Un pensamiento estuvo incomodando mi descanso de fin de semana. Me la pasé muy muy bien, pero de pronto me llegaba como quien te toca el hombro y te interrumpe la plática, te corta la risa, te obliga a voltear.

Un pensamiento por un tema en el que el periodismo marca muy claramente qué es lo que hay que hacer, pero se aparecen tópicos de mucho mayor peso específico —la vida, la procreación, los derechos humanos, la construcción de país— que obligan a repensar lo que uno procesa con la reacción automática del reportero que persigue la noticia.

Me explico: había yo agendado para ayer lunes un debate con un representante de cada uno de los grupos que se manifestaron el fin de semana: el sábado, los que exigen que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer; el domingo, los que piden se reconozca el derecho al matrimonio entre homosexuales y otras minorías.

La reacción automática del reportero: una discusión en la mesa con un representante de cada posición. Periodístico, equitativo, interesante. Pero había algo que me daba vueltas en la cabeza:

El que se está dando ahora en las calles, las redes y los medios de comunicación no es un debate como cualquier otro. No es la disputa por un cargo público ni se está discutiendo cuál es la mejor estrategia para combatir al crimen organizado. Está sobre la mesa la posibilidad de retirar o cancelar derechos a una persona por ser quien es.

No es, pues, una simple polémica en la que hay dos posturas legales y legítimas que se contrastan. El derecho de los homosexuales a casarse ya existe y el derecho a adoptar siempre lo han tenido (nunca ha sido un requisito ser heterosexual). Entonces estamos frente a la propuesta de retirar derechos a un sector específico de la población, de anularles los derechos a los homosexuales porque son homosexuales.

¿Cómo debe el periodismo procesar si, por ejemplo, surge la propuesta de que los indígenas no deben adoptar hijos porque son indígenas? ¿O negros o judíos? ¿O casarse? ¿Con un debate? Una y otra vez las preguntas en la cabeza el fin de semana.

Periodísticamente está claro que el tema está ahí, despierta un gran interés, es importante y es noticia. ¿Hay que abordarlo? Por supuesto que sí. Sólo creo que hay que ser especialmente cuidadoso y no confundirlo con una polémica ordinaria.

No sé si fui capaz de transmitir la dimensión de lo que se está discutiendo ayer que fueron al estudio Genaro Lozano y Mario Romo. Ojalá.

SACIAMORBOS. Antes de todo esto, y sólo por el capricho de estar seguro, llamé por teléfono a Silvia Urquidi, representante y amiga de toda la vida de Juan Gabriel. Le pregunté si alguna vez el artista le había manifestado su posición en torno al debate sobre los matrimonios entre personas del mismo sexo. Y me dijo que sí. Que pocas veces, pero sí. Y que Juanga estaba a favor de que la comunidad gay tuviera todos los derechos. El amor no puede negarse ni desconocerse. Ese era su argumento.

historiasreportero@gmail.com

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