Estambul. Aterrizo en uno de los primeros aviones que vuelven a Turquía luego del fallido golpe de Estado, el segundo aeropuerto de Estambul, Sabiha Gökçen es un torbellino de viajeros perdidos, por más de 24 horas la puerta de Occidente a Asia estuvo cerrada y dejó varados a miles en el mundo. Hoy, los oficiales de migración pagan la deuda sellando pasaportes a destajo.

Al salir, puedo ver a un grupo de militares armados que comienzan a desplegarse, apenas hace unos minutos un puñado de golpistas intentó tomar el control del aeropuerto, la policía los recibió con golpes y apuntó sus armas contra ellos. Veo el rostro de un oficial con la mirada pertrecha, con la marca de Caín en la frente, si han matado a más de 290, ¿qué más da unos cuántos más?

Por suerte, no hay muertos, hoy en Estambul no se ha tiznado más la bandera de la luna menguante con el rojo de la sangre, al menos hasta el cierre del texto, mañana ¿quién sabe?, porque en las redes sociales, particularmente en Whatsapp, circulan rumores de atentados, dicen que los objetivos serán las estaciones de metrobús, que habrá bombas, que nadie salga, que se extremen precauciones.

Pero muchos no hacen caso, no al menos en la Plaza Taksim que se encuentra abarrotada, los seguidores de Erdogan no están asustados, parece que retan a los helicópteros militares no autorizados que se reportaron cerca de las once de la noche, apenas circulaba esta información en los medios turcos, cuando ya el presidente ordenaba su inmediata destrucción: todo lo que cruce el cielo sin permiso será destruido.

Taksim es un júbilo, parece el día de la independencia, una gran bandera turca se ondea entre los vítores a Erdogan, aquí, entre los que defienden la “democracia” turca, se oyen gritos que claman por restaurar la pena de muerte inactiva de facto desde 1989 (abolida legalmente en 2004), los conspiradores merecen morir, grita el pueblo bueno.

Erdogan ha dicho que el golpe de Estado fue un “regalo divino para limpiar al ejército”. Hasta el momento, al menos 2 mil 800 militares se encuentran en procesos penales que los podrían llevar al cadalso si reinstalan la pena de muerte retroactiva en perjuicio de los inculpados. Sí, en el régimen del “Estado de derecho” y la “democracia”, se discute la posibilidad de crear nuevas leyes para ejecutar a los traidores, aun cuando el delito lo hubiesen cometido sin la existencia de las mismas.

Pero, ¿por qué no aprovechar y limpiar de una vez todo?, ¿por qué limitarse al ejército? Hasta el cierre de este texto, cinco de los 22 ministros de justicia han sido destituidos y miles de funcionarios de “conductas cuestionables” están en prisión, sospechosos de conspiración. Estar contra el régimen es ser conspirador, ¡vaya democracia!

Por eso, los ciudadanos turcos que no comulgan con Erdogan, pero tampoco con las vías violentas de transformación social, se vuelven más cautos con sus comentarios, piensan que el golpe de Estado vino desde el mismo gobierno para dar más poder al presidente y dotarlo de mayor legitimidad, pero no tienen pruebas que puedan sustentarlo.

El sector liberal de Turquía, conformado por intelectuales y artistas, levantan la ceja ante un golpe que les parece fabricado y temen por un cambio radical en sus libertades con el paso del tiempo.

No les falta razón, en Taksim gritan los fieles a Erdogan: ¡Si quieres que los matemos, los matamos!

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