Joaquín El Chapo Guzmán no está pasando por sus mejores días. Desde su extradición, ha estado sometido a un régimen de confinamiento solitario en el Centro Correccional de Manhattan, una prisión de altísima seguridad en la ciudad de Nueva York. No tiene contacto con otros reos, no puede ver a su familia, sólo tiene una hora de ejercicio al día (en un espacio cerrado), su celda no tiene ventana y no le dejan comprar ni una botella de agua.

Las condiciones de su encarcelamiento son tan severas que hasta grupos de derechos humanos se quejaron. Amnistía Internacional describió su estado actual como “innecesariamente duro e incompatible con normas internacionales de trato humanitario”.

Ante esas circunstancias, no sería inusual que El Chapo quisiera llegar a algún tipo de arreglo con la fiscalía ¿Tal vez algo de información a cambio de alguna mejoría en el trato? ¿Tal vez algo sobre algún fiscal, uno que prestaba sus servicios en un estado del Pacífico mexicano?

Pues tal vez. La versión ha dado vueltas desde la extraña detención de Édgar Veytia, fiscal general de Nayarit, hace dos semanas en San Diego. Según dicen los que dicen y opinan los que opinan, la captura de Veytia habría sido resultado de información proporcionada por Guzmán para agradar a sus captores. Y a esta primera entrega, le habría seguido una segunda, involucrando ahora a un ex funcionario de altos vuelos de la Policía Federal, Iván Reyes Arzate, detenido tras una rendición voluntaria en Chicago.

La teoría no es descabellada, pero es improbable. En primer lugar, las investigaciones sobre Veytia y Reyes Arzate iniciaron, según la información disponible, varios meses antes de la extradición de Joaquín Guzmán.

En segundo lugar, de ser cierta la historia de la delación, resultaría que El Chapo es un hueso nada duro de roer. Estaría soltando información de peso sin obtener nada importante a cambio: hasta donde se sabe, sigue sin ventana y sin ejercicio y sin botella de agua y sin poder ver a su familia.

Es posible, por supuesto, que lo de Veytia y lo del comandante de la Policía Federal no sean más que bocadillos para abrir el apetito de los fiscales estadounidenses. Pero, aún así, resulta improbable que Guzmán haya decidido soltar algo a cambio de nada.

Conclusión (tentativa y posiblemente equivocada): El Chapo no ha cantado.

Eso no significa que no esté preparando las cuerdas vocales. Con toda probabilidad, va a cantar y cantar fuerte. Pero cuando lo haga, va a formar parte de un arreglo más grande.

Dudo mucho que la DEA y los fiscales se conformen con un funcionario estatal y un ex jefe de la Policía Federal. Un trato va a necesitar información contra sus socios de peso, empezando por Ismael El Mayo Zambada, y contra sus protectores en el aparato de seguridad y en la clase política. Tal vez algunos datos sobre sus hijos y sobre los Dámasos. Buenas pistas para detener cargamentos grandes de drogas. Su participación como testigo colaborador en uno o varios casos importantes. Y dinero, mucho dinero, en los centenares de millones de dólares, entregado a las arcas del gobierno de Estados Unidos.

Y a cambio, El Chapo va a obtener su desaparición. Una existencia anónima tras algunas rejas, no en una cárcel de máxima seguridad, la posibilidad de ver de vez en vez a su esposa y sus hijas, y tal vez algunas visas para familiares y amigos.

En resumen, sabremos que El Chapo cantó cuando se esfume. No antes. Todo lo que preceda a ese acto final de escapismo, orquestado ahora por los gringos, no será sino ensayo antes de la función estelar.

alejandrohope@outlook.com

@ahope71

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