Resulta ocioso preguntar por qué se dieron los cambios en el gabinete del jefe de Gobierno, Miguel Mancera.

Y es que, cualquier capitalino que recorra y viva lo cotidiano del Distrito Federal —sea ciudadano de a pie, sea clasemediero—, llegará a la conclusión de que la ciudad de México está al borde del colapso.

Por eso, en todo caso, la pregunta capital es por qué razón el señor Mancera tardó tantos meses en darse cuenta que su gabinete requería —de manera urgente—, una sacudida a fondo que sigue el relevo de todo el gabinete del jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Y es que sólo Mancera y sus cercanos no vieron y no entendieron que buena parte de los colaboradores del jefe de Gobierno —además de buena parte de los corruptos delegados del DF— han fracasado de manera estrepitosa en su responsabilidad, hasta llevar al límite del hartazgo a los ciudadanos de a pie, pero también a las clases medias, que fue el motor del cambio en la capital del país.

El colapso de cada día. Y cuando decimos que la capital del país está al borde de colapso no recurrimos a un cliché y mucho menos a una narrativa para molestar a Miguel Mancera. No, lo cierto es que cualquiera que —por ejemplo— habite de manera cotidiana el DF sabe que el transporte público —sea Metro, peseras, Metrobús, trolebús o camiones RTP—, están colapsados. Y no sólo por la saturación de pasajeros, sino por lo viejo y obsoleto de las unidades.

Cualquiera puede dar testimonio de que la movilidad en toda la capital del país y la zona conurbada es un buen deseo y —al mismo tiempo— una fea pesadilla cotidiana. Entre las 8:00 y las 10:00 de la mañana y por la tarde, toda la capital del país es el estacionamiento más grande del mundo. Cualquiera puede aportar experiencias de asaltos en el Metro, Metrobús, peseras y hasta en las calles peatonales del Centro Histórico. Cualquier clasemediero puede recordar un asalto a casa habitación en Polanco, Del Valle, Doctores, Guadalupe Inn, Florida, Condesa… pero también en colonias populares.

Cualquier comerciante establecido —de colonias lujosas o barrios pobres—, restaurantero, tendero, zapatero y hasta tortillero puede documentar el cobro de piso en buena parte de la ciudad de México a manos de bandas del crimen organizado que matan a los empresarios por no pagar la cuota exigida. Cualquier conductor puede hablar de experiencias propias o cercanas de robo a mano armada en los caóticos embotellamientos en toda la ciudad, en donde los conductores son baleados si no entregan sus pertenencias.

Cualquiera de los millones de usuarios de automóvil en el DF debe pagar una renta mensual por el daño que causa a su vehículos el mal estado del pavimento en la mayoría de las calles de la ciudad. Llantas ponchadas, rotas, rines dañados, suspensiones destruidas. Algunas marcas alemanas de automóviles han resentido una baja sensible de ventas porque la avanzada tecnología de sus vehículos no resiste una semana las calles del DF.

Cualquier ciudadano tropieza —literalmente—, con el ambulantaje en todas, o casi todas las colonia del DF. Los ambulantes son una de las mafias más poderosas y perniciosas, además de fuente de toda clase de males sociales; evasión fiscal, estímulo a la piratería, robo de mercancías, obstáculo insalvable para la movilidad, estímulo a la contaminación ambiental y visual; atentado a la salubridad de las zonas donde se asienta y un potente imán para la venta de drogas.

En el ambulantaje se vende todo lo robado, se venden desde armas hasta drogas, pasando por enseres que son saqueados de las casas habitación. Y el ambulantaje además, es fuente de riqueza constante y sonante para delegados corruptos, y son votos para los partidos. El ambulantaje es, en el fondo, el círculo perfecto de la degradación política, económica y social. Pero además, los ambulantes son —en términos literales— una bomba de tiempo.

Algunos estudiosos calculan que en el Distrito Federal existen por lo menos medio millón de ambulantes que venden en las calles todo tipo de productos. De ellos, por lo menos el 30 % son vendedores de comida preparada en la calle, con el grave daño que ello significa para la quebrantada salubridad de la ciudad capital.

Pero además, esa cifra significa que, en las calles de la capital del país, existen por lo menos 150 mil tanques de gas que son manipulados como si se tratara de botes de basura. Potenciales bombas de tiempo capaces de tragedias que se pueden presentar en cualquier momento y que a nadie importan. Pero la lista de fallas, omisiones, corruptelas, errores y horrores del gobierno de Mancera puede llegar al infinito.

Cualquier ciudadano del DF puede atestiguar el grave daño que han hecho a la economía del DF, a la infraestructura, al trabajo de millones de esforzados capitalinos, grupos mafiosos como la CNTE —entre muchos otros—, que han hecho una industria ilegal del plantón, bloqueo, marchas y secuestro de avenidas, parques y monumentos. Pero al enojo social por el vandalismo de esa mafia llamada CNTE, se suma el enojo ciudadano por la incapacidad del gobierno de Mancera de poner orden, por olvidar el interés de las mayorías.

El regaño de las urnas. Lo curioso es que los ciudadanos debieron gritar en las urnas —y votar en contra el partido hegemónico por casi 20 años, el PRD—, para que Miguel Mancera se diera cuenta de la realidad. ¿Y cuál es esa realidad?

Que buena parte de sus colaboradores —de su primer circulo y de sus secretarios de gabinete— son verdaderos inútiles, incapaces de desempeñar con eficacia el cargo ,y en buena medida son culpables del enojo social y del fracaso del gobierno de Miguel Mancera.

¿Fracasó Mancera?

La respuesta es lapidaria. Miguel Mancera llegó al gobierno con una votación histórica para un ciudadano sin partido y que recibió todo el apoyo de las llamadas izquierdas. Casi tres años después, perdió el 40% de los votantes, de los centros de poder y de su bono democrático.

Por eso, por el fracaso en la primera mitad de su gestión, Mancera recurrió al gastado expediente de la crisis de gabinete. Es decir, solicitar la renuncia de todo el gabinete para ganar imagen mediática, tiempo para enroques, despidos y relevos y, sobre todo, para reacomodar sus futuras alianzas.

Se le escapa la presidencial. Y es que, si Mancera no fue capaz de retener los votos con los que llegó al poder, y si su gestión fue reprobada en las urnas, poco o nada tiene que hacer en una potencial candidatura presidencial.

Por eso trata de recuperar un poco de la confianza perdida. Por eso recurrió a la crisis de gabinete. ¿Será suficiente? Al tiempo.

Twitter: @ricardoalemanmx

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