El presidente Peña Nieto cree que con buena vibra se arreglarán los problemas de México. Lo ha dicho y no como ocurrencia de banqueta, sino en serio, en mensaje leído en teleprompter: “Depende realmente de la buena vibra, de la energía que proyectemos y del México que concibamos en nuestras mentes; ese México que está en sus mentes, que está en sus corazones”. El presidente exhorta a dejar atrás el pesimismo: “porque realmente es así, en este pensamiento, en esta energía que podamos proyectar es como estaremos invocando lo que queremos para nuestra nación”.

Algo parecido le ocurrió a don Francisco I. Madero, a quien también se le vino el mundo encima al darse cuenta de que no podía domar al tigre que despertó la Revolución. En una carta aconsejaba a su hermano Raúl: “Ten pues una poca de energía y vencerás y harás que tu espíritu sacuda para siempre las cadenas de la materia, y que, una vez conquistada su libertad, tienda el vuelo por el espacio con su mirada de águila, comprenda mejor el mecanismo que rige a las sociedades, se dé mejor cuenta del conjunto de la obra a emprender y aprecie mejor los detalles”.

Las dificultades para ser optimistas —que más quisiéramos— son muchas. Si sólo se pudieran mencionar dos impedimentos para ello, diría que internamente es la corrupción y externamente es Trump. Estados Unidos vuelve a ser un problema para México. Lo ha sido a lo largo de la historia con desencuentros, con invasiones y guerras, con perdidas de vidas y de nuestro territorio. Pero no todo es desgracia con el vecino. También hemos contado con solidaridad. El ahora tambaleante pacto comercial (TLC) es un ejemplo.

En la historia, sin el apoyo de Abraham Lincoln, impulsado por las gestiones del embajador Matías Romero, jamás hubiera don Benito Juárez derrotado al imperio de Maximiliano y restaurado la República. Es un hecho que Trump despertó el odio y la animadversión hacia México y los mexicanos. La reacción en el país fue despertar el antiyanqui que cada mexicano lleva dentro de su corazón, para utilizar la cardio referencia presidencial. No obstante, un muy amplio sector de la sociedad estadounidense quiere, admira y conoce México. Por nuestra parte la cifra es elocuente: 12 millones de mexicanos decidimos vivir en ese país.

Los ejemplos de solidaridad estadounidense con México son incontables. Cuando el Congreso de Estados Unidos ratificó la guerra contra México, Abraham Lincoln, entonces integrante de la Cámara de Representantes votó en contra. Además, un celebre intelectual, Henry David Thoreau, puso en práctica la teoría de la desobediencia civil de la cual fue fundador. Thoreau se negó a pagar impuestos por considerar que la guerra contra México era injusta, imperialista y con el objeto de expandir los dominios esclavistas. Thoreau fue por esa razón a la cárcel. Su ejemplo de resistencia pacífica lo siguieron nada menos que Mahatma Gandhi frente al imperio británico y Martin Luther King frente a los supremacistas blancos, los padres de quienes ganaron ahora la elección presidencial.

Lo que sigue en la relación de México con Estados Unidos es una confrontación. No habrá la anhelada buena voluntad de los vecinos. Las palabras mexicanas en las discusiones podrán ser diplomáticas, amables y emanadas del corazón, con buena vibra, pero si así se presentan toparán con un muro de incomprensión y prepotencia. En el arte de la guerra Sun Tzu aconseja que el comandante debe tener como cualidades sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina. Nunca habla del corazón, ni de las buenas vibras. El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar. Sólo se logrará con coraje y disciplina. Si la razón está de nuestro lado hagámosla valer.

Cuando se inicie el intercambio valdrá la pena recordar la frase del abogado Joseph Welch cuando enfrentó en el Congreso a Joseph MCCarthy durante la persecución comunista: “Have you no sense of decency”. Palabras exactamente aplicables al caso.

Investigador nacional (SNI).
@ DrMarioMelgarA

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