Escribí el martes pasado en este espacio: “No creo que por la noche nos demos cuenta que Trump es el nuevo líder mundial, pero no me atrevo a decir, como sí lo afirmaba hace apenas unas dos semanas atrás, que ésta sería una elección de trámite, ¿o cuál es la necesidad de que el FBI se retracte de la investigación por el escándalo de los correos a unas horas de la elección?, ¿de que Barack Obama siga en una campaña que ya se antoja desesperada?, ¿que el Ejército de Estados Unidos transmita por Facebook Live una operación en Siria?... Seguros del triunfo no parecen estar”.

En pleno conteo del Colegio Electoral, la fotografía en Twitter de Hillary Clinton abrazando a una pequeña revelaba una derrota fulminante. Perdieron. Perdimos. Ganó la democracia. Ganó el antisistema.

Nadie pudo preverlo y al mismo tiempo sí, se repitió el Brexit, casi como una calca, con una gran diferencia: el referéndum inglés pudo ser impugnado en la Corte de Gran Bretaña y el balón pasó a la cancha del Parlamento, mientras que Donald Trump será, sí o sí, el nuevo presidente de Estados Unidos.

Desde ayer, va a ser difícil que alguien regrese a tomar en serio las encuestas, por más algoritmos que inventen, por más especialistas en todo, en pequeños detalles y en grandes ideas, por más que el discurso políticamente correcto se rasgue las vestiduras. El mundo cambió y el sistema se quedó viejo.

Donald Trump es un imbécil con poder, el imbécil con el mayor poder del planeta, ¿dónde quedó el payaso?, ¿en dónde termina el chiste?, ¿esperamos carcajadas de un silencio que nos quema de ánimos derrotistas? Trump es lo que se quiera, pero es un ganador de carro completo, se lleva las cámaras, se lleva varios gobiernos locales, le regalaron un elefante que aplastó al sentido común porque a final de cuentas, ¿desde cuándo las masas hemos tenido sentido común?, seamos francos, nos gana el escándalo, el show, Godzilla que acaba una y otra y otra y otra vez con Nueva York, con el mundo.

Entendamos de una vez que todo ha cambiado, que las redes sociales, en el afán de la democratización del todo, han logrado desempolvar cualquier discurso y cualquier tabú, que se vale mentarle la madre a la razón, entendamos que estamos enojados y que la víscera triunfa sobre las neuronas, porque es, como nuestra sociedad, lo más inmediato que tenemos.

El problema no es Trump, el problema es que Trump no va cumplir nada porque es imposible que lo haga, porque el muro no puede existir así como no pudo existir la paz en Irak o el cierre de Guantánamo o la atención médica para todos, el problema es lo que va a pasar con una sociedad, con un mundo que confió más en las entrañas que en la lógica. ¿Qué pasa cuando ni siquiera el caudillo puede resolverlo todo y termina dejándolo más revuelto que cuando empezamos?, ¿de qué tamaño será la depresión?

Y con todo, ¡enhorabuena porque ganó la democracia!

DE COLOFÓN.— Quizá no pudieron evitar que ganara Trump, pero tal vez si hubieran puesto a los consulados a trabajar más en crear ciudadanía que en competir por ver quién era más snob algo hubiera pasado. Al menos hubiéramos tenido una voz más allá de las noches de cocktail.

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