Como en domingo 7. Y no el que Franklin D. Roosevelt dijera en 1941 que viviría para siempre en la infamia. No, como el del cuento de los enanos que cantaban: “Lunes y martes y miércoles tres/ jueves y viernes y sábado seis”; rima interrumpida por el tonto del pueblo con el alarido de ¡Domingo siete! Así desafinaron los del PRI desconsolado y proclive a incubar prófugos que aparezcan como candidatos de la oposición plural y conjunta para acabar “con la hegemonía del PRI”.

Y no se trata del mitin popular y callejero en el que Miguel Ángel Yunes proclamó haber cumplido el sueño de su vida: ser gobernador de Veracruz; y portador de regalos como los griegos que abandonaban las playas de Troya y dejaron el enorme caballo de madera: una bolsa con más de veinticinco mil millones de pesos es el regalo del que era portador quien hizo larga carrera en el PRI inexplicable y la prolongó en los sexenios del inefable Vicente Fox y del fatídico Felipe Calderón Hinojosa. Muchos años, muchas maromas, pero llegó a gobernador. Y el ex gobernador que amenazó denunciarlo por el delito de enriquecimiento (quién sabe por qué) inexplicable, es hoy Javier Duarte, prófugo de la justicia y ejemplo elegido por el flamante dirigente tricolor para exhibir el afán justiciero del PRI.

El PRI de Enrique Ochoa Reza ha sentenciado al ostracismo partidario a todo aquel cuyo nombre aparezca junto o cerca de personajes del crimen organizado o con ánimo caciquil y avidez de oro; en las redes sociales, en las primeras planas de los diarios y en el ágora electrónica de la televisión que entretiene y aporta generosas donaciones a los mexicanos del común que son millones. Lunes y martes y miércoles tres: la corrupción y la impunidad imperantes son el vicio generalizado de la democracia nuestra del vuelco y las alternancias, de la política sometida al dictado de la economía financiera y global. Con y sin los narcotraficantes convertidos en capitalistas del exclusivo club del uno por ciento. Pero el saqueo de gobernadores y socios de la clase en el poder, no es exclusiva del viejo partido de asaltantes tricolores.

Roberto Duarte y familia son ya indiciados de delitos varios en Quintana Roo. El Poder Judicial de la Federación negó un amparo al también priísta ex gobernador de Durango, Jorge Herrera Caldera. Del archivo sacaron a Tomás Yarrington, ex gobernador de Tamaulipas, casi olvidado en el México del presente continuo. Y Ochoa ya se enredó en la trama de liderazgo moralista que deja sin resolver las iniciativas de ley anticorrupción y no lo obedecen los legisladores del PRI, de los que supuestamente es pastor. O se le nubla la vista cuando le señalan algún gobernador corrupto que saquea el erario estatal y las participaciones federales, pero no es del PRI sino de los que se dicen de oposición, por aquello de la hegemonía sempiterna y el nulo efecto de los desprendimientos del tronco común.

Aquí no hay más que el PRI y la santa y democrática oposición del resto de las partidos plurales a los que les llegó el fin de la historia y juran que ya no hay izquierda ni derecha. Hay hartazgo de ciudadanos cuyo voto otorga el mandato a los candidatos que aparecen en los medios de distracción masiva y luego en las nóminas de los encuestadores, augures, lectores de entrañas y del vuelo de las aves. Todos los días hay que hacer encuestas. Todos los días son domingo 7, amanece muy temprano y hay que incluir en las listas de encuestados los nombres de los sospechosos habituales y los que surjan cotidianamente, sea al lado de los encumbrados, o en los comederos de lujo, sin olvidar al ejército de aspirantes a candidatos independientes a la Presidencia de la República.

Así, nadie se extraña de que los solemnes solones del Instituto Nacional Electoral impongan la obligación de demoler los anuncios espectaculares sembrados por miles en territorios ajenos a los del gobernador de Morelos, Graco Ramírez del PRD; o a los que exaltan al gobernador poblano, híbrido de PAN y PRD, Rafael Moreno Valle, como el César Augusto del tercer milenio. Cierto, está preso el panista ex gobernador de Sonora, pero los del PRI no se conforman con el recuerdo del otro panista indiciado, el de Aguascalientes. Donde volvieron a ganar los de la falange alternante, en cuyo seno se disputan la candidatura a la grande de 2018 Ricardo Anaya —cuyas cuentas del 3de3 dan domingo 7— y la esposa de Felipe Calderón —enemigo jurado de la reelección y el divorcio—.

Hace unos días cumplió Enrique Peña Nieto cuatro años como titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Y en plena dispersión de los militantes del partido que lo llevó al poder, se sintió obligado a declararse “orgullosamente priísta”. Reasumió estilo y actitudes de político en campaña. Necesitaba hacerlo o aceptar en silencio la condena de una aceptación ciudadana de 16%. En Francia, apenas 13% de los ciudadanos aprueba la gestión del presidente Francois Hollande. Y el fascismo que ha vuelto a incrustarse en la globalidad financiera de mercaderes y demagogos capitaliza el hartazgo de los de abajo. Dondequiera que hay elecciones gana la ultraderecha. Hollande enfrentó con valor y decisión de estadista la dura realidad: anunció al pueblo francés que no será candidato a la Presidencia en las inminentes elecciones.

En México no hay reelección. Pero Enrique Peña Nieto sabe que el poder presidencial está en juego en las elecciones a gobernador del Estado de México. Como hace seis años. Pero entonces en Los Pinos despachaba Felipe Calderón. Habían llegado al límite la violencia de la guerra contra el narco y las víctimas de la barbarie desatada al imponer el Estado de excepción ficticio. Así y todo, con la carga adicional de la insospechada corrupción panista, el PRI seguía siendo el objetivo de la oposición, venturosamente plural en la norma, pero reducida a PRI y oposición por la larga narrativa del Estado nacional revolucionario.

Y el candidato del retorno del PRI al poder, resolvió la sucesión en su tierra con firmeza, con visión y decisión para relegar allegados y validos, por cercanos que fueran: y demostrar capacidad de operador político que supo apoyar la candidatura de quien pudiera ganar las elecciones: Eruviel Ávila, alejado de Toluca y de Atlacomulco, popular en las muy pobladas zonas vecinas a la Ciudad de México. Ganó y pudo hacer el pacto con la oposición que hizo posible las reformas de las que ahora hace gala. En el Consejo Nacional, el activista vuelto a escena; y al mismo tiempo, el político atrapado en el círculo de la cercanía en Los Pinos, que llevó a sus secretarios al consejo integrado por militantes de cepa, hoy resentidos, o en ánimo de dispersión.

En todo caso, sorprendió la presencia del secretario de Gobernación, conducto del titular del Poder Ejecutivo con los partidos políticos; razón por la cual nunca asistía a estos actos. Quizás incluyó a Miguel Ángel Osorio Chong como contrapeso a los madrugadores, a la insistencia en dar lustre al opaco Aurelio Nuño, o en abrir la puerta a un “simpatizante”, al secretario de Hacienda José Antonio Meade. Sea lo que fuere, quien sabe hacer política, negociar y acordar, conceder sin ceder, le hará falta a Enrique Peña Nieto. Osorio Chong es político militante, pero no puede serlo como conducto y como adversario simultáneamente. En política únicamente los errores que se repiten son irremediables.

Ahí está el proceso político pausado y firme de Alejandro Murat en Oaxaca. Mientras se pedía la cabeza de Gabino Cué, Murat guardó silencio. El día que apareció en la prensa nacional una foto del todavía candidato al lado de Toledo, vimos la imagen de la sensibilidad oaxaqueña. Cuando acordó temas del diálogo con la Coordinadora, después de rendir protesta como gobernador de la tierra de Benito Juárez, Alejandro Murat demostró lo que significa hacer política y no hacer teatro bajo las luminarias.

Así no importa quienes digan qué, como en el corrido de Juan Charrasqueado, los del PRI que volvió se aconsejan y se van.

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