En estos días se conocerá oficialmente el nombre del nuevo empresario de la Monumental Plaza México, después de casi 25 años de gestión de Miguel Alemán Magnani y Rafael Herrerías. El nombre de Javier Sordo está firme, faltando por definirse los últimos detalles del organigrama y la estructura general de su proyecto. Es titánico el reto que implica renovar de raíz la oferta del espectáculo de toros en la capital, en busca de mejorar su calidad.

Se revelará también el nombre del operador de la nueva entidad, el encargado directo de contratar toreros y confeccionar carteles. Lo estaremos informando opor-tunamente en estas páginas de EL UNIVERSAL.

La nueva empresa deberá buscar nuevas fórmulas para intentar que el público regrese a los tendidos, en estos tiempos donde la tauromaquia es más atacada que nunca con información muchas veces falsa o distorsionada. Tendrá que estar plenamente consciente de que un empresario es un intérprete de los gustos y deseos de los aficionados. ¿Por qué no pensar en que los niños entren gratis o implementar estrategias para atraer a los jóvenes de las universidades a través de una publicidad favorable del toreo?

Deberá propiciar la revaloración de la Fiesta mexicana, impidiendo a toda costa que las
figuras europeas impongan encierros indecorosos de las ganaderías comerciales o se brinquen la forzosa ceremonia del sorteo, como sucedió durante la Temporada Grande pasada. Tolerar esos atropellos hace que los diestros ultramarinos no nos tomen en serio y piensen en los ruedos mexicanos como un paraíso para vacacionar.

Es preciso decir que el empresario que llegue tendrá la condicionante que representa el hecho de que los encierros a lidiarse seguirán siendo los que los toreros de peso elijan. No esperemos entonces que por arte de magia regresen algunas ganaderías que no lidian frecuentemente, vacadas con casta y bravura que contradictoriamente las figuras no se quieren encontrar.

Urge redefinir el toro de la Plaza México, hoy por hoy un animal terciado que no impone respeto. Se requiere de un toro en tipo, con edad y presencia, sin exageraciones, pero con cara y pitones. Dentro del parámetro que marca el fenotipo del bovino nuestro, por supuesto que sí puede ser presentado con dignidad y categoría. El toro es el rasero. El toro es el que da o quita prestigio a una plaza. Cortar una oreja en el coso metropolitano ha dejado de ser tan importante como era antaño. Triunfar en La México con el toro de La México, en general tiene poco peso y repercusión. Todos los encierros, sin excepción, deberán estar bien presentados, y en las tardes clave tendrá que evitarse a toda costa filtrar reses sin trapío, que lo único que hacen es seguir restándole credibilidad al gigantesco embudo.

Urge también remozar y a la vez modernizar la plaza, convertirla en un espacio cómodo y agradable, con atractivos que resulten apetecibles para los jóvenes.

La nueva empresa llega en un momento muy delicado para la Fiesta. Dentro de su replanteamiento deberá poner imaginación, talento negociador y sentido taurino en un trabajo de tiempo completo muy demandante, en el que hay que hacer malabarismos con un sinfín de intereses, caprichos y condiciones.

Mientras son peras o son manzanas, es importante que no se vayan a agarrar de la tardanza de la transición para brincarse las novilladas. De por sí hay pocas, y no tenerlas en La México sería un mal comienzo de la nueva empresa. La Temporada Chica será su tarjeta de presentación y una buena oportunidad para empezar a innovar con creatividad.

heribertomurrieta65@gmail.com

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