Enrique Ochoa Reza ganó la rifa del tigre. Salir de la CFE para aplicar al PRI una descarga de alto voltaje podría resultar más que una metáfora.

Quienes conocen al joven abogado y economista moreliano hablan de una persona inteligente, preparada y capaz. Eso es bueno para el PRI, y para la política del país.

Sin embargo, el nuevo presidente del partido tricolor debería aclarar dos cosas.

Primero, acreditar una “militancia fehaciente” de diez años, como exigen los estatutos de su organización política, no sólo mediante una vieja credencial firmada por Luis Donaldo Colosio, y ofrecer su versión del video, sospechosamente “filtrado”, en el cual el propio Ochoa Reza desmiente de viva voz tal militancia.

Segundo, la forma de su designación, que fue elección, expresa viejas costumbres que creíamos superadas. Eso debería darle pena a él y a quien lo mueve sólo con un dedo como una marioneta.

La llegada de Enrique Ochoa vuelve a advertir que los priístas —más allá del cerrado círculo en torno a Enrique Peña— han sido ajenos, extraños y distantes a la suprema voluntad presidencial. Todos los tricolores podrán tener voz pero, en este caso, sólo uno tuvo voto.

Si la llegada de Enrique Ochoa no rechina de limpia, aunque formal o aparentemente sea legal, aún no es legítima.

“Si Ochoa no aclara todas estas dudas con verdad creíble, allá él, y que con su PRI se lo coma”, remata el panista Diego Fernández de Cevallos en reciente comentario radiofónico.

Políticamente, Ochoa Reza es una apuesta arriesgada. Le falta calle, más allá de sus diplomas de universidades extranjeras, a pesar de haber mostrado valía cuando estuvo en el equipo de transición presidencial y de haber sumado una vasta experiencia administrativa en materia energética.

Insisto, mientras carezca de legitimidad al frente del PRI, no tendrá estatura para exigir rendición de cuentas a los gobernadores pillos, de largo colmillo, que han defraudado a millones de ciudadanos y a su partido.

Listo —en doble sentido—, Ochoa no puede contentarse sólo con cumplir, leal y patrióticamente, la voluntad del “mandamás”: revertir la debacle priísta para conservar el poder.

EL MONJE CALCULADOR: Enrique Ochoa “reza” por un milagro para que lo perdonen, primero los priístas y mañana los votantes hartos de mañas y fechorías. El flamante pastor priísta enfrenta un desplome histórico de las preferencias hacia su partido, hecho determinado por la peor calificación del desempeño presidencial, por encima de cualquier otro factor. No la tiene fácil.

@JoseCardenas1

josecardenas@mac.com

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