Mucho ruido se ha hecho con la publicación de la información sobre los que depositan dinero en los paraísos fiscales. Dedos acusatorios y voces justicieras de parte de los portadores de la verdad y la moral. Pero también mucha hipocresía.

Porque seamos honestos: ¿quién no quisiera poderlo hacer? Que tire la primera piedra quien no quisiera tener dinero, protegerlo y hacerlo crecer. Es algo que hemos aprendido a desear, digan lo que digan las religiones y sus dirigentes (que por lo demás, no siguen la receta de que la felicidad no está en los bienes materiales). Como escribe Pascal Bruckner, fingimos detestarlo y lo estigmatizamos, pero lo amamos.

El problema, nos dicen, son la ilegalidad y la duda de dónde proviene ese dinero. Sobre lo primero, no hay tal. Los paraísos no son ilegales, existen a plena luz del día. Lo ilegal es no pagar impuestos por lo que se gana en ellos. Pero, como explica un especialista, no hay que olvidar que cuando se ganó ese dinero, se pagaron los correspondientes.

El tema entonces es la corrupción. Y eso habría que revisarlo y castigarlo, pero teniendo en cuenta que no es lo mismo un ciudadano o una empresa, que un funcionario público. Si alguien gana millones, eso se debe al sistema en que vivimos de oferta y demanda, ofensivo sin duda pero legal. El problema es cuando los recursos se obtienen por malas prácticas.

Dicho de otra forma: no todos son igual de culpables. Y en todo caso, los menos culpables son las personas comunes que quieren cuidar sus ahorros. Como dijo en entrevista un jubilado francés: “Una inversión tradicional haría que mis impuestos crecieran demasiado, algo que no me interesa”.

Según Richard Hay, si se examina el papel que estos centros financieros desempeñan en la economía global, se vería que las cosas no son tan criminales como se quiere hacer creer (acusar es fácil y mediáticamente atractivo), pues ayudan al comercio, las inversiones y el crecimiento económico que impulsan el empleo y el consumo. China es ejemplo, pues se ha beneficiado de los paraísos fiscales de Hong Kong y Singapur y eso le ha servido para sacar de la extrema pobreza a millones. O Inglaterra, donde los empleos que generan empresas que tienen su dinero en paraísos fiscales le han dejado más impuestos que los que no recibe por esos depósitos.

Es más, según este experto, cuando las personas reciben un buen interés por sus ahorros, hacen que todo el sistema funcione mejor, porque dependen menos del gobierno para la salud y el retiro. Y de todos modos, cuando los traen a casa, pagan impuestos sea de manera directa o a través del consumo.

Por eso, como podría decir Slavoj Zizek los paraísos fiscales son parte esencial del sistema capitalista, no desviaciones. Aunque ahora los gobiernos los quieran tratar como tales. Se dan golpes de pecho y juran que los van a eliminar. Es más de lo mismo, de lo que ya se vio que no funciona.

Hablar de lo justo, lo correcto y lo moral, dice Janan Ganesh, no es la manera de hacer que funcione un sistema impositivo, pero una cosa es cierta y lo digo como ciudadana: si los gobiernos se midieran a la hora de cobrar impuestos, dejaran de exigirle a sus ciudadanos hasta la camisa y dejaran de amenazarlos y perseguirlos como si fueran los peores delincuentes, tal vez no existiría el deseo de todos de huir de esos pagos y buscar paraísos para salvaguardar sus ahorros.

Y sin embargo, no parece que lo entiendan. Alemania y Francia han decidido endurecer las leyes y controles, México y Estados Unidos han establecido acuerdos de intercambio de información y amenazan siempre. Dicen que es para evitar el lavado, pero lo que hacen es afectar a quienes ahorran, porque no diferencian entre las personas y las cantidades ni reconocen la legalidad en el origen de los recursos, y también, porque los tramposos encontrarán siempre otros caminos.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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