Tijuana.— Eran las cuatro de la madrugada cuando, en plena penumbra, Artur caminó con su pequeña mochila negra. Para sobrevivir en un país que no es el suyo tiene un inglés apenas entendible y un par de monedas extranjeras que nadie, nunca, en Tijuana, había visto. Llegó desde Ucrania tras estallar el conflicto armado con Rusia y, como él, familias llegan a la garita de San Ysidro para pedir asilo a Estados Unidos.
Es su segundo día en la ciudad y ha caminado, dice, cerca de 40 minutos en los que ya preguntó si alguno de los seis bancos a los que entró le puede cambiar uno de sus francos por monedas mexicanas o dólares. Ninguno lo hizo. Ante el rechazo, y sin otra cosa que hacer, plantó sus piernas en la banca de un parque. Allí, un desconocido se acercó para darle 100 pesos, con lo que compró botellas de agua y galletas. Todo lo repartió.
“Esperamos que no nos hallan engañado”, reclama el joven, que no tiene más de 30 años, ahora sentado a unos pasos de la entrada a Estados Unidos, en la garita de San Ysidro; “desde afuera nos piden resistir, como si eso nos fuera a salvar; vinimos porque prometieron ayudarnos”, dice.
Kherson –o Jersón– es la ciudad donde Artur vivía y que tuvo que abandonar una vez que las fuerzas armadas rusas decidieron tomarla como otro punto estratégico para avanzar en su intención de invadir a Ucrania. Del lugar donde vivía sólo mantiene sus recuerdos, pero también las imágenes de la destrucción que quedaron grabadas en los videos que sus amigos le envían sólo para decirle que aún están vivos.
Él es parte de una veintena de migrantes de la región europea que llegaron hasta el puerto fronterizo desde las primeras horas del pasado viernes. Pero ellos no han sido los únicos. De acuerdo con personal del Instituto Nacional de Migración (INM), diariamente llegan grupos pequeños que cada vez se hacen más grandes.
A cuentagotas y como pueden, se trasladan hasta la garita de San Ysidro, en Tijuana, para pedir asilo. Algunos llegan caminando y se plantan a un paso de la puerta de ingreso, frente a elementos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), que no hablan su idioma y que cuando no hay cámaras les impiden el paso.
“Llegué desde la madrugada y me dijeron que me regresara y buscara ayuda acá”, recuerda el joven ucraniano que logró escapar de una de las zonas de conflicto: “estaba oscuro y yo estaba solo, en un lugar que no conozco. Sé que aquí no están en guerra, pero también sé que es igual de violento”.
En los últimos cuatro meses, más de 6 mil 400 migrantes rusos han llegado a la frontera sur de Estados Unidos, son más que durante todo el año fiscal 2021, según estadísticas de CBP.
Junto a Artur dos niñas juegan, mientras el grupo de familias espera horas a ser atendidas para ser revisados por los oficiales de la CBP y que les permitan entrar, la mayoría, comentan entre ellos, a comprar.
Pasaron dos días antes de que los oficiales les permitieran ingresar. Nadie, dice Artur, tiene garantizado cruzar, pero tampoco nadie quiso dejar su país para aventurarse en una nación desconocida. Lo hacen para sobrevivir.
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