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Antes de comenzar a leer esta columna es importante que diga tres cosas de mí. Una, que me considero amiga de Nicolás Alvarado, de quien sobre todo disfruto su sentido del humor; dos, que soy invitada permanente de la Asamblea Consultiva de Conapred (me quedé tras seis años de ser consejera en activo). Sí, es la misma institución que emitió “medidas precautorias” y solicitó que Alvarado pidiera una disculpa tras una columna que escribió. Ya habían recibido una queja de 12 personas y una institución al respecto. Medidas que luego retiró, por cierto.
Tres, soy madre de un niño con discapacidad y me la paso la vida sugiriendo, pidiendo, el uso correcto del término “persona con discapacidad” y no “discapacitados”; también de pedir que no sea utilizada la discapacidad como sinónimo de un insulto.
Creo, pues, que las palabras son importantes y mucho. Que sí determinan la manera en que vemos la sociedad. Esto último me ha llevado a tener buenos debates con compañeros caricaturistas que insisten en que sólo se puede hacer humor a partir de estereotipos y yo no lo creo; a discutir en redes sociales (que fue un error) con un político que usó “Down” como insulto (con la consecuencia de que jamás he sido tan insultada en mi vida) y otras anécdotas más.
Todo esto, al mismo tiempo que soy una persona que utiliza algunas groserías con regularidad. No creo, en absoluto, que sean “malas palabras”. Una sección de mi programa televisivo consiste en preguntarle a mis invitados cual es su grosería favorita y tengo una colección maravillosa. O mejor dicho: chingona. Y sí, el verbo chingar es el más utilizado. No se le hará raro. Eso sí, creo que “naco” no lo ha dicho nadie en más de dos años.
Ahora, también creo que el ataque-linchamiento a Nicolás Alvarado por escribir que no le gusta Juan Gabriel, que consideraba sus lentejuelas “nacas” (creo que eso indignó más que llamarlo poseedor de sintaxis “iletrada”) y que pese a ello ordenó la realización de un programa especial sobre él, y que luego llevó a su renuncia… es algo digno de analizarse por muchas cosas.
Adelanto que tengo más preguntas que respuestas.
Al leer su texto y conociéndolo, no me pasó nunca por la mente que fuera discriminador porque él no lo es. Su historia personal lo demuestra. Lo disfruté muchísimo porque se reía de sí mismo. La última línea lo resumía todo: la referencia a la canción J’suis Snob, que es cruelmente hilarante. Claro que quizá hubiera sido más entendida si Nicolás, en lugar de autoasumirse snob en francais hubiera citado la interpretación al español de la misma canción hecha por Nacha Guevara. Búsquela, vale la pena.
Él ayer dijo que se disculpaba no por el texto, pero sí por el momento en que lo escribió. Porque estábamos (estamos) en un momento de duelo nacional por la muerte de Juan Gabriel y equivalía a llegar a contar un chiste al velorio. Quizá. “La oportunidad del texto fue naca”, dijo ayer con Ciro Gómez Leyva.
Bueno, todo esto es, al mismo tiempo, una excelente oportunidad para dar un debate que no hemos dado en el país: qué hacemos con la frontera que existe —pero cuya definición es nebulosa— entre el derecho a la no discriminación y el de la libertad de expresión, por ejemplo.
Otra: si debemos tener dos raseros para ciudadanos —y sobre todo artistas, periodistas, críticos (como lo es y será Nicolás antes y después de TV UNAM)— y funcionarios públicos o, también otros personajes públicos y más si dirigen canales públicos culturales. Si éstos últimos deben “resguardar” el lenguaje más que nadie, por ejemplo. Es pregunta.
Un ejemplo que es difícil de imaginar, pero intentémoslo: Si algún gobernador u obispo hubiera dicho “joto” o “naco”, ¿estaríamos contentos con que no se les dijera nada?
¿Pueden las palabras ser sustraídas de su contexto y de quien las dice o de plano siempre las podríamos (nótese el uso del verbo) prohibir? ¿O qué hacemos con gente de la comunidad LGBTTI que con orgullo conjugan la palabra “jotear” con gracia y apropiándosela? ¿O de las personas con discapacidad que se burlan de su propia discapacidad? ¿Los regañamos a todos?
¿Desterramos “naco” para siempre de nuestro vocabulario? ¿Hacemos una iniciativa de ley que lo prohíba y sancione? ¿Hacemos una campaña para hablar del dañino vocablo que es por sus connotaciones sociológicas, clasistas, que propician la desigualdad? Son preguntas.
¿No será también que las palabras son inseparables, también, del tono en el que se dicen? Cualquiera podría decir: “Ay, mi reina (o mi rey)” con un tono despectivo o condescendiente tal que es mucho peor que un insulto. ¿Y entonces?
¿Será que el humor del mexicano que, de todo se burla, tiene sus límites o sus tiempos? ¿Los tiene? ¿Cuáles son?
Nicolás se fue ya de TV UNAM. Lo lamento, pero lo festejo: creo que será más feliz fuera de la esfera forzada a la que, por lo visto, metemos a los funcionarios públicos que deben serlo hasta en la cama con sus mujeres… u hombres. Al menos mientras lo discutimos.
Yo sigo impresionada con la despedida masiva a Juan Gabriel. Qué fenómeno extraordinario.
Hillary Clinton ya dijo que no viene a México. Gracias, pero no gracias. Otra raya más al tigre (por así decirlo). ¿No es principio de lógica, ya deje usted de política exterior, amarrar las dos visitas antes de aceptar una?
La Suprema Corte de Justicia ya falló: por unanimidad son inconstitucionales los “paquetes de impunidad” que se hicieron los gobernadores Duarte: César y Javier, de Chihuahua y Veracruz, respectivamente.
Es un mensaje claro (más) para ambos. También para gobernadores presentes o futuros que quieran hacer lo mismo.
En el PRI tienen abierto un proceso abierto contra Los Duarte, Roberto Borge y Rodrigo Medina, ex gobernador de Nuevo León.
Ayer decía Enrique Ochoa Reza que la decisión que tome la Comisión Nacional de Justicia Partidaria podría darse antes de que Los Duarte y Borge dejen sus respectivas Casas de Gobierno. La sanción va de la suspensión de derechos hasta la expulsión.
Desde ayer Omar Fayad Meneses es el nuevo gobernador priísta de Hidalgo, uno de los pocos estados de la República que siempre ha sido priísta y jamás ha tenido alternancia.
Su llegada a la Casa de Gobierno va también de la mano con la llegada de una heroína de la telenovela nacional: Victoria Ruffo, con quien ha estado casado desde marzo de 2001 (a su boda fueron Francisco Labastida, Jesús Murillo Karam, Jeffrey Davidow, entre otros políticos).
Ambos fueron la pareja municipal durante el periodo en que Fayad fue alcalde de Pachuca, la capital, y ella alternaba sus labores al frente del DIF local con la actuación, por ejemplo con la obra “Huevo de Pascua”. Él ya dijo que Ruffo no tendría por qué dejar de trabajar en los foros.
Será la tercera actriz actualmente en ocupar ahora el rol de esposa de un titular de ejecutivo. Tenemos a Angélica Rivera, esposa del presidente Peña Nieto y Anahí, esposa de Manuel Velasco, gobernador de Chiapas.
Pero la iniciadora de esta etapa fue Silvia Pinal quien fue esposa de Tulio Hernández cuando éste fue gobernador de Tlaxcala de 1981 a 1987. También estuvo Mariagna Pratts, quien fue esposa de Marcelo Ebrard durante su gestión como Jefe de Gobierno capitalino.
¿Pero qué se puede esperar de la gestión de Fayad?
En materia a lucha contra la corrupción no presentó su paquete de declaraciones #3de3. No está de acuerdo con el dar a conocer lo que tiene, punto. Dice que es como darle un álbum a secuestradores. Promoverá un #4de4, es decir, a la declaración patrimonial (pero dado a alguna institución que la vigile y no la haga pública), la fiscal y la de conflicto de intereses sumará la de los exámenes de control de confianza. Prometió someterse al polígrafo y exámenes antidoping.
Prometió que presentará su propio Sistema Anticorrupción estatal. Por lo pronto a su equipo de gobierno los quiere ver en la calle, haciendo su trabajo, no nada más detrás del escritorio. Hasta él se incluyó.
Por cierto, a quien será su secretario de obras hasta le pidió usar menos el helicóptero, claro para desplazarse por las carreteras estatales. ¿Hará lo mismo Fayad?
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