La campaña de Donald Trump acaba de sufrir una implosión. A 28 días de la elección presidencial estadounidense, el candidato rompió con la cúpula del Partido Republicano. Dijo que a los jefes del partido del elefante les falta liderazgo, los describió como débiles, incapaces y desleales, y por lo tanto, prescindibles.

El diccionario nos dice que una implosión es la acción de romperse hacia adentro con estruendo. En vez de concentrar sus energías en la campaña, Trump se la ha pasado insultando a los mexicanos, a los musulmanes, a los chinos, y por si ello no bastara, a la mitad del electorado: las mujeres estadounidenses, quienes le pasarán la factura en las urnas.

Donald Trump, que no es leal a nadie, le declaró la guerra al Partido Republicano por “desleal”. Encerrado en su torre Trump, en la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York, despotrica contra quienes lo registraron como candidato. Se ha vuelto un candidato tóxico para los republicanos, hoy preocupados por salvar los muebles. Su más alto cargo político, Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, ha declarado que ya sólo le apuestan a conservar su mayoría tanto en el Senado como en la Cámara Baja.

Los dirigentes del Partido Republicano también son responsables de esta debacle. Aun cuando saben que la demografía electoral estadounidense hace imperativo acercarse a latinos, afroamericanos y asiáticos para ganar la Casa Blanca, han tolerado e incluso auspiciado la agresividad contra ellos.

Añoran una sociedad de raza blanca, homogénea étnica y culturalmente, que no volverá.

Lo realmente sorprendente es que haya 40% del electorado estadounidense que se propone votar por un candidato ignorante, racista, xenófobo y megalómano, sólo porque su odio por Hillary Clinton es aún mayor.

Entre los precandidatos republicanos que contendieron contra él, Marco Rubio sigue esta línea. Rubio está en desacuerdo con Trump “en muchas cosas”; no votará por Trump por estar de acuerdo con él, sino contra Hillary Clinton.

Los republicanos le dicen a los migrantes mexicanos: obedezcan nuestras leyes y paguen impuestos. Pues resulta que su candidato desprecia totalmente a la constitución estadounidense y decide por sus pistolas que él va a meter a la cárcel a su adversaria, y al mismo tiempo se jacta de que evadir impuestos lo hace “muy inteligente”.

Si Trump es muy listo por evadir impuestos, ¿ello hace estúpidos al resto de los estadounidenses?

El peor enemigo de Donald Trump no es Hillary Clinton, sino él mismo.

Su arrogancia tiene un triple efecto demoledor: dinamita el proceso electoral, corrompe al sistema político y socava a las bases de convivencia de la sociedad estadounidense. Los republicanos criaron un cuervo y éste ahora les saca los ojos.

Con Trump le apostaron a ganar la presidencia sin perder el partido. Ahora corren un muy elevado riesgo de perder ambos.

Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico.

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