Queridos amigos, el extraordinario 2015 está por terminar. México puede dormir tranquilo en estos últimos días de un año lleno de satisfacciones para todos nosotros, empezando por la enorme lista de aciertos de nuestros políticos.

Aprovechemos para recordar, con agradecimiento.

Demos gracias por la agudeza política con la que el secretario de Gobernación, el eficaz Miguel Ángel Osorio Chong, manejó los últimos meses del encierro en México de Joaquín Guzmán y su posterior proceso de extradición a Estados Unidos. Muchos incrédulos decían que El Chapo haría lo que fuera con tal de evitar ser entregado a la justicia estadounidense, destino temido por todos los narcotraficantes, de cualquier origen. Algunos incluso llegaron a sugerir que, antes que permitir su extradición, Guzmán intentaría escapar de nuevo. Pero el capo no contaba con el profesionalismo incorruptible del sistema penitenciario mexicano y, sobre todo, con la seriedad de Osorio Chong, quien atendió al pie de la letra las indicaciones del presidente Peña Nieto: Osorio debía cuidar a Guzmán y eso fue exactamente lo que hizo, evitándole un “imperdonable” bochorno a su jefe. También valga un reconocimiento a la PGR del siempre humilde Jesús Murillo Karam, que dejó de lado el rancio nacionalismo mexicano para hacer lo correcto y apurar la deportación del capo del cártel de Sinaloa. Hoy, Joaquín Guzmán duerme (es un decir) en la impenetrable prisión Supermax de Colorado, desde donde aporta datos para continuar con el desmantelamiento de la violencia en México. ¡Enhorabuena!

Y ya que estamos en la PGR, demos gracias de nuevo por Murillo Karam. Sin la excepcional respuesta del entonces titular de la Procuraduría federal en los últimos meses del año pasado y los primeros de 2015, habría sido imposible resolver a cabalidad el horrendo crimen de la desaparición y muerte de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Murillo tomó las riendas de inmediato, haciendo suyo el caso y atendiendo todas las versiones con un talante al mismo tiempo incansable y profundamente humano. Su paciencia con los periodistas fue sólo superada por su empatía con los dolientes. Hoy, la herida de Ayotzinapa está cerrada en gran medida gracias a Murillo, quien nunca trató de imponer una versión apresurada de los hechos.

Y si de respuestas perfectas hablamos, agradezcamos la manera como el gobierno mexicano manejó el escándalo de la Casa Blanca, que aunque comenzó en el no menos fabuloso 2014, tuvo su desenlace este año. Fue hasta emocionante ver al gobierno vencer al final sus peores instintos: en lugar de esconderse detrás de aquella cantaleta de “podrá ser inmoral e incorrecto, pero no es ilegal”, Presidencia reconoció que la compra de la casa de la primera dama se había tratado de un vergonzoso conflicto de interés. Lo mismo hizo el secretario de Hacienda cuando aceptó, en varias entrevistas, que las condiciones en las que adquirió su casa en Malinalco habían sido incorrectas para un hombre en su posición. Su mea culpa fue tan contundente y auténtico que la opinión pública lo arropó, convirtiéndolo en seguro candidato presidencial.

Demos gracias también por la Secretaría de Relaciones Exteriores. ¿Recuerda el lector aquel momento en el que la Cancillería optó por ser valiente y puso un alto a la violenta retórica de Donald Trump contra los mexicanos en Estados Unidos y contra México en general? Fue memorable ver al canciller Meade (¿o fue la canciller Ruiz Massieu? No recuerdo, pero da igual porque los dos demostraron gallardía similar) recurrir a datos duros para demostrarle a Trump y sus secuaces todo lo que la sociedad estadounidense le debe a los inmigrantes mexicanos. Aunque al principio denunció injerencia extranjera en “asuntos internos”, el reconocimiento internacional a la valentía mexicana fue tal que Trump no tuvo más remedio que bajarle el volumen a su megáfono de odio. Así también hay que reconocerle a México su liderazgo en el caso de Venezuela. ¿Qué habría sido de la lucha por la democracia en Venezuela sin la firmeza de la voz mexicana denunciando a Nicolás Maduro? Hasta Leopoldo López reconoció al gobierno mexicano su papel en la negociación de su liberación. ¡Qué orgullo!

Demos gracias también por la renovación constante de nuestra clase política, sobre todo la oposición. ¡Da gusto ver al PAN buscando nuevas figuras, alejado de extrañas nociones de renovación dinástica! También es un gusto ver que Acción Nacional no ha copiado los vicios del PRI y se ha convertido en un partido no sólo de extraordinaria coherencia sino de oposición decidida y lúcida. ¿Y qué decir de la izquierda mexicana? Las cosas pintan mejor gracias a la célebre generosidad de Andrés Manuel López Obrador, quien entendió hace tiempo que era hora de abrir camino a las nuevas voces que podrán garantizar un futuro para el pensamiento progresista en México. Sin la guía de López Obrador, la izquierda mexicana no estaría llena de líderes jóvenes y atractivos, hombres y mujeres nacidos en los años setenta que ofrecen una visión fresca de un México más justo. También hay que agradecerle a Miguel Ángel Mancera la valentía de dejar de lado sus aspiraciones presidenciales para concentrarse en gobernar la ciudad de México. Con Mancera, la capital mexicana ya no fue un escalón rumbo a la Presidencia, sino lo que siempre debió ser: una complejísima ciudad llena de retos que, de no ser gobernada con atención absoluta, podría colapsar hasta convertirse en una maraña de tráfico, crimen y caos. ¡Qué bueno que Mancera lo entendió a tiempo!

Feliz 28 de diciembre, querido lector. Que el 2016 nos traiga mucho que agradecer, sin tener que recurrir al Día de los Inocentes

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