Donald Trump acaba de terminar su primera gira al extranjero que él califica como muy exitosa, pero que fue inaudita. No es poca cosa que el primer país a visitar no fuera uno de sus vecinos o cercanos aliados. Tampoco es menor el triunfo de la diplomacia saudí al lograr que el presidente de Estados Unidos los honrara con su presencia después de meses de condenar al Islam, a los musulmanes y su extremismo.

El secreto del éxito de Arabia Saudita descansa en identificar y explotar no las fortalezas de la nueva Casa Blanca en Washington, sino sus debilidades. En primer lugar, el ego. No hay mejor manera de granjearse el favor de Trump que la adulación, las alfombras rojas, las cortinas doradas y las manifestaciones de apoyo. Si, además, no hay demostraciones callejeras en contra, en un país donde están prohibidas, mejor. En segundo, la identificación de un enemigo común: Irán. Con su presencia en Riad y el espaldarazo a la monarquía saudí, el gobierno de Estados Unidos toma bando en la guerra sin cuartel, de larga data y sin fecha de expiración entre suníes y chiíes. En tercero, la naturaleza transaccional de la acción pública de Trump. Todo está en venta. Casi ningún otro gobierno en el mundo hubiese podido ofrecer al complejo militar de Estados Unidos y a su presidente jugosos contratos por cien mil millones de dólares.

La visita a Riad tiene un carácter histórico. La casa de Saud recibió a Trump con los brazos abiertos después de una difícil relación con Barack Obama que buscó minimizar la presencia de Estados Unidos en el medio oriente, abandonar el proyecto neoconservador de construcción nacional en la región y, la gota que derramó el vaso, negociar un acuerdo para posponer el desarrollo de capacidad nuclear de Irán por diez años. Los suníes veían a Obama como débil e incapaz de comprometer recursos para la estabilidad en el golfo Pérsico y frenar el proyecto de expansión iraní.

El rompimiento de la política de Estados Unidos no es, por lo menos todavía, completo en la medida en la que el gobierno de Trump siga certificando el cumplimiento de Irán con el acuerdo nuclear.

Por otro lado, el nuevo discurso en Riad es contrario a muchas de las críticas que el propio Trump hizo como candidato y presidente electo. Su acercamiento con Rusia, el planteamiento de que la prioridad de Estados Unidos era borrar a ISIS del mapa y los comentarios positivos al papel de chiíes sirios e iranís en su combate, apoyados por Vladimir Putin, parecen haber quedado en el pasado. Queda ahora por verse si la destrucción de ISIS sigue siendo el principal objetivo y si Trump logra que los saudís dejen de financiar a los movimientos islamistas radicales en la región y en toda Europa, los cuales son la fuente más importante de adeptos para los ataques terroristas y la propia expansión de ISIS. El mensaje de “no venir a dar lecciones” de cómo comportarse y el entendimiento de que cada país debe velar por sus propios intereses, pareciera indicar que la Casa Blanca no ejercerá mucha presión sobre su renovado cliente militar en el Pérsico. En esto consiste, precisamente, el éxito de la diplomacia saudí.

El problema para las democracias alrededor del mundo, y para México, es que el modelo de acercamiento y convencimiento de Arabia Saudita para con Trump no es replicable. Para gobiernos que enfrentan electorados y cuyos recursos provienen de la recaudación de impuestos, y no de una renta petrolera administrada autoritariamente, es prohibitivo el costo de convencer a Trump por medio de la adulación y la transacción.

Es esto lo que explica las dificultades de Trump en el segundo segmento de su periplo, ahora en Europa. Para Angela Merkel y Emmanuel Macron, ambos en periodo electoral, es imposible aceptar las formas y acomodar los caprichos de Trump sin un altísimo costo político.

Por supuesto, ésta no es la primera vez que un presidente de Estados Unidos es recibido en Europa con fuertes manifestaciones en contra. Ronald Reagan las sufrió quizá más que ningún otro, pero su política estaba dirigida no para alejarse de la Unión Europea sino a enfrentar a la Unión Soviética y luego asegurar la apertura de Europa Central. En cambio, la postura del nuevo gobierno de Estados Unidos parece tener como objetivo revertir la supuesta ordeña que le hace el resto de los países. El posicionamiento de Trump en Bruselas y Sicilia la semana pasada fue plenamente congruente con su discurso inaugural: cada país tendrá que cuidar sus propios intereses y Estados Unidos no será ordeñado nunca más y se detendrá la carnicería a la que estaban sujetos.

Para los que pensaban o esperaban que la influencia de Steven Banon hubiera disminuido, la gira reciente muestra que el instinto de Trump sigue siendo unilateralista, pero no aislacionista, y que seguirá jugando el papel de presidente disruptivo sin importar los costos estratégicos que esto implique.

En su primer viaje logró una alianza con un país no democrático y un distanciamiento con sus aliados históricos, lo que es buena noticia solo para Putin. Zanjar una brecha entre Europa Occidental de Estados Unidos ha sido durante décadas objetivo estratégico ruso. Pero más aún, al insistir en que los miembros de la OTAN incrementen el gasto en defensa y provocar que el gobierno alemán concluya que ya no se puede contar con el apoyo histórico de Estados Unidos, Trump acelera el inestable arreglo de una Alemania cada vez más fuerte, incluso militarmente, y una Europa más dependiente de Berlín.

Algunos piensan que la señora Merkel no debía haber dicho en Munich que Europa ya no puede confiar en Estados Unidos y que tendrá que avanzar por sí sola; que hubiera sido mejor dejar pasar los dichos de Trump y reaccionar sólo a sus acciones. Están equivocados. El discurso de la canciller alemana es una advertencia, sobre todo para los republicanos en Estados Unidos, de que acomodar a Trump no es una buena idea (pregúntese a los candidatos en las primarias que lo hicieron) y que debe ser enfrentado.

El líder que salió mejor librado de estas reuniones de la OTAN y G7 fue, sin duda, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. No sólo fue estratégicamente inteligente para no hacer comentarios negativos sobre Trump en los medios, sino que fungió como puente entre Europa y Estados Unidos. Esto le ha permitido acumular capital político en ambos lados del Atlántico que será muy útil cuando le toque enfrentar a su impresentable vecino. He aquí la principal enseñanza para México.

@eledece

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