La Feria del Libro de Guadalajara es siempre espectacular y sorprendente, haber hecho eso del mundo de los libros es un logro mayúsculo. Quienes no la han visitado nunca, quedan boquiabiertos cuando van. Colocan el último fin de semana de noviembre y el arranque de diciembre en su lista de deseos. Porque en FIL no sólo se ven los libros sino la conversación alrededor de ellos. Sean literarios, ensayísticos, académicos y banales. En los pasillos caminan los visitantes y los autores, los editores y los periodistas son los de casa, los que batallan todos los días con esa gran fiesta con la que culmina un año y se dejan ver las ediciones secretas, las taquilleras, las más esperadas, las exquisitas. Los niños tienen su propio espacio lúdico y memorable, el área internacional permite asomarse a las ediciones del mundo y el premio al mejor stand (que varias veces ha ganado Artes de México) es un derroche de creatividad que halaga al paseante. La presencia del país invitado permite establecer puentes culturales, detectar a los autores traducidos al español cuando no es su lengua natal. Las artes escénicas se suman al paquete de acercamiento al quehacer del país invitado, lo mismo que la plástica. Por eso estar allí es un banquete y un maratón. En pequeñas dosis mejor, de todos modos uno siente que no pudo ver todo lo que quería ni encontrarse con todos los que hubiera deseado.

Esta vez estuve en el segundo fin de semana, que es el más concurrido. Como se acerca el fin, hay una venta nocturna, y el domingo los que no han podido ir se descuelgan. Presentamos la reedición de Atrapadas en la escuela, 20 años después, donde para el agrado del editor y mío los cuentos compilados de 12 escritoras se sostienen en el ánimo de acercar la experiencia lectora al adolescente. Y fue atinado que ocurriera en viernes porque ese día, ellos fueron quienes ocuparon los pasillos y se hicieron visibles con sus uniformes y sus gritos. ¿Por qué gritaban? La feria registra los fenómenos de lectura o de mercado (no dudo que sea una buena plataforma para un investigador) y varios estuvimos a punto de ser arrollados porque los booktubers (que recomiendan libros con mucha efectividad, ya en una ocasión comenté el fenómeno con Benito Taibo en la feria del libro de Yucatán) y el Werevertumorro andaban por allí. Sí, lo mismo dije yo: ¿quién? Resulta que el Werever ha conquistado un público en Internet con sus propias producciones, en donde habla de diversos temas, en tono de comedia, y ha conseguido muchos seguidores. Producto de ello ha publicado un libro. Estos son los nuevos rock stars de la FIL aunque también, por fortuna, Elena Poniatowska tiene sus muchos entusiastas y leales lectores que abarrotaron la presentación de Dos veces única (sobre Lupe Marín), y hay la lectura íntima en pequeñas salas de algún autor que agradece uno conocer.

Por contraste, y sin el escándalo y la inmediatez de lo mediático, uno puede reconciliarse con la dignidad de los libros. Encontrar propuestas estéticas que buscan atraer lectores por otras razones. Frente al mundo virtual, donde los libros que uno quiere pueden adquirirse o “bajarse” en un soporte, llámese Kindle, iPad, iPhone o lo que sea, llama la atención el espíritu darwiniano de los editores. Para sobrevivir frente a un mundo pragmático que tenderá a la lectura electrónica, el libro ha elevado su estatura a objeto de culto. Es decir, no sólo el libro infantil con ilustraciones y propuestas deliciosas es un objeto insustituible, sino que algunas editoriales han decidido hacer lo mismo con las ediciones para jóvenes y algunos clásicos. La novela gráfica sigue cuesta arriba en producción y tiene un lugar de preferencia cada vez mayor entre los lectores jóvenes, hay cada vez más libros de moneros y la versión, por ejemplo, de Seda, de Baricco, bellísima, con ilustraciones de Rébecca Dautremer, no es comparable con su versión virtual. Me encontré el Robinson Crusoe de Daniel Defoe (libro parte aguas en mi vida) bajo varios sellos editoriales, en pasta dura y con muy bellas ilustraciones. Pensé que ese sería el destino de los libros que han pasado o se proponen pasar la prueba del tiempo: formar parte de una experiencia de lectura que va más allá de descifrar el mundo de palabras. El oficio antiguo del editor se pone a prueba en estas gozosas ediciones que subrayan que el libro (el libro literario) no dejará de existir. Que este tomorrow es esperanzador.

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