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Detrás de la debacle histórica que sufrió el partido del presidente Enrique Peña Nieto en la mayoría de las elecciones locales en disputa, hay diversas causas y factores que confluyeron en los resultados negativos para el priísmo, que perdió bastiones estatales que nunca había perdido, como Veracruz. Una primera causa tiene que ver con el castigo del electorado a los gobiernos priístas y sus escándalos de corrupción, desfalcos, frivolidad e incapacidad reflejada en inseguridad y violencia, lo mismo para gobernadores con un alto nivel de repudio en sus estados, como Javier y César Duarte, o Roberto Borge, que para el gobierno federal que toleró, cobijó y defendió a esos mandatarios locales.
Porque aunque el Presidente haya intentado vacunarse del posible revés electoral que ya anticipaban las cerradas encuestas en varias entidades, cuando dijo que estos comicios locales no serían un “referéndum” para su gobierno, en la realidad no puede entenderse tal nivel de rechazo al partido gobernante en ocho estados del país, sin pensar que el “efecto Peña Nieto” terminó por invertirse en contra del PRI, y que los bajos niveles de aprobación presidencial, el insuficiente crecimiento de la economía y la falta de respuesta al enojo social por temas que golpearon la imagen del gobierno (la Casa Blanca, Ayotzinapa y la corrupción en las dependencias federales) motivaron un voto de castigo a los candidatos priístas.
Y es cierto que en términos del fracaso en los resultados, el costo político lo tiene que cargar el dirigente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, que cometió el error de, en una declaración mal explicada, autoimponerse una meta tan alta, que por lo demás sonaba lógica para cualquier dirigente de partido: ganar al menos las mismas gubernaturas que su partido controlaba antes de estos comicios. De ahí surgió el famoso nueve de 12 que al compararse con los resultados, cinco victorias (aunque ayer anunciaron varias impugnaciones), resulta catastrófico.
Porque ni toda la operación desplegada por el CEN priísta, que se volcó literalmente a los estados para poner a funcionar y aceitar la maquinaria del viejo partido, le valió a Beltrones para contener el enojo ciudadano que se expresó en las urnas y que al salir masivamente a votar en varios estados, terminó por aplastar y rebasar a la sólida estructura del PRI.
Pero como en política no todo es lo que se ve ni lo que se lee a simple vista, detrás de la debacle priísta también hubo traiciones, pactos y fuego amigo que, desde el interior del equipo del presidente Peña Nieto, apostaron a “sacrificar” a candidatos del PRI, en aras de acuerdos, alianzas y jugadas maquiavélicas inscritas en la sucesión presidencial en marcha.
Hay al menos dos estados donde se tiene registrado que desde despachos de Bucareli se pactaron apoyos para favorecer a adversarios del PRI en esas contiendas locales. Uno de ellos es Tamaulipas, donde se habla de un pacto de muy alto nivel entre un secretario del gabinete y un encumbrado senador del PAN para ayudar al candidato panista, Francisco Javier García Cabeza de Vaca. El pacto, que se vio reflejado en la holgada ventaja con la que el panista ganó finalmente (10 puntos), tendría un doble efecto: golpear a un candidato cercano a otro secretario, Luis Videgaray, como lo era el priísta Baltazar Hinojosa, y a la dirigencia nacional del PRI.
El otro pacto que operó en contra de los candidatos del PRI se hizo con el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, y no sólo impactó Puebla, donde la victoria panista estaba asegurada, sino otros estados donde el mandatario poblano también operó en busca de aumentar su control de la estructura blanquiazul. Apoyar el fortalecimiento del mandatario panista tenía también un objetivo claro: frenar a la aspirante panista mejor posicionada en las encuestas: Margarita Zavala. Todo operado desde dentro del gobierno federal, aunque no queda claro si con el consentimiento y la aprobación presidencial o más como jugada personal en la lucha, cada vez más descarnada, entre los hombres del Ejecutivo federal que se
disputan la sucesión presidencial.
Así que entre traiciones, pactos desde oficinas del gobierno federal para ayudar a adversarios y luchas intestinas por la sucesión priísta, sumados a un indiscutible voto de castigo movido por el “mal humor social” que se tornó en ira en las urnas, se pueden encontrar las causas ocultas y visibles de una debacle histórica para el PRI, que ocurre a dos años exactos de la elección presidencial.
sgarciasoto@hotmail.com