En este día la tradición cristiana celebra el nacimiento de Jesús, el Mesías. La mente de millones de personas se dirige hacia Belén, población de Palestina en donde lo sitúan las crónicas evangélicas.

A partir de la narración del acontecimiento, así como de la descripción sobre el paisaje y las condiciones del lugar proporcionadas por Lucas y Mateo, se realiza el montaje de “nacimientos” o “belenes” en los hogares, iglesias y en algunas plazas públicas. Tal forma de evocación ha sido alimentada durante siglos por la costumbre iniciada por Francisco de Asís hace ochocientos años, de reproducir en vivo o a través de las más variadas técnicas artísticas y artesanales las escenas de la Navidad. Así, por la fe y la imaginación, esta noche nos transportamos a Belén.

Tengo entre los recuerdos más hermosos de mi niñez el empeño anual de mi padre para edificar el nacimiento en un pasillo de la casa. En el mercado del pueblo, Silao, comprábamos ramas de encino y romero, heno y musgo. En la vendimia adquiríamos alguna figurilla de barro; pastores, borregos y aves de corral. Todo ese material decorativo se unía al de los años anteriores para enriquecer el elenco cuyas piezas centrales eran “el misterio”: el divino niño, María y José. Al espacio de la casa donde se colocaba lo envolvía un aroma inconfundible, propio de la época en la que se asociaba un sentimiento de alegría suscitado por la mezcla de varias causas festivas: las vacaciones de la escuela, las posadas, la convivencia con tíos y primos, los regalos, la ropa que estrenábamos por la temporada y la gran comida del clan familiar paterno al día siguiente de la noche buena.

A Belén, siempre alojado en los pliegues de mi memoria, llegué con Tere, mi esposa, en los últimos días de enero de 2008. En un vehículo que conducía un palestino cristiano cruzamos el muro de hormigón que separa a Israel de Cisjordania, nos revisaron en el check point y tras un breve trayecto llegamos a la Basílica de la Natividad. Ahí cruzamos otra frontera significativa: del catolicismo romano a la ortodoxia griega. La edificación impacta por su significado sacro y el carácter del rito que la rige, pero también por la incuria en sus columnas, mosaicos y artesonados. Pregunté por la causa de tal descuido, se me dijo que así lo determina la comunidad religiosa que la administra. Han rechazado ofrecimientos internacionales y aun del mismo Vaticano para su restauración. Quizá la explicación de esa conducta no sea absurda y tenga fundamento en el sentido de austeridad y pobreza que el propio nacimiento de Jesús proclama. Tal vez los ministros ortodoxos piensan innecesario embellecer lo que fue un establo y un pesebre dignificados por Dios mismo. Por lo demás, la historia ratificó esa condición; la primera Basílica se construyó en tiempos del emperador Constantino y pasó por mil avatares: derruida, vuelta a levantar, transformada y disputada entre latinos, bizantinos, musulmanes y otomanos. Ahora mismo sigue en una zona de conflicto violento.

Estuve en otro espacio de mis añoranzas: el campo de los pastores. Desde el siglo II la comunidad cristiana reconoció las cuevas del lugar como sitios del relato navideño. Por su breve cañada en cuyo fondo siguen transitando rebaños de ovejas y cabras. Conserva la composición física descrita en el anuncio por el ángel a los pastores del nacimiento del redentor.

Belén de Judá, solar davídico, a quien el profeta campesino Miqueas, defensor de la identidad de su pueblo (siglo VIII. A.C.), llamara “la menor” y le prometiera el privilegio su recuerdo por la distinción de ser cuna del liderazgo redentor, sigue fiel a su destino.

@LF_BravoMena.

Ex embajador de México ante la Santa Sede

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