Moisés Naim, en su libro El fin del Poder, nos habla en el capítulo titulado “El poder se degrada” que urge “replantear los partidos (políticos), modernizar sus métodos, transformar su organización y sus actividades puede reforzar su atractivo y hacer que sean más dignos de las sociedades que desean gobernar…podrían incluso convertirse en laboratorios más eficaces de la innovación política. Solo cuando restablezcamos la confianza en nuestro sistema político y, por tanto demos a nuestros dirigentes la capacidad de contener la degradación del poder y les permitamos tomar decisiones difíciles y evitar la paralización, podremos abordar los retos más acuciantes. Y para eso necesitamos partidos políticos más fuertes, más modernos y más democráticos, que estimulen y faciliten la participación”.

Nos dice Naim que el poder se está degradando y que esto está transformando al mundo. Sostiene que este fenómeno se debe a las tres revoluciones que definen nuestro tiempo: la revolución del “más”, que se caracteriza por la abundancia o el deseo de más de todo; la revolución de la movilidad que sostiene que hoy no sólo hay más de todo, sino que ese más se mueve más que nunca o llega a todas partes; y la revolución de la mentalidad que refleja grandes cambios de modos de pensar, expectativas y aspiraciones, donde la población joven y la clase media son fuente posible de inestabilidad política.

Estas tres revoluciones han generado en la actualidad una sociedad más aspiracional con expectativas crecientes, que desafía más al poder y es más difícil de controlar, y las personas y la información son más móviles que nunca.

Naim propone que los objetivos políticos de nuestra época deberían ser: restablecer la confianza en la clase política y los gobiernos, reinventar los partidos políticos, encontrar nuevas vías para que los ciudadanos comunes puedan participar de verdad en los procesos políticos, crear nuevos mecanismos de gobernabilidad real, limitar las peores consecuencias de los controles y contrapesos, y al mismo tiempo, evitar la concentración excesiva de poder, y aumentar la capacidad de los grupos de interés y los países de abordar conjuntamente los problemas nacionales o globales según sea el caso.

Próximamente renovarán sus dirigencias los tres principales partidos políticos del país (PRI, PAN y PRD). Lo lamentable es que es sólo una renovación de dirigentes, no una renovación de los partidos como lo demanda la sociedad. Lo triste es que en el perfil de los aspirantes no se ve la gente que pueda impulsar una renovación como la que propone Naim ante la evidente degradación del poder en México.

Todos sabemos que los partidos políticos deberían servir de enlace entre la gente y el gobierno. Desgraciadamente en México no es así. Los partidos se ensimismaron y le dieron la espalda a la sociedad, y consensuaron que la corrupción no es la característica desagradable del sistema de partidos, sino es el sistema. Para ello acordaron que podían disponer de las funciones públicas como si fueran propiedad privada. Llegaron al consenso sobre las prerrogativas del poder: que el poder sea el mejor negocio de México, pero para ello requiere garantía de impunidad. Y se pactó también.

Sabemos que un poder que no está controlado, que no rinde cuentas y carece de contrapesos es peligroso e inaceptable. Hoy, la sociedad mexicana pide a gritos la rescisión del contrato del sistema político que sostiene la idea de que las funciones públicas son propiedad privada y que nuestros políticos no tienen que responder por sus actos.

La degradación del poder crea un terreno fértil para los demagogos, por lo que es urgente restablecer la confianza en el gobierno, los partidos y la clase política, y para ello la adaptación de los partidos políticos al siglo XXI es una prioridad.

Empresario.

@ClouthierManuel

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