El gran estadista lusitano Mario Soares —amigo de toda la vida— solía advertir no hace mucho que “la izquierda se encuentra en una impresionante regresión; la socialdemocracia está perdiendo terreno en el plano de los valores, incluso en los Estados gobernados por partidos socialistas”. La tentación centrista ha penetrado a los progresistas, sometiéndolos a la propaganda neoliberal sobre el crepúsculo de las ideologías.

En nuestros días pareciera tomar forma una agenda global de las izquierdas más cercana a los movimientos alternativos que a las plataformas partidistas tradicionales. Con diversos matices postula la reconstrucción de la voluntad de los pueblos para tomar decisiones fundamentales y para autogobernarse de manera genuina, pero sobre todo, la clausura de un modelo económico que privilegia la concentración exorbitante de la riqueza a costa de una mayoría en la miseria.

El pasado 10 de noviembre ocurrió en Portugal un proceso democrático inédito. La unión de las izquierdas ha provocado la caída del gobierno portugués del socialdemócrata Pedro Passos Coelho. Hecho que podría promover importantes reivindicaciones en uno de los países europeos cuya población ha sufrido más los efectos de la crisis y las privatizaciones.

En octubre la coalición conservadora había ganado las elecciones, pero perdido la mayoría absoluta. El voto del cambio se disgregó entre socialistas, comunistas y nueva izquierda que ahora han decidido formar mayoría de gobierno, manteniendo sus propios programas pero con un objetivo común: la oposición a la política de austeridad impuesta por el Banco Central Europeo y el FMI.

En España transcurre un proceso renovador de la política, a través de movimientos que podrían marcar el fin del bipartidismo y colocar a una fuerza de izquierda emergente (Podemos) en el centro de las decisiones. No se proponen sólo triunfos electorales, sino el avance de la conciencia social respecto de los paradigmas económicos que han postrado a la nación. Aspiran a superar los obstáculos encontrados por la coalición Syriza en Grecia, incrementando la resistencia colectiva contra la dictadura financiera.

Duverger explicaba que la izquierda es regularmente la mayoría social, pero no siempre ha alcanzado la mayoría política y ha perdido la mayoría cultural. Su reto es derrotar las concepciones dominantes y los intereses hegemónicos. Cuando lo logra, su cometido es edificar nuevos consensos y un tejido institucional renovado con base en las modificaciones que imprima a la correlación efectiva de fuerzas y a las relaciones de producción.

Por ello la izquierda en el mundo tiene la obligación de señalar límites ideológicos contundentes a la política de mercado que caracteriza a la derecha. Aprender de los errores de la socialdemocracia europea, que hasta hace pocos años había reducido sus exigencias, involucrándose con el poder económico y practicando el “neoliberalismo light”.

Ser progresista hoy, es sumarse a los vientos renovadores de cambio y recuperar la autonomía política de la sociedad en rechazo de las complicidades en la cúspide, que llegan al exceso de apoyar con votos parlamentarios el otorgamiento de una medalla que honra la resistencia civil a un notorio acumulador de riqueza. En una palabra, la frontera entre izquierda y derecha está trazada hoy entre la complicidad y el rechazo al modelo neoliberal.

El dirigente español Juan Carlos Monedero acaba de decir que México “tiene el problema de que han traicionado demasiadas veces sus energías utópicas, dejando en los ciudadanos una profunda resignación por las decepciones políticas de su pasado”. Añadió que, antes de acometer las elecciones federales, la izquierda mexicana necesita reinventarse de manera que la mutación generacional se convierta en transformación política.

Tenemos que compartir la convicción de que, por razones de supervivencia, la autoridad formal puede acabar cediendo ante vigorosos movimientos sociales y trasladarse el eje del poder hacia los actores del cambio. Los plazos se acortan; es imprescindible repensar la idea de la izquierda, privilegiando los puntos de confluencia de luchas que parecieran dispersas. Trascender las pugnas partidistas, las corruptelas y las estériles polarizaciones. Una suerte de “estados generales” de la izquierda que concluyeran, tras un exhaustivo debate, en una visión compartida, un rumbo unitario y una posibilidad de incidir en la historia.

Comisionado para la reforma política del Distrito Federal

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