fortalecimiento del crimen organizado con la transición y, por tanto, un método a través del cual los grupos criminales influyeron en la política vía el financiamiento electoral desde 20 años atrás y en el caso de Veracruz, Fidel Herrera fue el artífice de un pacto con Los Zetas, conocido por todos”.
Años después, el gobierno federal encabezado por Felipe Calderón obligó al gobierno estatal a combatir a Los Zetas, el grupo más violento y el que profesionalizó a los ejércitos criminales.
Lee también Imparable, la violencia en el norte de Veracruz
“Permitieron la entrada a Veracruz de los Mata Zetas, el origen del Cártel Jalisco Nueva Generación; Veracruz fue entre 2010 y 2014 el escenario de una guerra donde por un lado estaban Los Zetas y aliados y, por otro, el Cártel Jalisco en formación, con apoyo del gobierno tanto federal como estatal”, explica el experto.
La derrota de Los Zetas no significó una disminución de los índices delictivos; los Mata Zetas, un grupo menos centralizado en el mando, empezó a operar con jefes locales, principalmente en el tráfico de personas que exige control territorial.
“Cada grupo para proteger su territorio se armó, y para armarse requirió de mucho dinero y para conseguir dinero recurrieron a otras tácticas no muy comunes hasta hace 15 años, una de ellas fue cobrar piso de manera generalizada: extorsión a la población local, a gobiernos locales y a los alcaldes a cambio de protección o por haber financiado sus campañas”, expone.
Ese crimen organizado encontró un terreno fértil en un estado golpeado por la implantación neoliberal, con la crisis petrolera y petroquímica de los años 90, así como las subsecuentes crisis cafetalera, azucarera y citrícola.
“Es cuando los criminales están empoderándose y peleando, entonces encuentran en la pobreza de la juventud veracruzana un mercado ideal para conseguir gente… trabajadores, eso es lo que son ultimadamente las huestes criminales y esta pobreza extrema facilita la cosas”.
Para Olvera, la infiltración del crimen organizado en la sociedad veracruzana no es un asunto moral, pues el crimen es un negocio, una actividad capitalista como cualquier otra, la diferencia es que es violenta, ilegal y sus códigos de resolución de conflictos no pasan por la ley ni por acuerdos amigables.
Lee también Ante violencia, despliegan militares en el norte de Veracruz
“Hay momentos en que un grupo de personas se encuentran en la necesidad y posibilidad de recurrir al crimen como una manera de sobrevivencia, como un empleo, una manera de salir de la miseria, una vía equívoca porque al final pagan con su vida”.
Consideró que en Veracruz se debe investigar el vínculo específico de estos grupos criminales locales con la política local y analizar las especificidades regionales y locales.
Familias y sociedad fracturada
Para la activista Díaz Gaona que busca a su hijo y abandera la lucha de 400 mujeres con familiares desaparecidos, la violencia en Veracruz se deriva de la guerra contra el narco que lanzó Calderón, la cual, dijo, dispersó a las organizaciones criminales en el territorio estatal. Aquí su análisis:
“Esa escuela que dejó, esa declaración de guerra en manos de una persona que dirigía el narco, tenemos las consecuencias, porque no es tan fácil erradicar lo que se va imponiendo”.
Se le agregaron problemas estructurales, como una mala educación: maestros utilizados como maquinaria para producir votos, y una iglesia “fallando críticamente”, empecinada en hablar de cosas antiguas, que no resuenan con la juventud.
“Los pilares de formación se están cayendo, entonces no tenemos que asombrarnos de nada”, asegura.
Familias enfrentadas a una degradación, con ausencias paternas o con hombres presentes, pero sin responder en lo básico; madres de familia en un nuevo rol y la irrupción de redes sociales en ese núcleo.
Lee también Ante ola de violencia, despliegan más de 300 elementos del Ejército y Guardia Nacional al norte de Veracruz
“Es muy difícil cuando la familia se dispersa, se convierte en esto que estamos viendo (…) mucha falta de armonía en los hogares, muchos pleitos y riñas en los hogares”.
Si la sociedad, afirma la activista, no voltea a verse a sí misma y lo que está saliendo de ella: podredumbre, entonces la verdad es que no va a cambiar y se hará insostenible.
“Cada quien tiene que responsabilizarse. A veces hay buenas madres que crean asesinos, pero debe reconocerse que en la mayoría de los casos son creados dentro de la casa y con toda la facilidad que le da la sociedad y los gobiernos, entonces las familias de los delincuentes y criminales deben verse a sí mismas: ver qué están creando”.
Díaz Gaona llama a un verdadero pacto orgánico, donde participen todas y todos, que se pongan a pensar que somos demasiados asesinos, que estamos rodeados de asesinos.
[Publicidad]
[Publicidad]


