Trump ha criticado, escribe Kasparov en un tuit, a republicanos, a demócratas, al Papa, a las elecciones, a la CIA, al FBI, a la OTAN, a Meryl Streep. Trump no ha criticado: a Putin. En efecto, el presidente electo ha sido muy eficaz en generar la impresión de que su gestión será algo así como un capítulo nuevo en las relaciones Washington-Moscú. No solo ha manifestado su admiración personal hacia Putin, sino que ha efectuado declaraciones en el sentido de mantenerse al margen de la guerra siria, distender el conflicto en Ucrania e incluso eliminar algunas de las sanciones que EU ha impuesto al Kremlin tras la anexión de Crimea. Más aún, con la selección de Rex Tillerson –hasta 2016 director general de Exxon-Mobil, un empresario que ha tenido una excelente relación con Putin y que ha sido merecedor de la medalla de “amigo de Rusia”- como secretario de Estado, Trump ha reforzado esas intenciones de acercamiento. Sin embargo, quizás más temprano que tarde, las cosas podrían tornarse menos amistosas de lo que parece. Identifico al menos tres factores, íntimamente conectados, que así podrían apuntarlo: (a) Actores dentro de EU, desde el propio gabinete y las agencias de seguridad, hasta varias voces importantes en el Congreso, entre otros, (b) Cuestiones que enfrentan los intereses estratégicos de Washington con los de Moscú y que les han llevado a chocar a lo largo de los últimos años, y (c) Putin, un personaje que a veces es malentendido como pro-Trump, cuando realmente es pro-Rusia, y cuyo actuar está mucho menos en favorecer a un político, que en debilitar a quien percibe como su potencia rival.

Primero, en EU hay cantidad de actores que no favorecen enviar a Rusia lo que entienden como mensajes de debilidad, actores que no solo se ubican en el Congreso. El mismo Trump se ha rodeado de personalidades –empezando por el propio vicepresidente Pence, y continuando por Mike Pompeo, quien estará a cargo de la CIA, James Mattis, secretario de defensa, o el propio John Kelly, nominado para dirigir el Departamento de Seguridad Interna, además de otros que estarán ubicados en posiciones mayores o menores- quienes han expresado con firmeza su desconfianza hacia Putin, y hacia los pasos que el Kremlin ha dado en los últimos años para afianzar su esfera de influencia, pasos que han sido calificados por varios de estos actores como medidas expansionistas. Muchos de ellos, y, sobre todo, quienes gozarán de una posición de mayor peso ante el presidente, probablemente intentarán obstaculizar el tan vaticinado acercamiento Trump-Putin. Esto, por cierto, ya ha sido previsto por el presidente ruso, un viejo lobo que no se confía tan fácilmente de sus rivales.

Segundo, hay temas en los que, mucho más allá de Trump o Tillerson, los intereses estratégicos de Moscú y los de Washington, tienden a chocar. Los mutuos despliegues de fuerza recientes entre Rusia y la OTAN, la feroz ciberguerra que no se va a detener, o una potencial reedición de la carrera armamentista, sobre todo en lo nuclear, son ejemplos de asuntos que colocarán a la Casa Blanca y al Kremlin una y otra vez en posiciones enfrentadas. Solo considere el caso de Siria. Moscú aprovecha el período de transición en EU entre la elección del 8 de noviembre y la toma de protesta de Trump para llevar a cabo sus mayores bombardeos sobre Aleppo, y para generar, quizás irreversiblemente, condiciones favorables para Assad, su aliado, y para sus propios intereses. Por primera vez fuimos testigos esta semana de la colaboración entre la fuerza aérea rusa y el ejército turco –un miembro de la OTAN distanciado de Washington. Esta situación deja fuera a Washington del actual cese al fuego y lo margina o lo limita a un papel menor cuando las partes se sienten a negociar el futuro de ese país y el futuro de los intereses del Kremlin en la región. Estos elementos serán valorados de manera muy negativa por algunos analistas y actores de los mencionados arriba, quienes piensan que las propuestas de Trump están provocando vacíos que han serán velozmente llenados por el Kremlin. Así que, si acaso sucediera que el propio Trump no se diera cuenta de esta serie de intereses enfrentados, seguramente alguien se lo tratará de hacer ver, tal y como recientemente ocurrió al respecto de los hackeos rusos. En ese tema, por ejemplo, Trump ya tuvo que salir a reconocer que, por lo visto, sí fue Moscú quien estuvo detrás de esas acciones, y que, en el futuro, no lo debería seguir haciendo, advertencia que por supuesto, el Kremlin va a ignorar.

Tercero, Putin y la estrategia disruptiva. Considere usted los eventos de los últimos días. Noticias no confirmadas indican que Moscú cuenta con un expediente sobre Trump, el cual por un lado podría ser utilizado para demostrar su colaboración con el Kremlin durante la carrera presidencial, o que, por el otro, podría ser empleado para colocar al presidente electo en situaciones embarazosas. Si bien estas son filtraciones no confirmadas, la victoria de Trump ya ha sido puesta en cuestión. Él, por supuesto, se defiende, acusa a sus opositores y a medios de difundir noticias falsas. Al final, lo que hay es un ambiente convulso, justo cuando viene la toma de protesta. Un entorno de discordia en Washington, en el que los actores políticos no se pongan de acuerdo sobre diversas cuestiones importantes –empezando por los asuntos de inteligencia- podría provocar no una sino varias parálisis. De modo que, si es verdad que efectivamente Putin estuvo detrás de los hackeos, o está relacionado de algún modo con las filtraciones, su objetivo pudo ser precisamente lo que estamos viendo. No el favorecer a uno u otro actor particular, sino el inducir un escenario como el actual.

Así que, a pesar de todo lo que Trump o Tillerson admiren a Putin, e incluso a pesar, quizás, de un inicio potencialmente terso entre ambas administraciones, es probable que el enfrentamiento Washington-Moscú que ha venido escalando en los últimos años, y que no empezó con Obama, sino antes, siga el curso que ha venido exhibiendo. Ya lo veremos.

Twitter: @maurimm

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