30 de julio, Día Mundial
contra la Trata de Personas

De acuerdo con la ONU, 67 por ciento de las víctimas de trata de personas son mujeres y niñas, y 33 por ciento hombres y niños.

Hace 11 años, dos de cada 10 víctimas eran niñas y niños; hace siete años la proporción subió a 3, y actualmente es de cuatro de cada 10.

Crece la ignominiosa demanda.

Todo en la trata es grave y vergonzoso: el exorbitante número de víctimas, las enormes ganancias ilegales, el secuestro violento y prolongado de la libertad, la imposición ventajosa de una voluntad sobre otra, la humillación, el terror.

Y puede llegar a ser más oprobioso e indignante, como cuando sabemos que cada vez hay más niñas, niños y adolescentes en sus redes, o cuando reconocemos que en gran medida la trata está “naturalizada” y es, en consecuencia, tolerada cultural y socialmente.

No es sólo que criminales sin escrúpulos equiparen a seres humanos con mercancía, sino que personas que se ven a sí mismas con indulgencia demanden, sostengan y alienten la oferta.

Como en cualquier mercado legal o ilegal, sin consumidores no hay negocio.

Puede parecer ingenuo reflexionar en torno al determinante papel que desempeñan los consumidores para que la trata exista y se expanda. Pero es indispensable hacerlo para que quienes se asumen inocentes se reconozcan responsables.

En los testimonios de las víctimas de trata sexual que revelan el pavoroso número de hombres con los que son obligadas a estar en una sola jornada, se encuentran, invisibles y a la vez concretos, precisamente esos consumidores, que luego se mostrarán incapaces de aceptar que son ellos los instigadores de más engaño, violencia y esclavitud.

El último eslabón asegura la rentabilidad del sometimiento. Paga, y al hacerlo enriquece al tratante. Con ninguna cantidad podría pagarle a la víctima su sufrimiento; le alcanza sólo para pagarle al explotador por sus servicios, es decir, el reclutamiento, el traslado, la retención y la humillación de personas para que pueda ir al supermercado de la esclavitud a consumir sin culpa.

Si en muchos casos a las víctimas se les dificulta reconocerse como tales, son más los consumidores que ni remotamente se identifican como promotores de la trata. Más que ingenuidad, es negación. Más que ignorancia es autoengaño. Saben bien que no es que se compre lo que hay en el mercado; es que ese mercado existe porque hay quien compra.

Millones de víctimas de trata no son noticia porque se han convertido en tragedia cotidiana. Y mientras haya esclavistas, incluyendo consumidores, seguirá habiendo esclavitud.

La trata está arraigada en todos los países, más allá de sus rezagos o de su desarrollo. Origen, tránsito o destino, las modernas naciones son tolerantes al abuso. Hay una diferencia, sin embargo: los países pobres pueden llegar a ser de origen, tránsito y destino; los industrializados suelen serlo sólo de destino. Importadores de víctimas, suelen regañar a los países que se las suministran. Es la falsa decencia que se internacionaliza para purificarse en el discurso.

Una vez acrisolada la conciencia, desde Estados Unidos principalmente, pero también de Canadá y Europa, arriban a los puertos o a las fronteras de México, por ejemplo, consumidores de turismo sexual infantil. El negocio se cierra a costa de cientos o miles de vidas.

En la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se incluyen los siguientes objetivos: poner fin a la trata y la violencia contra niñas y niños, aplicar medidas contra la trata en general, y acabar con todas las formas de violencia y explotación en contra de niñas y mujeres.

Procede una alerta, sin embargo: de no realizarse un esfuerzo consistente y un trabajo eficaz por parte de organismos internacionales, gobiernos y sociedades, al paso de los años estos objetivos pueden llegar a convertirse, y es amargo decirlo, en enormes fracasos o, en el mejor de los supuestos, en renovadas y siempre ilusorias utopías.

Especialista en derechos humanos
y secretario general de la Cámara
de Diputados. @mfarahg

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