Dos universos paralelos coexisten. En uno de ellos, el mundo nos parece estar al borde del colapso. En el otro, el conflicto armado y las muertes ocasionadas por éste, se encuentran en clara reducción. En el primero de esos universos hay largas filas en los controles de seguridad, se revisa las bolsas de los clientes que entran a las tiendas de París, se evacúa el aeropuerto de Nueva York a causa de algo que a alguien le sonó como un tiroteo. En ese universo hay cada vez más inestabilidad, más ataques terroristas, más personas obligadas a abandonar sus hogares. En el otro universo, las gráficas y los datos estadísticos, como los publicados en 2015 por Max Roser, un economista de Oxford, o por Steven Pinker de Harvard, demuestran que, tras 600 años de conflictos armados de distinta naturaleza, después de los años 80 y muy notablemente después del 2000, las caídas en las cifras de estos conflictos y en las muertes a causa de ellos, son brutales. Eso dicen los datos. Pinker incluso argumenta que la disminución en la conflictividad se debe al ascenso de la democracia, el capitalismo, la civilización industrial e instituciones internacionales como la ONU. Sea por esos motivos, o por las causas que sean, las cifras son contundentes. La pregunta es si acaso uno de esos dos universos es real y el otro falso, o si acaso es posible que ambos universos tengan sus razones de existir. Quizás la clave para entenderlo se encuentra en un factor: el miedo, o más específicamente en la retransmisión y contagio del miedo.
El artículo donde se publicó la gráfica de Roser se titula: “600 años de guerra y paz”, asumiendo que cuando no hay conflictos o muertes por conflictos armados, entonces se puede hablar de años de paz. Ese es uno de los malentendidos más importantes porque la paz no es únicamente la ausencia de guerra o violencia, sino muchas otras cosas. Entre otros temas, el miedo a la violencia no solo nos produce una “sensación” o “percepción” de falta de paz, sino que el miedo a la violencia es en sí mismo parte constitutiva de la falta de paz. La investigación ha demostrado que el miedo nos hace reaccionar de maneras peculiares. Cambiamos nuestras conductas. Sospechamos del vecino. Buscamos de dónde agarrarnos para reparar nuestra seguridad vulnerada. Cambiamos nuestras leyes. Apoyamos iniciativas o políticas de mano dura. Nos volvemos más intolerantes. Odiamos más y cometemos más crímenes por ello. A veces, también llevamos esa serie de sentimientos a otras tierras en donde buscamos vengar nuestro dolor, reproduciendo, no siempre sabiéndolo, los círculos de los que quisiéramos salir y no podemos. Así que, entender cómo o por qué se produce y reproduce el miedo que sentimos, resulta tan importante como entender en qué consiste la potencial reducción de los conflictos materiales. Por lo pronto, algunas claves:
Como se ha comentado en este espacio, el terrorismo es un fenómeno en aumento. Lo que pasa es que, a pesar de ese aumento, esa clase de violencia, normalmente produce bastantes menos muertes que otras violencias, aunque sí mucho miedo. De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo, hoy en día mueren alrededor de 13 veces más personas en distintos tipos de asesinatos que en ataques terroristas. Por supuesto que cada muerte es lamentable, y mucho más si se trata de víctimas inocentes. Sin embargo, las menos de 25,000 personas que murieron por terrorismo en 2013 o las 32,000 personas que murieron en 2014 (hasta donde llega el último índice) no son suficientes para figurar o resaltar en las gráficas y cartas de los analistas de Big-data cuando estas cifras son contrastadas con los millones de personas que murieron en los conflictos del siglo XX (o antes). Y, sin embargo, paz no es lo que sentimos cuando en solo unas semanas ocho atentados terroristas en muy distintos países se concatenan uno tras otro.
Esto se conecta directamente con el segundo factor que debemos considerar. Hoy en día, basta una pistola, o incluso un cuchillo o un machete y la presencia de un teléfono móvil, para provocar un pánico masivo que rebasa con mucho el espacio físico en el que el crimen es cometido. Es decir, la cuestión no está solo en los ataques de París, Bruselas, Orlando, Niza, Estambul o Bangladesh, o en la evacuación de un aeropuerto como el JFK, sino en los momentos de tensión masiva que se vive no solo en los sitios afectados, sino en decenas de países, a raíz de esos atentados, amenazas o sospechas. Esta tensión nos posiciona como víctimas en potencia. Sufrir en persona un ataque similar, se vuelve, en nuestra mente, una posibilidad real, pues hemos sido testigos indirectos -gracias a textos, imágenes y videos compartidos en tiempo real- de atentados, a veces cometidos en sitios muy lejanos a nosotros.
Solo cambie de escenario por un instante. Imagine que nos encontramos en una de las peores batallas de la Primera Guerra Mundial, o imagine que estamos viviendo el genocidio de Armenia o incluso uno más cercano en el tiempo, en Srebrenica o Ruanda. Imagine que en esas épocas hubiese existido la posibilidad de compartir videos de lo que estaba ocurriendo en tiempo real. Imagine el revuelo que se hubiese generado, las imágenes que seguramente habrían llegado a los medios tradicionales. Imagine la conmoción. Probablemente el impacto psicológico e incluso político de esos eventos hubiese tenido dimensiones y alcances muy distintos a los que tuvieron.
Pero no estamos en esos tiempos, sino en los nuestros. En estos tiempos, las guerras tradicionales han disminuido. La cantidad de conflictos armados que se viven en el planeta y las muertes ocasionadas por ellos es mucho menor que hace solo unas décadas. Es decir, cuantitativamente tendríamos razones para sentirnos en un mundo más pacífico. Y sin embargo no lo sentimos así. Porque, ya sea gracias a la difusión o estrategias comunicativas de los perpetradores, o simplemente porque la inmediatez y tecnologías de comunicación en la actualidad nos ponen en contacto con manifestaciones de violencia más rápida y profundamente que nunca -aunque estas sean menos en cantidad-, estamos experimentando saltos cualitativos dramáticos en cuanto a cómo vivimos esa violencia. Y como lo he dicho otras veces, no somos de palo.


Twitter: @maurimm

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