Caminar por la colonia Ampliación López Mateos, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, es como perderse en un cuadro muy triste del México de contrastes. En sus calles de terracería emergen casas con techos de asbesto que le hacen ruido a otras más nuevas, de dos pisos, recién pintadas, con terrazas amplias y garage blindado.

Ahí, en Itace 450, hace unos días, el sábado, llegó un comando armado que en segundos arrojó la metralla que mató a una familia, nueve mujeres y dos hombres. Vivían en una construcción casi en obra negra. No eran ricos. No tenían nada blindado.

Minutos más tarde, a unos cuantos kilómetros, en Pamoranes 123, Revolución Verde, otra metralla, otra casa humilde, otros muertos: dos mujeres, una menor de edad y un hombre.

Milenio cabeceaba la nota: Tamaulipas: Disputa entre criminales deja 14 muertos, no sé si los 14 eran criminales, de poca monta seguro, porque ninguno parecía vivir con muchos lujos. No sé si vendían droga, si estaban ligados al secuestro o a las armas.

Al día siguiente, en Ciudad Victoria, aparecía una narcomanta dirigida a las autoridades federales. Entre otras cosas decía:

“Recojan a los civiles muertos que les dejé en Ciudad Victoria, ya que después de que el gobernador Egidio Torre Cantú agarró dinero para protegernos, ahora le da la espalda a mi gente, mientras las bravas rabiosas sigan atacando mis negocios en Nuevo Laredo, seguiré ordenando ataques a la poblacion civil en Ciudad Victoria”, (sic).

El mensaje viene firmado por el Cártel del Noroeste y por el Cte 40, supuestamente El Z40, Miguel Ángel Treviño Morales, recluido en el Altiplano, desde donde, según el mensaje, sigue controlando la zona.

Independientemente de la amenaza dirigida a las autoridades, quedan dudas preocupantes sobre los muertos: ¿Eran población civil?, ¿gente que no tenía nada que ver con la delincuencia organizada?, ¿gente de escasos recursos que sirvió como muestra de poder?

Si es así, estamos frente a un nuevo escenario: El narco que mata inocentes como amenaza.

¿Se quedará impune?

DE COLOFÓN. El normalista Julio César Mondragón no fue desollado, la fauna de Guerrero le arrancó la piel del rostro y no murió por balas, sino por golpes: CNDH.

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