Texto y fotografía: Carlos Villasana y Ruth Gómez
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Miguel Ángel Garnica

Esta costumbre, muy arraigada en aquella época y que tenía como pretexto darle la bienvenida a la primavera, tuvo su origen en el Porfiriato cuando el entonces presidente del país trajo a la capital una de sus festividades francesas preferidas: un desfile-concurso de automóviles y carruajes ataviados con flores.

La ruta que seguía el desfile consistía en las principales avenidas del primer cuadro de la Ciudad de México, pasando por tramos de lo que hoy conocemos como Eje Central, Francisco I. Madero, Avenida Juárez y Paseo de la Reforma, hasta llegar al Bosque de Chapultepec, donde culminaba en un aromático combate de flores.

Durante el Porfiriato, en el sitio donde hoy se encuentra el Hemicilo a Juárez, solía estar el Pabellón Morisco –mejor conocido como Kiosco Morisco, actual corazón de la colonia Santa María La Ribera–, y para la Fiesta Floral frente al él se montaba la “tribuna de honor”, donde estarían los jueces del desfile y otros miembros de la aristocracia Porfiriana luciendo sus “mejores ropas”:

“En aquel momento el golpe de vista que ofrecía el local era hermoso: lujos y galas, plumas y sedas, elegancias y refinamientos del vestir, todo se destacaba en las gradas de la tribuna. Eran nuestras aristocráticas damas que, haciendo alarde de buen gusto, y compitiendo con las ganas primaverales, constituían un fondo brillante al marco de guirnaldas, flores y otros adornos que rodeaban aquella especie de trono de hermosuras”, descibían en el periódico semanal El Mundo Ilustrado.

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“El señor General Díaz y su esposa, saliendo del Pabellón Morisco”. Colección Villasana–Torres / El Mundo Ilustrado 1906.

En dicho semanario se narraba que a pesar de haber sido una fiesta que nació para los miembros de las clases altas de la sociedad, poco a poco empezó a ser del gusto popular y por ende, con su celebración anual, establecimientos y calles del Centro de la capital se transformaban en elegantes arreglos florales que servían como una perfecta escenografía para los carros, carruajes y bicicletas que concursaban en el desfile.

De acuerdo con la publicación, el espectáculo iniciaba a las 10:30 de la mañana y las avenidas por las que transitaban los carros estaban custodiadas por decenas de personas que esperaban ansiosamente la aparición de figuras hechas con flores, mientras que en las alturas, los balcones y las azoteas de las casas o comercios del Centro también servían de palco.

Tal y como pasa ahora en cualquier evento público, entre la multitud pasaban jóvenes que vendían canastas o ramos de flores, ya fuera como recuerdo o para que se utilizaran al finalizar la festividad, en la batalla o combate de las flores en el Bosque de Chapultepec.

Dentro del desfile se podían observar bicicletas, automóviles y carruajes adornados con maestría, iban desde lo “simple” que era rellenarlos con cualquier tipo de flores, hasta crear figuras tridimensionales con la misma “materia prima”, como un “carro marino tirado por un cisne y cubierto por una concha de tela de plata” o un “águila formada con flores, teniendo en la boca una culebra hecha de gardenias y lilas", así como pavorreales o una locomotora.

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Carruaje de una sombrerería participando en el desfile”. Colección Villsana–Torres / El Mundo Ilustrado 1906.

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Carruaje ataviado con rosas. Colección Villsana–Torres / El Mundo Ilustrado 1906.

“Cuanto puede imaginarse, cuanto el lujo ha inventado en materia de carruajes, tanto vi desfilar. Unos literalmente cubiertos de rosas de todos tonos, de heliotropos y blancas margaritas, de myosotis y claveles, de cuanta flor producen los maravillosos jardines de este país, privilegiado en todos sentidos”, explicaba el corresponsal de El Mundo Ilustrado.

Eran decenas los carruajes que participaban en el concurso y a pesar de que no todos eran espectaculares, respetaban la regla de ir adornados con motivos o guías florales; como pasa en desfiles de esta naturaleza muchas veces lo importante es ser parte de la tradición y darle vida a la ciudad.

Comerciantes engalanados con flores

Así como los carros, los grandes y principales comercios del Centro Histórico se vestían de gala y adornaban sus estantes con adornos florales. Entre los que sobresalían estaba el Banco Americano, que adornaba su fachada con guirnaldas perfectamente acomodadas para que matizaran y contrastaran las formas de la naturaleza con las de su arquitectura.

También estaba la Sombrerería de Antonio Sanjenis, ubicada en la esquina de la actual Francisco I. Madero y Eje Central, “adorno precioso de este comercio lució mucho en el día del combate floral, admirándose lo sencillo y elegante que era”.

Pero aquella empresa que reinaba en cuanto a creatividad e inversión en su decoración era la del Buen Tono, quienes dotaban de iluminación a un pabellón que tenían sobre Eje Central y se encendía por las noches. También ponían a la vista las máquinas que se encargaban de elaborar sus cigarros para que el público –e interesados– conocieran su proceso.

“El día del combate floral, la empresa de El Buen Tono procuró distinguir si no metiendo gastos para el adorno del pabellón (con) ramilletes y guías de bonitas flores artificiales, (que se) enlazaban formando graciosos dibujos y en la fachada y en la cúpula lucían grupos de banderas francesas españolas y mexicanas”, reportaba El Mundo Ilustrado.

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“El expendio de cigarros de dicho pabellón fue exagerado, pues el público que se aglomera va sin cesar al elegante saloncito de demanda de los supremos cigarros de El Buen Tono, que por su excelente calidad han logrado colocarse en primer término en toda la República y ser los preferidos por la gente de buen gusto”. Colección Villasana–Torres / El Mundo Ilustrado 1906.

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“Hermosísimos fueron los tipos de vehículos adornados que se presentaron a concurso en el último combate de flores. Entre ellos, por su elegancia, por su exquisito buen gusto, se distinguió el automóvil de “EL BUEN TONO”, que presentamos en esta página”, se leía en EL UNIVERSAL ILUSTRADO en 1917.

Echando flores

Una vez llegando al Bosque de Chapultepec, daba inicio el “Combate de las Flores” en el que literalmente, las personas que iban a bordo de los carruajes se lanzaban proyectiles florales: rosas, margaritas, gardenias o geranios volaban por los aires en contra del enemigo. El semanario lo narraba de la siguiente manera:

“La batalla es reñida; en ella y muchos muertos, las flores, y sólo terminar el día, al concluirse el parque que ha cruzado repetidas veces la avenida, hasta perderse entre los cascos de los caballos que, jadeantes de fatiga, sueñan en el descanso tras la pesada tarea de haber tirado de una concha de rosas, de una mariposa de claveles o de una canasta de myosotis! ... Y todo acaba; el campo de batalla queda sembrado de flores muertas, holladas por la multitud; los ejércitos se retiran a sus cuarteles, y al desaparecer el último combatiente, la Primavera, del brazo de la Alegría, se va a descansar de todo un día de bullicio y alboroto, y a pensar con agradecimiento y quienes la sacaron de su sueños y la presentaron a la aristocracia mexicana que guardara sin duda algún imperecedero recuerdo del Regio festival, bendita sea la primavera”.

De esta manera se daba la bienvenida a la primavera, a sus colores y sus olores, con el contraste de sus texturas y la de los vestidos de la clase alta mexicana de principios del siglo XX; siendo una de las fiestas que lograba cohesionar, a través de sonrisas y el asombro, a una sociedad profunda y evidentemente desigual.

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Página de El Mundo Ilustrado donde se puede observar cómo eran los adornos de los autos para la fiesta floral.

Los desfiles de ahora

La Fiesta de las Flores dejó de celebrarse en 1920, quizás en un impulso por desaparecer cualquier festividad característica del Porfiriato. En la actualidad, son contados los desfiles de gran magnitud que son tradicionales en la ciudad y, quizá, el que más se acerca es el Desfile de Alebrijes Monumentales que realiza el Museo de Arte Popular.

Como bien lo dice nuestra compañera Avida Ventura, el penúltimo fin de semana de octubre la capital se ve dominada por un ambiente fantástico y colorido, que rinde homenaje a la imaginación de cientos de mexicanos que año con año innovan en la creación de seres de más de dos metros de largo y/o ancho: los hacen luminosos, de material reciclado, montables e incluso robotizados.

Siguen parte de la ruta que alguna vez hicieron los miembros de la aristocracia porfiriana, repartiendo sonrisas al público espectador y en el que también participan más de 200 carros que vienen de diversas partes de la República, como lo son los estados de Guerrero, Hidalgo, Estado de México, Morelos, Querétaro, San Luis Potosí y Tlaxcala.

Resulta bastante lindo imaginar que un festival de esta naturaleza regresara a las calles de la ciudad, la rapidez con la que vivimos nos ha hecho dejarlas en el olvido y que adquieran un tono gris. Sin embargo, la primavera capitalina significa un azul intenso en el cielo, las jacarandas que enamoran y adornan las casas y calles, el verde intenso de jardineras y copas de los árboles, acompañados de un sol que a pesar de ser agotador, nos permite olvidarlo con una rica brisa fría.

Todo, en su conjunto, nos hace recordar que vivimos en una de las ciudades más bellas del mundo.

Fotografía antigua: Colección Villasana-Torres, El Universal Ilustrado y Archivo Hemerográfico EL UNVIERSAL.
Fuentes: Periódico "El Mundo Ilustrado", 1906. Artículo "Alebrijes llenarán de magia avenidas de la CDMX" por Ávida Ventura, EL UNIVERSAL.

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