Se acercaban ya las posadas en diciembre pasado cuando el dirigente nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones, se vio forzado a citar a los senadores David Penchyna y Omar Fayad, para responsabilizarlos por desatar, con sus ambiciones por la gubernatura de Hidalgo, una virtual guerra civil en unas de las clases políticas locales más priístas del país.

Beltrones no podía llamar a cuentas a quienes en realidad generaban un choque de trenes en el estado: el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y su sucesor al frente de la gubernatura hidalguense, José Olvera. La pugna que protagonizan es negada por ambos, atribuida a sus equipos, documentada con mutuas afrentas, proclamada como subsanada, pero vigente, con riesgo de atraer una crisis similar a la que primero en 1998 y luego en 2011 —con una sonada derrota priísta en 2000—, ha estado a punto de imponer la primera alternancia partidista en el control de la entidad.

Durante meses recientes, Osorio y Olvera parecieron embarcados en un juego de suma cero todavía más agudo: el primero, interlocutor natural del presidente Enrique Peña Nieto para la definición de la candidatura en su estado, empujaba a Nuvia Mayorga, una de sus estrategas financieras cuando gobernó Hidalgo y actual titular de la Comisión Nacional para el Desarrollo de Pueblos Indígenas. Olvera, por su parte, primero impulsó al alcalde de Pachuca, Eleazar García, y luego viró hacia el citado senador David Penchyna.

Cuando el pasado día 3 se concretó la postulación del también senador Omar Fayad, que en dos ocasiones anteriores había aspirado a la nominación infructuosamente, hubo desde Los Pinos una solución salomónica, que se apoyó en la proyección del ungido en las urnas. Pero también se abrió un nuevo capítulo en una historia de fuerzas centrífugas dentro de una clase política forjada hace 80 años por Javier Rojo Gómez (1896-1970), ex gobernador (1937-1940) y cuya creación hace agua desde hace casi dos décadas.

Viejos y nuevos actores figuran en esta etapa de un largo drama endogámico priísta. Entre los primeros destaca Gerardo Sosa Castelán, veterano cacique intocable de la Universidad estatal y coleccionista de odios contra Osorio Chong; entre los segundos, la dirigencia magisterial, que encabeza Moisés Jiménez, quien ha tenido estrechos acercamientos con el PAN y podría ser herramienta de la ex lideresa del SNTE, Elba Esther Gordillo, contra el PRI y contra la administración Peña Nieto.

Un enigma en este ajedrez lo representa el ex gobernador (1993-1998) Jesús Murillo Karam, sin duda el hidalguense con mayor trayectoria política en muchos años: además de la gubernatura, ha sido diputado y presidente de su Cámara; senador, procurador de la República, secretario de Estado… hasta que en agosto pasado el tsunami de Ayotzinapa lo alcanzó para hacerlo caer violentamente al frente de la Sedatu, donde trabajó exactamente seis meses. Su derrumbe, que fue seguido por una confusa posibilidad de asumir la embajada en Portugal, acabó siendo interpretado como un agravio contra una figura clave del PRI.

Se trataba del mismo Murillo Karam que había ayudado a construir la leyenda de un PRI “recargado” e invencible. Primero en Hidalgo, cuando en febrero de 2005 contribuyó para que Osorio Chong ganara la elección al ex priísta y neoperredista José Guadarrama, pero especialmente, poco después, en el Estado de México, donde coordinó la campaña de Enrique Peña Nieto para gobernador, elección que ganó con 20 puntos y 829 mil 631 votos arriba de Rubén Mendoza, del PAN.

En el 2000, año en que fue echado de Los Pinos el PRI, su encarnación hidalguense más notable, Murillo Karam —quien por 12 años había dominado la política estatal— perdió la senaduría ante una alianza que engarzó a dos de sus rivales históricos: los referidos José Guadarrama, candidato a senador del PRD —al que en 1998 desplazó para hacer gobernador a Miguel Ángel Núñez Soto—, y Gerardo Sosa Castelán, entonces nada menos que presidente del PRI, que llegó a declarar que él no votaría por el aspirante de su partido a la Cámara Alta. Murillo le regresó la bofetada en 2005 al apoyar a Osorio Chong para la gubernatura.

Algunos autores aseguran que la historia política desarrolla siempre el mismo argumento, con diferentes actores. Pero la política en Hidalgo exhibe tal óxido que los actores son frecuentemente los mismos, acaso con distinta ubicación en el escenario. Ahora sólo falta conocer el nuevo desenlace.

APUNTES: El Instituto Nacional Electoral, que preside Lorenzo Córdova, decidió iniciar un nuevo jaloneo con el principal conductor de la televisión mexicana, Joaquín López Dóriga, por señalamientos de éste contra “spots” del INE durante la transmisión de la visita del Papa a México. El asunto ofrece un telón de fondo a la pugna que se libra ya en el Congreso de la Unión para dar marcha atrás a la reforma electoral que prohíbe que partidos y particulares paguen anuncios a medios electrónicos en tiempo de campañas.

rockroberto@gmail.com

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