Al momento de este escrito, solo sabemos que hubo un desplome de un avión de Egypt Air a 37 mil pies de altura en ruta de París al Cairo, mientras éste se acercaba a territorio egipcio. Sabemos que un accidente a esa altura no es imposible, pero sí poco probable; que tanto autoridades egipcias como francesas y griegas indican que probablemente se trataría de un atentado terrorista, sin que nada de ello pueda confirmarse. Por eso, no dejamos de encontrarnos en el terreno de la especulación. Sin embargo, debido a los antecedentes recientes de terrorismo en Egipto, los cuales incluyen, entre otros, un ataque a un avión ruso en octubre del año pasado, y debido al entorno que se vive en Europa tras los ataques de París y más recientemente Bruselas, el desplome del avión egipcio está ya operando, al menos en la esfera psicológica, tal y como si se tratase de un atentado terrorista, incluso antes de su confirmación. Así que, independientemente de todo, vale la pena entender cómo es que a las ciudades de París y Cairo las conectan no solamente vuelos y transacciones turísticas sino otro tipo de lazos.

Muchos análisis se están enfocando sobre todo en el aspecto táctico de un potencial atentado. Hay quienes explican, por ejemplo, que un atacante suicida pudo hacerse explotar desde el interior de la aeronave. Para ello, se dice, el atacante pudo haber utilizado el material que sí está permitido subir a los aviones y con éste, fabricar un explosivo casero de suficiente capacidad como para hacer daño al aparato. Si esto se llegase a confirmar, por cierto, son malas noticias para viajeros frecuentes, puesto que las restricciones de seguridad podrían incrementarse –incluso más- a partir de eventos como este. Otros reportes hacen referencia a los sitios en donde el avión estuvo antes de París –Eritrea y Túnez- y refieren la posibilidad de que las condiciones de seguridad en esos países hubiesen sido violadas. La realidad es que solo después de un tiempo en el que permitamos a las investigaciones fluir, nos enteraremos mejor acerca de la naturaleza de este desplome. Mientras tanto, sin embargo, hay un número de elementos que podemos extraer. Comparto algunos.

Primero, si hoy se habla de la alta posibilidad de que este sea un atentado, es porque tanto en Egipto como en Francia, operan grupos o células terroristas, muchas de ellas vinculadas a ISIS o “Estado Islámico”.

Segundo, estas células o grupos muestran los principales riesgos que ISIS representa como red transnacional, no solamente para los países en donde se concentra el corazón de sus operaciones –Siria e Irak (países en donde, dicho sea de paso, los ataques terroristas perpetrados por esta organización son nota cotidiana)- sino dentro de una esfera mucho más amplia. Se trata de la expansión de ISIS como idea, como marca y/o como aspiración. El grupo egipcio Ansar Bayt Al Maqdis surge en 2011. Originalmente manifestaba su lealtad a Al Qaeda. No es sino a partir de la ruptura entre ISIS y Al Qaeda y la posterior fundación de un Califato en Irak y Siria, que la mayoría de miembros de Ansar Bayt Al Maqdis deciden abandonar su lealtad anterior, y establecer vínculos con la nueva organización de moda, aquella que les proyecta poder y eficacia: ISIS. Nace así la autodenominada “Provincia del Sinaí del Estado Islámico”. Lo que sucede en Francia no es demasiado diferente. Una gran parte de jihadistas que anteriormente manifestaban lealtad a Al Qaeda han venido transfiriendo su lealtad hacia ISIS y hoy se consideran parte de la red.

Tercero, si bien estos grupos y células normalmente operaban de manera separada e independiente –y ese era justo el énfasis que colocábamos en nuestros análisis hasta hace un tiempo- desde hace algunos meses estamos apreciando un nivel mucho más alto en cuanto a los vínculos operativos que las distintas ramas de la red están exhibiendo. Por ejemplo, Boko Haram, hoy parte de ISIS, está compartiendo tanto armas como combatientes con la rama libia de ISIS. El caso de la filial egipcia de ISIS, arriba mencionada, es también de resaltar. Desde el 2015, se aprecia un mucho más elevado grado de planeación y coordinación en los ataques que perpetra esta agrupación, lo que refleja los vínculos en términos de entrenamiento, tácticas e incluso armamento, entre ISIS-matriz y dicha filial. Del mismo modo, los atentados de París y Bruselas son difíciles de imaginar sin el manejo de explosivos que solo combatientes entrenados pudieron haber ejecutado. Hoy sabemos que muchos de esos atacantes recibieron capacitación de ISIS en Siria.

Cuarto, los puntos anteriores automáticamente implican que contener y revertir el avance de ISIS en Irak y Siria es algo necesario, pero a todas luces insuficiente. Hace falta entender al terrorismo como uno de los fenómenos transnacionales más complejos de nuestra era y desagregar sus múltiples componentes. Si buscamos las conexiones París-Cairo, primero se requiere comprender una dinámica muy propia de Egipto, vinculada a la Primavera Árabe, al derrocamiento de Morsi, al encarcelamiento y represión a la Hermandad Musulmana. Luego, es necesario considerar otra serie de dinámicas muy diferentes, más propias de sociedades europeas como la francesa y la belga –mucho más relacionadas con la marginación y exclusión que imperan en comunidades de descendientes de migrantes, así como la autopercepción que muchos ciudadanos de estas comunidades tienen de sus condiciones- que terminan alimentando de jihadistas a las células locales. Y luego, analizar cómo es que todas esas muy diferentes dinámicas se terminan conectando; mucho más en un mundo como el de hoy.

Las circunstancias que prevalecen en Siria e Irak, muy particulares de cada uno de cada uno de esos dos países, terminan atrayendo, por razones diversas, a jihadistas que proceden de otros sitios lejanos como Túnez, Francia, Bélgica, Rusia o Egipto. De manera paralela, ISIS se exporta como idea y penetra en grupos y células de sitios distantes como Libia, Afganistán, Bangladesh o Nigeria, grupos que emergen a raíz de factores distintos, normalmente relacionadas con condiciones locales que incluso pueden preexistir al ISIS que hoy conocemos. Lo que está pasando es que ISIS consigue aglutinar a todos esos muy diferentes componentes dentro de una misma causa, una misma red, y de manera cada vez más eficaz, dentro de operaciones coordinadas (esto, independientemente de lo que arrojen las investigaciones del avión de Egypt Air, pues por el momento, todas las hipótesis, incluida la de un atacante solitario, caben).

Esto nos lleva a dos conclusiones complicadas pero necesarias de afrontar:

1)     La labor colaborativa de inteligencia entre distintos países va a tener que ser mucho más eficaz de lo que lo ha sido en los últimos meses. Los combatientes de ISIS no solo están encontrando nuevas formas para ir a la vanguardia y esquivar el cerco tecnológico que las agencias de seguridad han impuesto, sino que han sido capaces de detectar y aprovechar los huecos existentes debido a las muy distintas formas de operar de las agencias de inteligencia de cada país.

2)     Así como el terrorismo es un fenómeno complejo –multicausal, multifactorial, multidireccional, entretejido- del mismo modo las estrategias de corto, mediano y largo plazo para combatirle tendrán que ser así, complejas. El combate a ISIS en Siria e Irak es uno, y deberá pasar no solo por la contención y reducción de las capacidades del ISIS que opera en esos países, sino por la pacificación de raíz de ambos conflictos, el sirio y el iraquí. En cambio, el combate al ISIS de Libia o de Egipto, es otro, y conlleva estrategias muy distintas a las que se pueden aplicar en otras partes como Afganistán, Bangladesh, París o Bruselas.

Lamentablemente hay que hacer todo eso de manera integrada y al mismo tiempo, independientemente de si el desplome del avión de Egypt Air fue o no fue un atentado terrorista.

Analista internacional.

@maurimm

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