La tarde del domingo pasado, cubierta casi la primera mitad de la visita papal a México, el balance inicial se presentaba ominoso. Se acumulaban las quejas de grupos sociales contra los mensajes del Pontífice, lo que decía y lo que callaba, así como sobre el círculo de personajes públicos que parecía cercarlo. Y desde la comitiva vaticana había amargas réplicas por la deficiente organización, el desaliento en grupos católicos y el excesivamente férreo operativo de seguridad. El ánimo parecía anticipar desastre.

Así quedó de manifiesto la tarde de ese domingo durante una reunión privada del papa Francisco con sus hermanos de congregación en México, los líderes de la Compañía de Jesús, que se quejaron del cardenal metropolitano Norberto Rivera, criticaron la frivolidad de los políticos, sugirieron la existencia de un boicot contra la visita y pidieron pronunciamientos más fuertes sobre temas de pederastas y desaparecidos, en particular sobre el caso Ayotzinapa.

Justo 24 horas antes, el sábado, en una reunión fuera de agenda pública, Francisco convocó en la Nunciatura a una mezcla singular de dirigentes del Opus Dei —que ocupan la franca derecha de la Iglesia— y de los jesuitas —claramente en el lado izquierdo de la geometría eclesial. Reportes sobre ese encuentro lo describen como “intenso” en quejas sobre la situación en México, pero “muy dispar” en el diagnóstico.

Un extremo llamaba a la prudencia, el otro pujaba por ser más radicales. Los primeros se dijeron desconcertados porque la reunión con los obispos en Catedral haya sido televisada, contra lo solicitado por la jerarquía mexicana. Los segundos opinaron que el “bastoneo”, como llama el Papa argentino a las recriminaciones, se había quedado corto.

Pero el domingo los jesuitas regresaron a la Nunciatura, encabezados por su principal dirigente en México, el padre provincial de la Compañía, Francisco Magaña. Y según se confió a este espacio, la conversación creció en ardor. Los jesuitas dijeron que se habría desalentado la participación de los colegios católicos en las vallas y los eventos. Que para el acto de Ecatepec se repartieron decenas de miles de boletos pero con la advertencia de que había que acampar desde la noche anterior, lo que desalentó a muchos.

Entre los acompañantes de Francisco se aceptó tener reportes de que la seguridad impuesta por el Estado Mayor Presidencial bloqueó el acceso a fieles, aun de muchos que portaban boletos. La expresión más clara fue el Zócalo semivacío el sábado, el evento de arranque.

Ante reiteradas insistencias de los jesuitas por el tema de Ayotzinapa y la pertinencia de recibir a los padres de Los 43, sonó seca la voz de Pietro Parolin, el poderoso secretario del Estado vaticano: “No estoy de acuerdo”, y argumentó que hay muchas discrepancias en este tema, “incluso dentro del propio grupo de los padres de las víctimas”. Francisco repitió puntual esas frases, durante la conferencia de prensa a bordo del avión que lo regresó a Roma.

Parolin es el arquitecto del nuevo ciclo en la relación entre El Vaticano y el gobierno mexicano, en un proceso que ha contado con el acompañamiento de la canciller Claudia Ruiz Massieu, del subsecretario Carlos de Icaza y del embajador Mariano Palacios. Pero el tejido comenzó con el ex canciller José Antonio Meade, actual secretario de Desarrollo Social, designado por Los Pinos representante presidencial en la gira papal, lo que buscó aprovechar sus nexos con Parolin y ofrecerle una plataforma de proyección política.

Un tema que fue enlistado entre las ausencias notables en el mensaje papal —además de los homosexuales, las mujeres, el aborto y los desaparecidos— persiguió al Pontífice hasta alcanzarlo a 30 mil pies de altura, en la aeronave que lo llevó a casa. Se trata de la pederastia, el crimen que obligó a su papado a modificar el Código Canónico para castigar a los jerarcas religiosos que encubran a sacerdotes que abusen de menores. A la luz de esa reforma fue expulsado de su encomienda en junio pasado el obispo de Autlán, Jalisco, Gonzalo Galván, echado a la calle.

En la citada rueda de prensa, Francisco pensó necesario ser directo: “Un obispo que cambia a un sacerdote de parroquia cuando se detecta una pederastia es un inconsciente, y lo mejor que puede hacer es presentar la renuncia”. Y soltó un argentinismo: “¿Clarito?”.

Esa atmósfera tuvo durante toda la gira una presencia inmanente, la del cardenal Norberto Rivera, la figura rígida, casi de piedra, que acompañó a Francisco en la reunión de Catedral y que se perdió entre otros jerarcas en diversos eventos, dentro y fuera de la capital del país.

¿Ha llegado el momento de un adiós forzado para Rivera Carrera, epicentro de la polémica al interior de la Iglesia mexicana? Es improbable, según la percepción que tuvieron las fuentes consultadas sobre el ánimo papal y vaticano en general.

Rivera debe presentar su dimisión al cumplir los 75 años, como ocurre con todo sacerdote. Ello no ocurrirá sino hasta junio de 2017. Pero podría emerger la figura de un coadjutor impuesto por El Vaticano, que mine la fuerza de Rivera y sea su antecesor anticipado. Habrá que esperar a los proverbiales tiempos de la Iglesia, que son como la piedra de molino: avanzan lento pero muelen finito.



rockroberto@gmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses