Mal comienza el 2017, la frase de cajón “feliz Año Nuevo” suena hueca y para muchos hasta insultante.

El enojo acumulado congestiona las redes sociales, hay ira en el ambiente y a pesar de la temporada vacacional se registran brotes de protesta ciudadana en distintos puntos del país.

La pésima e irresponsable gestión de los aumentos a los combustibles, popularmente conocida como el “gasolinazo”, si no fue la gota que derramó el vaso de la tolerancia de los mexicanos, con este que sin lugar a dudas es uno de los peores gobiernos federales que ha sufrido el país, sí la coloca en límites muy peligrosos.

La crispación de estos días no permite una discusión serena sobre el origen y la pertinencia del aumento en los precios de la gasolina y el diesel. Nadie escucha ni quiere escuchar explicaciones técnicas. Son tiempos de emoción no de razón. Como bien lo ha definido el diccionario Oxford al acuñar y registrar el significado del neologismo posverdad: “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Bien sabía este nefasto gobierno que la baja en los precios internacionales del petróleo, aunada a la devaluación del peso —no por el efecto Trump, sino por el irresponsable manejo de las finanzas públicas, el aumento criminal del déficit fiscal y la deuda— iban a impactar severamente el precio de los combustibles y derramar efectos inflacionarios en la economía.

Bien sabía este estulto gobierno federal que las condiciones económicas de las familias mexicanas se van a deteriorar gravemente por el efecto de estos hechos internos y externos.

A pesar de ello no preparó una estrategia para que el daño fuera menor, no hizo previsiones administrativas, ni dispuso medidas de control en la distribución de la gasolina para evitar la especulación, no se anticipó a los acontecimientos con una adecuada comunicación social para orientar a la población y amortiguar el golpe.

Nada hizo; dejó que el desorden, los rumores, los abusos, la corrupción, la confusión, el desabasto, las compras de pánico arrollaran y lastimaran ferozmente a los mexicanos; así, con retraso y contra las cuerdas, intentó dar explicaciones y salir del paso.

Este gobierno federal no sabe ser gobierno. Dejó que la población se las arreglara como pudiera en los días de Navidad y principios del año.

Y ahora viene lo peor: ¿cómo va a calmar a los exaltados que llaman a la resistencia civil casi violenta contra el mal gobierno?, ¿de qué forma va a frenar la creciente ola de voces que claman por la renuncia de Peña Nieto?, mismo que observa desde las playas de Mazatlán y el green de los campos de golf el incendio del ánimo popular?

En las altas esferas tal vez calculan que bastarán un meloso mensaje de Año Nuevo desde Los Pinos, en tono optimista, cargado de cifras oficiales maquilladas, para transformar la irritación y los abucheos en aplausos.

Puede ser que también sepan que esto sólo será echarle más gasolina al incendio y ya preparan un paquete de populismo electorero para escapar del desastre que ya se otea en el horizonte en este 2017 y para 2018.

Pero si incurren en ese nuevo crimen para conservar el poder, con un salto al vacío, como lo han hecho los gobiernos priístas desde Echeverría hasta Salinas, a costa de hundir al país en la ruina, cavarán su propia tumba, esta vez caerán ellos y todo el sistema político, ya de por sí deslegitimado y en proceso de descomposición.

Qué debe hacer entonces el gobierno? La única salida constructiva que le queda es realizar un acto supremo de rectificación. Debe bajar los impuestos a los combustibles y reducir, de verdad, el gasto público. Eliminar las cuantiosos ramos presupuestarios orientados a sacar dividendos electorales, cortar de tajo los paraísos de corrupción, moches de todo rango en la obra pública, cancelar los grandes negocios del sexenio a través de proyectos faraónicos en infraestructura y cerrar la llave de transferencias millonarias a gobiernos estatales, incondicionales y manirrotos que las dilapidan en dispensar pan y circo a las masas a través de conciertos y espectáculos para apaciguar momentáneamente la ira popular, como Eruviel en el Estado de México y Mancera en la antes llamada D. F.

El gobierno, la clase política de todos los colores , en suma el sistema político en su conjunto, se han colocado en una encrucijada histórica. Lo único que los puede salvar es un mea culpa: se depura y se sacrifican o de todos modos los ciudadanos los echarán a la calle y los liquidarán. Se acabó el tiempo.

Analista político.

@L_FBravoMena

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