La temporada de “ Chan sine” , que en mazateco quiere decir “los días de amarillo”, llegaron. Flores de cempasúchil visten los campos de la región Cañada y como cada 27 de octubre, hombres y algunas mujeres se reúnen en el panteón de Santa María Chilchotla para evocar a los espíritus de sus familiares y amigos, cuyos cuerpos descansan en el camposanto.

Ataviados con ropa de manta y máscaras de cartón o plástico, empuñando bastones, los llamados huehuentones acuden al sitio del eterno descanso a ofrecerse como una materia para que las ánimas tomen posesión de su cuerpo y visiten en durante los siguientes nueve días a sus familiares, quienes les tienen preparados sus guisos favoritos a modo de ofrenda.

Quienes decidieron prepararse como huehuentones, bailan por días enteros balbuceando las palabras del inframundo, aunque no pueden comunicarse con los suyos, son esperados y recibidos con alegría, “es la fiesta más sagrada y más bonita, la más esperada”, aseveran los habitantes de la población, colindante con Puebla y Veracruz.

Alberto Prado Pineda, de 58 años de edad, es coordinador de Educación Inicial del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), fue jefe de huehuentones por casi una década. En entrevista con EL UNIVERSAL relata que a los huehuentones, en mazateco se les conoce como “chaxo-o” (hombres que brotan del ombligo), provienen de una filosofía ancestral que indica que todas las cosas tienen ombligo. “Del ombligo nacemos y al morir regresamos al ombligo de la madre tierra”, explica.

En náhuatl, “huehues” quiere decir viejos, y “huehuentones”, los viejos de antes, y aunque fue este el nombre que le dio popularidad a la práctica cultural, en Santa María Chilchotla, los pobladores nombran y describen sus tradiciones en mazateco, su lengua materna.

La tradición cuenta que la “na-cha-nguindé” o abuela del inframundo, es quien da autorización a los huehuentones para aparecer en la vida terrenal cada 27 de octubre y hasta el 5 de noviembre. Hace décadas, los “hombres negros” aparecían con 40 días de anticipación (el 22 de septiembre), para visitar a los familiares de aquellos que murieron hace más de 50 años.

Los que se disfrazan como huehuentones se preparan hasta por 40 días para recibir a los fieles difuntos, convocados por el sonido de tambores; desde hace 35 años, en Chilchotla, se hacen concursos de huehuentones.

El calendario mazateco se compone de 360 días y a los cinco sobrantes se les conoce como “kinda on”, que quiere decir llora con lamentaciones, esos días son usados por los huehuentones para su preparación final; antes de tocar, dan cinco tonos al tambor, en referencia a esos días.

Aunque no existe un dato preciso sobre el inicio de la tradición, los pobladores indican que tiene más de 300 años que la personificación persiste cada temporada de Todos Santos. Los primeros, de acuerdo con Prado Pineda, se agruparon en la localidad de Santa Herminia. Un segundo grupo se formó en San Julio y posteriormente se formaron otros conjuntos.

En esos años, los huehuentones vestían de camisa y pantalón de manta, además, se colgaban pieles de reses y otros animales, como parte de un tributo a todos los frutos de la madre tierra. Con el tiempo, la esencia de la tradición se ha ido perdiendo, pues la modernidad en máscaras y vestimentas ha alcanzado a quienes llevan a cabo la labor de escenificar a los personajes.

Pese a ello, las nuevas generaciones aceptan y se apropian de la tradición. “En cada casa que llegan los huehuentones, los niños no pueden faltar. Todo mundo baila y los niños esperan con ansias la fiesta”, celebra Alberto. Al término de la temporada de muertos, los niños van repitiendo lo que hacen los huehuentones, tocando música y bailando de casa en casa.

Antiguamente, en el pueblo las casas estaban a varios kilómetros de distancia, pese a ello, en días de muertos, los huehuentones tocaban a la puerta para ser recibidos por los vecinos de la localidad. “Era obligación del dueño de la casa darnos de comer”, reseña Alberto.

Eusebio Figueroa Trinidad de 32 años es músico de profesión; este año coordina a un grupo de huehuentones, actividad con la que sigue la tradición familiar para festejar la temporada dedicada a los fieles difuntos.

Para él es un orgullo ser un huehuentón, preservar las costumbres de su pueblo. A pesar de la modernidad, con el tiempo ha surgido la necesidad de crear varios grupos de huehuentones, pues muchos no alcanzan para visitar a todo el pueblo.

Hoy en día hay vecinos como Urbano de la Cruz Prado, de 65 años, quien recibe a los huehuentones en su casa y les da de comer. “Para nosotros, ellos representan a los muertitos que ya se nos fueron: padres, tíos o hermanos, a quienes recordamos y recibimos con gusto”.

Los cinco sonidos del tambor anuncian la presencia de los hombres enmascarados que tocan a la puerta y son recibidos con alegría. Tambores, violines y vihuelas amenizan plegarias por el descanso de los seres amados que se fueron al más allá; sin embargo, la música no se repite, pues cada grupo compone sus propias canciones.

Así van, de casa en casa y después de entregar una piñata en cada domicilio al que acuden, cumplen con la visita balbuceando, comiendo, brindando y, algunos aseguran, sintiendo como los espíritus entran y abandonan sus cuerpos, dotándolos de energía para continuar con el ritual.

Al final de la festividad, el día 5 de noviembre, se rompen las piñatas que fueron obsequiadas en los domicilios donde bailaron, para que los espíritus puedan volver al inframundo.

Con información de Mario Arturo Martínez

sjno

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