Dado que ninguno de los tres Estados que el presidente Trump visitó al principio de su gira tienen la más alta prioridad para la superpotencia como para merecer semejante “honor”, tan solo se trató de otro show mediático para acaparar la atención. El denominador común de los disímiles y contrapuestos Arabia Saudita, Israel y el Vaticano es ser asiento de tres grandes religiones, por lo que el gran oportunista buscó erigirse en líder mundial pacifista, humanista, tolerante y espiritual, cuando ha mostrado ser todo lo contrario. Súbitamente transformado en “amigo de los musulmanes”, visitó Arabia Saudita —tierra del wahabismo sunita que es una de las corrientes más intolerantes del islam— donde no hay democracia, respeto a los derechos humanos u otros valores compartidos con occidente, pero sí mucho petróleo y dinero. Se reunió con los ricos autócratas de la península arábiga pidiéndoles expulsar a los extremistas fundamentalistas, olvidando que de ahí salieron Osama Bin Laden, Al Qaeda y varios de los terroristas que destruyeron el World Trade Center.

Para contener la “maligna influencia” de los chiítas de Irán —que a diferencia de los sunitas de arabia sí celebran elecciones— firmó contratos para la venta de armamento por más de 380 mil mdd, atizando la desestabilización regional. En Israel, tal como lo hizo con los sauditas, prodigó su amistad al primer ministro Benjamin Netanyahu y al presidente palestino Mahmoud Abbás, “presionándolos fuertemente” para que alcancen la paz. Mostrando profundos conocimientos geopolíticos que avalan su papel de gran mediador, informó a Netanyahu que venía llegando del ¡Medio Oriente!

A diferencia de esos obsequiosos anfitriones, el papa Francisco no se prestó a los juegos propagandísticos de su incomodó visitante con el que tiene diferencias ideológicas. Bastó cambiar su siempre risueña cara por una de molestia y enojo para mandar el mensaje, urbi et orbi, de que no simpatiza con el improvisado mandatario con infantiles pretensiones de líder global. Cachetada con guante blanco: obsequió a quien sostiene que el calentamiento global es “una farsa”, el documento Laudato Sí, que contiene el pensamiento papal sobre la protección del medio ambiente.

En Bruselas no fue bien recibido por la población, y en la inauguración de la nueve sede de la OTAN —la que primero dijo era obsoleta, pero luego que ya no lo era— eludió ratificar (como sus antecesores) el compromiso con el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte que consagra la defensa colectiva, puso énfasis en la lucha contra el terrorismo y la migración, restándole importancia a Rusia que es lo que más preocupa a los otros 27 miembros, a los que regaño por no gastar lo suficiente en defensa.

El remate fue el empujón al primer ministro de Montenegro para colocarse frente a las cámaras: gesto vulgar que retrata vívidamente la patológica egolatría del personaje y lo que motiva su actuación. El encuentro con el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, confirmó el abismo que se ha abierto entre EU y la Unión Europea en temas cruciales como el calentamiento global, la economía, el comercio, la migración, Rusia, etcétera.

Ese abismo se ensanchó en la reunión del G7, realizada Sicilia: desde su creación en 1973 no se habían registrado desacuerdos tan graves.

El unilateralismo de Trump casi condujo al fracaso del encuentro: los acuerdos entre las siete principales economías han tocado a su fin con las consecuencias que ello tiene para el sistema internacional. Como sigue actuando arbitrariamente partiendo de su descomunal ignorancia, de su patológica egolatría y afán mediático para conservar su reducida base electoral, la imagen, prestigio, influencia y posición Estados Unidos se han deteriorado y se está quedando solo.

La revista alemana Der Spiegel concluyó: Trump ha convertido a EU en el hazmerreír del mundo, es un peligro para el planeta y debe renunciar.

Internacionalista, embajador de carrera y académico

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