La semana pasada los ciudadanos británicos tomaron la decisión histórica de renunciar a la Unión Europea. Aunque existe todavía la posibilidad de que no se siga el resultado del referendo y que el Reino Unido permanezca en la UE, en el pasado varios países han rechazado tratados fundacionales en sendos votos populares pero han reconsiderado en segundas rondas, lo más probable es que la ruptura realmente se dé.

Brexit es sin duda una mala noticia para Europa, para el Reino Unido y para el resto del mundo. La UE, con todos sus defectos y déficit democráticos, es quizá el proyecto político más importante del mundo en los últimos cien años y al cual los británicos han hecho una muy significativa contribución. Sin el Reino Unido, la UE hubiera sido distinta y quizá mucho menos comprometida con la globalización y la apertura. Por esto, es un tanto paradójico que una parte de la campaña para salir haya sido basada en una aspiración antiglobalizadora y en contra de la inmigración, cuando la inclinación aperturista y desreguladora de la UE responden a la agenda impulsada por gobiernos conservadores y laboristas del Reino Unido.

Hay muchas explicaciones sobre el resultado del referendo (la crisis económico-financiera de 2008 y la lenta recuperación, inmigración, terrorismo, la ineficacia y menores recursos del gobierno, la aprehensión al cambio) pero es importante asignar responsabilidad a la falta de liderazgo de la clase política. Aunque la abrumadora mayoría de miembros del parlamento se pronunció por permanecer, claramente no logró convencer a sus electores. Falló el primer ministro David Cameron no tanto en convocar al referendo sino al sólo descansar en el posible voto de electores identificados con la oposición para ganarlo. Falló Jeremy Corbyn, líder laborista, en no hacer todo lo posible para ganar el referendo y, así, convertirse en primer ministro. Fallaron los promotores de la salida al engañar al electorado sobre las causas de la inmigración y sobre las consecuencias de abandonar la UE.

Aunque parezca increíble, no existe ahora una clara hoja de ruta sobre qué hacer para lograr el tránsito a ex miembro de la UE; no se han pensado ni el qué ni los cómos.

El voto a favor de Brexit debería convertirse en una fuerte llamada de atención para líderes en todo el mundo sobre los riesgos del populismo y el peligro de no hablar claramente sobre la integración económica y la globalización. En los últimos 20 años muchos políticos de occidente han sido demasiado cautos en la promoción de la apertura comercial y la contribución que hace al desarrollo. Con frecuencia, han tenido un discurso que, por buscar ser políticamente correcto, termina como una defensa ambigua de la libertad de intercambio y de los beneficios que se derivan de las relaciones económicas con el resto del mundo. El hecho de que el debate a favor de una mayor integración y la globalización se pierda en su cuna hace del resultado doblemente importante.

En muchas ocasiones se ha visto a candidatos y políticos referirse a la apertura comercial con tal cantidad de calificativos que se envía la señal de que, quizá, no sea positiva: se enfatiza el costo que implica por reasignación de recursos, se subrayan las dificultades de sectores o regiones para competir en términos de costos absolutos, se condena a países con mejores estructuras de costos, se asegura a los sectores que sus intereses defensivos serán tomados en cuenta en la negociaciones, se les extiende poder de veto sobre el proceso de apertura, se enfatiza que la exportaciones son buenas y las importaciones malas. Por otro lado, no se señalan los beneficios para el consumidor en términos de precio, variedad, calidad de bienes y servicios; se olvidan de que lo importante no es la ventaja absoluta en costos, sino la relativa; se desestiman las ganancias dinámicas para el crecimiento y se olvidan de la abrumadora evidencia empírica de que los países y regiones abiertos al comercio internacional crecen consistentemente más y generan mejores condiciones de vida para su ciudadanos que las sociedades cerradas.

Este miércoles los líderes de América del Norte tienen una oportunidad de hablar sin ambages sobre las ventajas de la apertura y del éxito del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Es fundamental que lo hagan en vista de Brexit y de la amenaza que representa la visión de Donald Trump para el mundo. Es crucial que en la reunión de líderes en Ottawa se reafirme el compromiso para la profundización del TLCAN, se subraye que el Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) no sustituye al TLCAN y que continuarán las cumbres anuales entre los tres países y se enfatice el compromiso de los gobiernos de asegurar que Brexit no se convierta en punto de quiebre en contra de la apertura y a favor del proteccionismo.

Debido a los fuertes lazos culturales, lingüísticos y estratégicos entre Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, no es difícil prever que, si este último termina saliendo de la UE, haya próximas negociaciones de tratados de libre comercio entre ellos de manera bilateral. En este contexto, es importante que el presidente Enrique Peña Nieto exprese al primer ministro Justin Trudeau y al presidente Barack Obama que debe explorarse seriamente la alternativa de promover la adhesión del Reino Unido al TLCAN.

El ingreso al TLCAN representaría un proceso más expedito que una negociación desde cero y sería plenamente congruente con la negociación que de cualquier manera tendrá que tener con la UE. Si, por otro lado, el Reino Unido transita de la UE a EFTA (European Free Trade Association) donde estaba previamente, entonces se tendrían que negociar las condiciones del Reino Unido con cada uno de los miembros del TLCAN. Su participación en el TLCAN, por sí solo o como miembro de EFTA, o un tratado con Estados Unidos es crucial para el Reino Unido en vista de la negociación del TTIP en curso entre Estados Unidos y la UE.

Para asegurar una integración plena, estos tratados deberían considerar acumulación de origen entre América del Norte y Europa para lograr máxima competitividad. Al mismo tiempo, el ingreso del Reino Unido al TLCAN o negociaciones con América del Norte servirían como poderoso incentivo para que la UE avance en TTIP y asegurar que el proceso de apertura no se detenga por Brexit. Los líderes de América del Norte tienen ahora la oportunidad de serlo.

@eledece

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