Somalia, Sudan, Nigeria, Afganistán, Pakistán, Yemen, son “regiones sin ley”, en las que proliferan grupos armados, los gobiernos no controlan el territorio y aun si el Estado no ha colapsado del todo, es completamente disfuncional: las instituciones nunca hacen lo que les corresponde en educación, salud, infraestructura y seguridad, son sociedades en las que funcionan las lealtades tribales, el dinero desaparece como por encanto, al punto que se les deja de pagar a maestros y servidores públicos y millones de personas solo están viendo cómo le hacen para irse.

Este que acabo de resumir en unas cuantas líneas, es un análisis reciente de la revista inglesa The Economist, que participa de una preocupación muy en boga en Occidente: el fracaso de los países.

Cada tanto, se publica una explicación del por qué del éxito de algunas naciones y el fracaso de otras. Desde que Max Weber explicó el nacimiento del capitalismo por la religión protestante, idea que entre nosotros retomó Octavio Paz para explicar lo contrario, nuestro eterno atraso como derivado de la cultura católica, se ha venido buscando una respuesta a esta pregunta.

Se considera éxito a vivir en paz y democracia, sin pobreza ni desigualdad y con salud, educación, servicios e infraestructura para todos los ciudadanos. Fracaso es lo contrario.

¿Por qué se produce uno u otro?

Las respuestas han sido muy diversas y van desde el clima y la geografía hasta el colonialismo y el imperialismo, desde el liderazgo hasta la cultura, desde los vecinos hasta los factores externos.

Según Jeffrey Sachs, ciertas partes del mundo están “geográficamente favorecidas”, pues tienen acceso a recursos naturales importantes como ríos navegables y cercanía con el mar, así como a recursos energéticos y minerales, además que disponen de amplias planicies en lugar de abruptas regiones montañosas y de climas adecuados para la agricultura y para la salud tanto de humanos como de animales. En su opinión, estas condiciones las cumplen las regiones templadas del planeta.

Peter Hall piensa que la localización es importante porque significa que por ciertos sitios no solo pasan las mercancías y el dinero sino también las personas y las ideas, con lo cual se generan nuevas formas de pensamiento y de creación que a su vez, inciden en la mejoría de las sociedades. Y pone como ejemplos a la Atenas de tiempos de Platón, Londres de tiempos de Shakespeare, Florencia en época de Miguel Ángel y París de principios del siglo XX, ciudades “con mucha energía y con intensa vida económica, intelectual y artística”.

Lo contrario vale para las sociedades que no la tienen, pero que en cambio tienen aquello que los países ricos anhelan, como petróleo, oro, bosques, y que explican tanto el imperialismo, que como afirma Antonio Gazol, nos condujo a “las deformaciones ocasionadas por una inserción en la economía mundial orientada por los intereses de la metrópoli”, como el colonialismo, que conlleva la humillación de los habitantes originarios y la descalificación de su modo de vida, creencias y cultura, al punto que, como afirmó Leopoldo Zea, “sentimos lo propio como algo inferior” y, según Octavio Paz, tenemos desconfianza de las propias capacidades, pues nos sentimos “habitando la sucursal del mundo” como escribió Alfonso Reyes.

Trasladado a la actualidad, eso significa que, como escribió un lector en una carta a un periódico de circulación nacional: “En la relación con los vecinos del norte, nuestros tomadores de decisiones no puedan quitarse la idea de que nunca podremos hacer nada contra los poderosos”.

Para Jarred Diamond, aunque la geografía, los vecinos y los recursos naturales son factores determinantes, lo principal por lo cual decaen las sociedades son decisiones malas o a destiempo que toman quienes las dirigen. Para él, el gran empuje o el gran obstáculo es el liderazgo. Continuaremos la próxima.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses