Amanecía la primavera del 2011. Mi Twitter corría a todo lo que daba. Las protestas en diversos países árabes ocupaban buena parte del tiempo de quienes nos dedicábamos a analizar aquellos temas y yo sentía que era indispensable compartir y comentar todo lo que pasaba, aportar mis primeras impresiones. Un buen día de marzo comencé a tuitear sobre Siria. Ahora era ahí donde iniciaban las protestas. Daraa. Recuerdo haber estado tuiteando sobre las primeras manifestaciones en esa ciudad cuando una cuenta irrumpió en mi TL para corregirme o rectificar algo que yo decía. Era Maruan Soto Antaki. “¿Qué era tuya Ikram?”, le pregunté. Y comenzamos a dialogar. Primero en Twitter. Dos meses después supimos llevar la conversación a un café. Su madre, siria. La mía, de Casablanca. Su familia de Antioquía, Alepo, Damasco. La mía marroquí, turca, griega, la de mi esposa también de Alepo. Él, árabe. Yo, judío. Los dos en esa mesa rodeados de muchos más siglos de convivencia que de conflicto. Y sí, también rodeados de relatos enfrentados, narrativas que hacían corto circuito. Ese café se convirtió en muchos cafés, en muchas tardes largas plagadas de reflexión, de preocupación, de emociones y vivencias compartidas. Mi relación personal con la mal llamada “Primavera Árabe” y concretamente con la guerra siria, está, por tanto, desde muy al inicio, llena de Maruan. Y supongo que la suya está llena de mí.

Tiempo después, me mandó Casa Damasco cuando apenas era un manuscrito en Word sin terminar. Quería mi opinión. La verdad es que al leerlo yo ya no estaba capacitado para dar un punto de vista como analista. En todo caso, yo no era otra cosa que un lector más, introduciéndome en su literatura, sumergiéndome en la difusa línea que planteaba entre la ficción y la realidad. A través de sus páginas yo solo viajaba a las calles de la capital siria de antes de la guerra, a las mesas donde alawitas, sunitas, cristianos y drusos jugaban juntos taule y bebían café. “Turco”, escribía Maruan. “Ahí el café siempre es turco”. Y claro, decía yo para mí, evocando mis propias cenas familiares. ¿Es que hay otro? Entendí que buena parte de ese relato hablaba de su propia vida. Me urgía saber quién era quién. Y, sobre todo, añoré, como él, que Siria regresara a ser la que algún día fue.

Ya antes de eso, Maruan me había enviado una carta que había publicado en su blog Historia de un Babuino. Al leer esa carta comprendí su capacidad narrativa. Hablábamos de los mismos temas, pero desde lugares muy diferentes. Yo analizaba, desmenuzaba, identificaba actores, objetivos, metas, estrategias. Detallaba los conflictos locales, regionales e internacionales. Maruan simplemente contaba historias y experiencias de su pasado, de su gente. Lo que para mí era un episodio histórico, para él había sido una discusión en casa. Leyéndolo aprendí que la realidad no puede entenderse si no es a través de las múltiples puertas y ventanas que la vida nos ofrece para acercárnosle.

Lo que habíamos establecido era una auténtica conversación. No solo entre el árabe y el judío que miran con profunda ansiedad y buscan aproximarse a algo que sucede en las tierras de donde proceden sus padres y abuelos. Sino entre el internacionalista y el escritor, entre el científico social y el narrador. Y es así como desde entonces, hasta su último libro, Pensar Medio Oriente, ese diálogo se ha intensificado. Un diálogo que es también entre el pesimista y el menos pesimista. “Mi pesimismo no es gratuito, se compone de realidad e imaginación”, dice Maruan en sus páginas, cosa que por supuesto, yo me tomo muy a pecho porque mi trabajo, mi esfuerzo cotidiano consiste en retar justo esa línea de pensamiento. Pero la verdad es que, si volteamos un segundo hacia Medio Oriente, vaya si sobran los motivos para el pesimismo. A Maruan esa realidad le consterna, y no lo esconde.

Maruan no pretende hacer un estudio académico, no busca comprender un Medio Oriente -que en sus palabras “no funciona”- desde la óptica del analista, el politólogo, el sociólogo o el internacionalista. Maruan busca aproximarse a la región intentando contarnos cómo es que él la ha vivido, abordando sus viajes, los relatos de su familia, sus hallazgos de documentos, de reliquias que fueron preciadas para sus ancestros. A través de ello y de su propia reflexión, intenta explorar temas que van desde el conflicto palestino-israelí, hasta la guerra siria, siempre distinguiendo entre lo árabe -empleando al lenguaje como eje ordenador-, lo musulmán, y lo extremista.

Cuando Maruan se introduce en los temas de terrorismo y el Daesh (el autonombrado “Estado Islámico”), mi diálogo con él se vuelve aún más intenso, no porque necesariamente pensemos de manera contraria, sino porque como dije, exploramos un mismo tema desde sitios diferentes. Maruan se mete con el odio y el miedo, pero no como psicólogo social, sino como el escritor que, al ir relatando sus historias, penetra en sus personajes y los comprende como nadie. Maruan se toma al terrorismo de manera personal, pensando como sirio, como un ser humano quien, dentro toda la tragedia que le rodea, ha visto a su familia deshacerse o huir.

Y ya en lo más acalorado de nuestro diálogo, Maruan reproduce una entrevista de su madre, Ikram, con Arafat. “Hoy me toca leer a tu madre con Arafat”, le escribo por Whatsapp. “Mis fantasmas enfrentan el reto. Porque estudio el conflicto y la paz, y mi razón combate todo el tiempo a los fantasmas de todos. Pero los míos, ahí ocultos, también existen. Arafat no deja de ser la representación del ‘otro’ en los cuentos, relatos y canciones que canté una vida entera”. Así, leo: “Abu Amar, dicen que sueñas mucho…” No transcurre un minuto cuando Maruan me responde: “Me sacaste una de esas sonrisas que aparecen poco…por favor, cuando termines, sigue a las siguientes páginas; intento discutir con ellos”. Y es que esa frase es la que describe el libro. Maruan procura aportar elementos para conversar un tema del que muchos tenemos ya las categorías prestablecidas y busca que, con ayuda de esos elementos, entendamos que la necesidad de pensar Medio Oriente no se limita a quienes viven en esa región, ni a las víctimas que directamente han sufrido la tragedia que en ella se ha gestado a lo largo de las últimas décadas.

Posiblemente, algún día, la vida nos regale a Maruan y a mí, la oportunidad de llevar nuestra inagotable conversación a algún café en las calles de Damasco o Jerusalem. Porque ahí en nuestros cafés, en medio de su documentado pesimismo y de nuestras diferencias conceptuales, es que nuestros pequeños mundos, al menos, encuentran un poco de alivio.

Twitter: @maurimm

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