El petróleo representa un recurso estratégico que México no ha aprovechado como tal. Durante décadas se ha utilizado como mecanismo de financiamiento de un gasto de gobierno que tiene escaso efecto en el crecimiento económico y el desarrollo social del país.

El acervo de riqueza petrolera no fue convertido en infraestructura, capital humano o ahorro financiero. La mayor parte se dirigió a gasto público corriente poco efectivo, a mantener una estructura sindical y burocrática llena de prebendas a cargo del erario, para tratar de resarcir las deficiencias del modelo económico y para mitigar los errores cometidos en la administración de las finanzas públicas, entre ellos los vinculados a la corrupción.

Además, el esquema fiscal que se aplica a Pemex no permitiría la sobrevivencia financiera de ninguna empresa, no importa si el precio del petróleo rebasa los 100 dólares por barril o cae por debajo de los 10, en cualquier escenario la hoy llamada empresa productiva del Estado ha enfrentado problemas para mantener finanzas sanas.

En el manejo de la riqueza petrolera se ha cometido un error histórico que ya cobra facturas sociales y económicas. En sólo 40 años pasamos de una directriz que afirmó “debemos prepararnos para administrar la abundancia” a una que anuncia el final del oro negro.

Lamentablemente, en esas cuatro décadas la única constante es que la sociedad mexicana ha vivido un profundo periodo de estancamiento económico, crisis recurrentes y empobrecimiento.

El anuncio de que se termina la riqueza petrolera no permite prever que el futuro será más próspero, pareciera el preludio a una época de austeridad fiscal.

¿En dónde ha quedado la riqueza de un país petrolero que hoy debe importar 65% de las gasolinas que consume y que hoy debe pagar más por algo que debería estar a su alcance a precios bajos?

No es una duda menor, y de ello da cuenta la información histórica de Pemex. En 1999 México contaba con 58.2 mil millones de barriles de petróleo en su reserva total, al final del sexenio de Vicente Fox habían caído a sólo 45.4 mil millones.

Al inicio de la actual administración sumaban 44.5 mil millones y
la cifra disponible para enero de 2015 las ubicó en únicamente 37.4 mil millones.

La sobre explotación del recurso para paliar los desequilibrios de las finanzas públicas, la contracción de la inversión y la ausencia de una política de innovación tecnológica propia propiciaron la caída en las reservas. Pero hay algo más importante: nos convirtieron en un país que depende de la inversión y tecnología foránea para obtener un recurso propio. Cuarenta años no bastaron para convertirnos en un país líder en este sector.

Hay algo evidente: a ese ritmo México agotará sus recursos en poco más de dos décadas por lo que la administración de la riqueza disponible se vuelve aún más estratégica.

Los 37.4 mil millones de barriles reportados, a 42 dólares cada uno, siguen representando más del PIB de México. Es evidente que son un atractivo para cualquier inversionista privado. Lo relevante aquí es preguntarse cómo se utilizará dicho recurso. Sin lugar a dudas que la fórmula utilizada hasta ahora no es válida, no obstante eso no implica que lo contenido en la reforma energética lo sea.

Si la explotación de la riqueza petrolera no propicia desarrollo industrial, en función de derivados más baratos y de mayor calidad, en donde el objetivo sea crear nuevos diferenciales productivos, el cambio aplicado no será en beneficio de la sociedad mexicana.

Hoy Campeche, Tabasco y Veracruz conocen en carne propia lo que representa apostar todo a un sector sin crear otras fuentes de generación de riqueza. Si de acuerdo a la afirmación del Gobernador del Banco de México el aumento en las gasolinas fue producto de la reforma energética, es claro que habrá que crear otro esquema para que eso no siga ocurriendo.

El error de hace 40 años fue utilizar los recursos energéticos para financiar el gasto público. El problema de hoy es que la lógica de reforma energética sigue siendo de finanzas públicas no de crecimiento y desarrollo económico para México.

Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

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