La vez anterior el presidente Enrique Peña Nieto se enteró hasta pasadas las ocho de la mañana, y el primero en publicar la noticia fue The New York Times. Esta vez fue distinto, la noticia la dio el propio Peña Nieto: “Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido”.

La imagen que dará la vuelta al mundo muestra a un Chapo Guzmán sucio, pensativo, con la mano en la barbilla, lo que parece un ojo amoratado, y los brazos llenos de rasguños. A su lado, un cómplice semidesnudo, y cubierto también de rasguños, baja la barbilla con marcado aire de desaliento.

El Chapo fue detenido en Los Mochis, hacia las cuatro de la mañana, de acuerdo con periodistas locales, mientras huía por una alcantarilla, acompañado por El Cholo Iván. Según Carlos Loret, sus captores fueron los mismos que lo detuvieron en febrero de 2014 en Mazatlán.

El ciclo de la fuga comenzó a cerrarse a finales de julio de 2015, cuando la DEA informó al gobierno mexicano que El Chapo bajaría de la sierra para reunirse con algunas personas en Los Mochis. Fuerzas especiales fueron movilizadas hacia un paraje rural. Se dijo entonces que El Chapo se les había escapado por siete minutos.

Poco después fue ubicado en Tamazula, Durango. Escuchas telefónicas realizadas por los cuerpos de inteligencia revelaron que seis intermediarios llevaban al narcotraficante alimentos, ropa y otros suministros a un punto situado en la sierra. Las autoridades detectaron varios vuelos que habrían servido para llevarle a El Chapo las cosas que pedía.

Se hicieron públicas las fotografías de una cabaña en Bastantitas, municipio de Tamazula, en la que el capo habitó supuestamente desde su fuga hasta el 17 de agosto pasado. La cabaña contaba con agua corriente, regadera y un clóset portátil. Pero El Chapo ya no estaba.

Fuentes de la Marina informaron que se movía por la sierra en mulas, caballos y vehículos todo terreno. Escribí aquí que esa imagen recordaba la fuga hacia la nada de Servando Gómez, La Tuta, líder de Los Caballeros Templarios, que vivía atrapado en lugares boscosos, abriéndose paso con machetes, impedido de bajar a las ciudades por las que antes se paseaba con una escuadra de plata clavada al cinto.

En octubre llegaron noticias de que las fuerzas federales le pisaban los talones, desatando el terror de las comunidades serranas y provocando el desplazamiento de sus habitantes. ¿Fue en una de esas incursiones de los fusileros paracaidistas de la Marina cuando circuló el rumor de que El Chapo estaba herido en la cara y se había roto una pierna?

La captura ocurre a unos días de que The New York Times lanzara un editorial demoledor contra el gobierno de Peña Nieto y su manera de investigar la fuga de El Chapo del penal de máxima seguridad de El Altiplano.

En la rosca de Reyes de Peña Nieto venía uno de los criminales más buscados del mundo, a cuyas guerras debemos decenas de miles de muertos. El Chapo es la oportunidad del gobierno mexicano de dar a conocer de manera convincente hasta el último detalle de la fuga, y de castigar, del funcionario más modesto al más encumbrado, a quienes hayan estado involucrados en ésta.

No todos los días un gobierno desgastado recibe un regalo de este tamaño: la oportunidad de no lavarle la cara a verdades incómodas, la oportunidad de demostrar, como afirma The New York Times, que no todas sus investigaciones han fracasado.

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