Un día antes de la nochebuena, el presidente Peña Nieto dijo que la segunda parte de su mandato sería de consolidación de lo emprendido hasta ahora.

Estoy segura que cuando dice eso, se refiere a lo que él llama “las reformas” y a los proyectos de infraestructura que le encantan, empezando por la niña de sus ojos que es el nuevo Aeropuerto de la ciudad de México.

Sin embargo, convendría recordar que esas reformas y esas obras de las que tanto se enorgullece el mandatario, representan tan sólo un pedazo (la palabra es de una socióloga norteamericana) de la realidad del país y que hay otro pedazo que no se está ya no digamos reformando, ni siquiera mirando.

En un excelente estudio sobre la delincuencia y la violencia en la Rusia post-soviética, Svetlana Stephenson afirma que una de las motivaciones fundamentales para el surgimiento de ambas fue el hecho de que desde el inicio de la crisis que llevaría a la caída del régimen, los trabajadores muchas veces no recibían sus salarios ni los proveedores sus pagos por servicios o productos, y que, además, no tenían a quien recurrir para resolver este problema, pues ni las leyes ni las instituciones ni los aparatos de justicia y policiacos cumplían con su cometido, de modo que los ciudadanos estaban solos y sin protección contra lo ilegal.

Esto los llevó a protestar saliendo a las calles para exigir lo que les correspondía, y cuando ni así recibieron respuesta, a buscar alternativas para ganar dinero, dado que necesitaban subsistir. Solo que dichos caminos alternativos no siempre estuvieron dentro de la legalidad.

Esa situación se parece a la nuestra. Llevamos buen rato viendo que por una razón o por otra, se les deja de pagar sus salarios o aguinaldos a maestros, burócratas, jubilados, trabajadores del gobierno y policías, o sus adeudos a proveedores de servicios y productos. Tan sólo el año pasado lo vimos en Veracruz y Nuevo León, en Zacatecas y Sinaloa, en el DF y Michoacán, en Oaxaca y Guerrero.

Las explicaciones que se les dan a los afectados van desde “que Hacienda no ha liberado los recursos” o que se “está haciendo una auditoría y por eso todo está detenido”, hasta que “el director no ha firmado los cheques” o que “cambió el encargado y el nuevo aún no se registra en el banco”.

Hay gobiernos que suspenden pagos durante meses, porque ya van a terminar su ejercicio o porque acaban de empezar el suyo. Hay secretarías que hacen lo mismo. Total, que con un pretexto o con otro, no le entregan su salario a los empleados, ni la renta a sus arrendadores, ni cubren los adeudos a sus proveedores ni los honorarios a quienes les hicieron algún servicio, generando cadenas infinitas de problemas por todas las personas que dependen de esos pagos para vivir y para seguir produciendo.

Por eso decidí empezar el nuevo año con una misiva más, en esta ocasión al Presidente de la República. Y lo hago para decirle que si deja que las cosas sigan siendo de esta manera, nunca logrará terminar con la violencia y la delincuencia en el país y al contrario de lo que espera, eso será lo único que se va a consolidar en los próximos años.

Estoy convencida que darle todo el dinero a los partidos políticos o a un aeropuerto o a la evaluación de los maestros y luego dejar sin pago a la afanadora, al que recoge la basura o al viejo, sin arreglo a la escuela que se está cayendo, sin pavimentar ni poner luz a la calle, no es precisamente la mejor forma de gobernar.

Dicho de otro modo, que no solamente es importante invertir en Pemex o en generación de electricidad o en carreteras, es necesario también atender otras cosas, pues lo primero para que una sociedad funcione es pagarle a los que trabajan, para que la cadena económica se mantenga. Sin esa base, lo otro no tiene sentido. Hay que empezar por el principio, aunque luzca menos, pues a la larga, será lo único que permitirá consolidar lo demás.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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