Las campañas primarias para la elección presidencial en Estados Unidos han sorprendido a la gran mayoría de los analistas acostumbrados a los procesos de los últimos años. En 2016 las cosas son distintas como lo atestiguan el liderato de Donald Trump y el éxito relativo de Bernie Sanders.

Son muchas las causas que explican esta nueva dinámica. La más relevante está relacionada con la profundidad y duración de la crisis que inició con la quiebra de Lehman Brothers y una recuperación mucho más lenta con relación a recesiones anteriores. Se estima que 32 trimestres después del inicio de la crisis, la economía de Estados Unidos está solo 10% arriba de ese punto, cuando en la peor ocasión anterior se encontraba 30% por arriba para el mismo periodo. Esta brecha de 20 puntos porcentuales explica la popularidad de Trump y Sanders.

Pero no es la única razón. Otra muy poderosa es la aparente ineficacia del gobierno provocada, en gran parte, de la falta de acuerdos entre demócratas y republicanos en Washington. La clase política de ese país pensaba, de manera arrogante, que su economía y sistema político eran inmunes a la disfuncionalidad de su gobierno, que las diferencias insalvables entre demócratas y republicanos no afectaban la vida cotidiana de las personas y que la creciente polarización era no sólo normal sino incluso deseable y que respondía a las preferencias de los votantes.

Aunque la polarización no es un problema exclusivo de Estados Unidos, allí el sistema político-electoral la ha exacerbado como resultado del rediseño de los distritos electorales para favorecer a los políticos en funciones y convertir a las elecciones primarias en las decisivas para la gran mayoría de los procesos electorales. Es decir, el sistema político estadounidense ha fragmentado al país en distritos, condados y estados de uno u otro partido. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales constitucionales se estima que son pocos realmente los estados en juego; este año podría ser diferente.

La elección de 2016 no es una normal. No sólo por el éxito de Trump y de Sanders sino por el incremento en la participación ciudadana. La causalidad en realidad es la inversa: Trump y Sanders obtienen votaciones altas por el mayor número de personas que se interesan por el proceso electoral, opinan y salen a votar.

De alguna manera los votantes están transgrediendo las barreras artificiales que demócratas y republicanos habían erigido para relacionarse endogámicamente entre ellos. Este fenómeno es más palpable en el ámbito de las primarias republicanas y explica por qué los analistas tienen dificultades para predecir las reacciones de votantes que antes no participaban en ellas. Muchos no encuadran en la visión tradicional del votante republicano muy conservador y activo en las primarias. Ahora participan, sobre todo a favor de Donald Trump, conservadores decepcionados con la ineficacia de su partido y del gobierno, adultos caucásicos de la tercera edad que temen los cambios económicos resultado del avance tecnológico y la globalización, xenófobos, independientes y hasta demócratas que en el pasado no hubiesen participado en las primarias y electores que antes no participaban ni en ellas ni en elecciones generales.

Es decir, la elección parecen estar definiéndola los votantes no probables y por tanto no encuestados ni entendidos. Por este motivo, Trump no pierde suficiente atractivo cuando traiciona valores tradicionales de los conservadores, lo que en el pasado era sentencia de muerte en las primarias.

Es también por eso que el establishment no ha encontrado cómo revertir decididamente la ventaja de Trump. Es la polarización, tolerada y promovida por las élites electorales la que ha creado espacio para un candidato con estas características.

Al final del día, es probable que el votante promedio aquilate la pobre calidad de Trump como líder y sea derrotado. Probable, pero muy lejos de seguro. De ganar la primaria demócrata, existe el riesgo de que los negativos de Hillary Clinton no le permitan asegurar la victoria en noviembre y termine como presidente de ese país tan importante un populista que uno esperaría de otros más endebles y en los que se discute qué tipo de arreglo nacional conviene.

Pareciera que la derecha republicana no acepta que los votantes de Trump también tienen derecho a participar en sus elecciones y a expresar sus opiniones. Nadie ha propuesto una estrategia para atender sus preocupaciones pero al mismo tiempo señalar que Trump es el peor candidato para enfrentarlas. De los candidatos que siguen en contienda, quizá el único que pudiere apelar a esta nueva masa novedosa de votantes que no se enmarca en el molde tradicional conservador de los republicanos sea John Kasich, el gobernador de Ohio. Es cierto que, hoy, parece no tener probabilidad alguna de ganar.

Sin embargo, es el único que habla abiertamente de la necesidad de que los republicanos trabajen con los demócratas para arreglar Washington. Es el único que puede, ya lo ha hecho en su propio estado, ser atractivo para los demócratas Reagan (trabajadores y obreros que suelen votar con los demócratas pero que llevaron a Reagan a la presidencia). Es el único que puede ganarle a Trump no por tener credenciales conservadoras impecables, sino por no tenerlas, y el único que quizá le pueda comunicar a un segmento de los votantes a favor de Trump que las medidas que propone son inviables y contraproducentes. Cruz no puede ni quiere ir más allá del conservadurismo extremo del que viene lo que limita sus posibilidades de ganar.

La viabilidad de Kasich depende del resultado de ayer en Michigan (en segundo lugar detrás de Trump y con Cruz cerca al momento de escribir), de que la semana que entra gane en Ohio, su propio estado, al tiempo que Marco Rubio se desista después de la elección en Florida, y de que se convierta en la alternativa al ser el anti-Trump.

Nota: el gobierno mexicano debe abstenerse de opinar sobre el proceso en Estados Unidos y comparar a sus candidatos con cualquier personaje de la Historia. Opinar es un error de cálculo estratégico. No obstante, debe seguir con detenimiento las elecciones para mejor entender el sentimiento de ese país. También para programar la aprobación del Acuerdo Transpacífico (TPP) en México. En la medida que Trump siga electoralmente vivo, el TPP estará muerto.

@eledece

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses