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Si no hubo reserva para calificar de imperdonable la fuga del Chapo Guzmán en julio, tampoco debe haberla para felicitar la recaptura este viernes. Aquello fue una vergüenza de dimensión mundial, lo de hoy es otra notable operación consumada: la segunda en dos años.
Pero la captura no repara la fuga del penal del Altiplano. Las omisiones, complicidades e interrogantes de julio siguen abiertas. Cada una. Y nada lleva a pensar que los penales de alta seguridad mexicanos se hayan depurado al punto de asegurar que el Chapo no se escapará por tercera ocasión.
Quizá el presidente Peña Nieto habría preferido informar que el Chapo murió en el enfrentamiento. La realidad es que ahí lo tiene de nuevo. Puede ponerlo en un avión rumbo a Estados Unidos y olvidarse de él para siempre. O puede apostar por las instituciones, sus instituciones, y decir que el Chapo jamás volverá a fugarse.
Por las instituciones mexicanas, tendría que tomar la segunda opción, la del riesgo, la que repararía en algo el ridículo de julio.
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