En pleno periodo navideño resulta ingrato someter al lector a un análisis político crudo como el que habitualmente figura en este espacio quincenal. 2016 ha sido un año particularmente importante para la vida y la conciencia nacionales. Buena parte de los supuestos optimistas que los diferentes actores del sistema político tenían, se ha resquebrajado.

Empecemos por el llamado consenso de Washington que ha dejado de ser un elemento generador de certidumbre para convertirse en una fuente de confusión. El coro de los globalifóbicos impugnadores del libre comercio que, desde Seattle hasta las montañas de América del Sur, consideraban un patrimonio de la izquierda, hoy es el más sólido de los argumentos de la derecha nacionalista que gana las elecciones de Estados Unidos. Percibo una amargura en esa izquierda que denunciaba el libre comercio como un diseño imperial para saquear a los países del tercer mundo de sus riquezas y convertirlos en productores de manufacturas. Esa izquierda antiglobal ahora tiene que desmarcarse de ese discurso de Trump que enarbola el nacionalismo económico y el papel del Estado para retener empleos en un territorio determinado. Es algo así como si después de 30 años de matrimonio terminas dando la razón a tu suegra de que en realidad no eras un buen partido para su hija.

Si las empresas globales empiezan a coquetear con los estados nacionales (incluido Estados Unidos) es probable que entremos al periodo más amplio de protección indebida (a través de privilegios fiscales y política comercial) que reforzará a los que hoy ya tienen control del mercado y desplazarán a cada vez más productores de otros países. El discurso nacionalista que tanto gustaba en América Latina ahora se vuelve en nuestra contra de una manera agresiva y probablemente alentará la segregación no sólo de las comunidades latinas que viven en Estados Unidos, sino de las empresas y productores de esta región que quieran ingresar al mercado americano.

Ese consenso que tenía vigencia desde los 90 hoy está en entredicho. Está también en cuestión el discurso gubernamental reformista que aseguraba que si México mantenía estabilidad macroeconómica y al mismo tiempo conseguía liberarse de ataduras burocráticas que impedían la competencia y el libre flujo de inversiones, el país tendría un crecimiento acelerado. Se ha completado en el más impresionante ciclo de reformas de los últimos años y la mayor parte de ellas orientada al mercado y sin embargo, no hemos tenido más que crecimientos inerciales, muy parecidos a los que teníamos antes de la reformas. Por lo tanto, política y económicamente, ese universo de reformas liberales ha dejado de tener sentido práctico en un escenario que requiere de respuestas diferentes.

No hay manera de eludir los desafíos del año que viene y ya no quedan flechas en el carcaj de las reformas constitucionales para explicar lo que este país podría ser y no es. Hace falta que con el nuevo año se renueve esto que algunos llamaban el pensamiento único. Las ideas que dominaban al mundo desde los años 90 han sido sepultadas, no por la izquierda impugnadora o populista, si no por una derecha nacionalista intransigente que no alcanza a percatarse de que en los ciclos de apertura no siempre ganan los mismos. ¡Feliz año!

Analista político.

@leonardocurzio

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