A muchos preocupa la fragmentación del voto que pueda darse en 2018, al grado de que quien gane la Presidencia lo haga por un porcentaje mínimo, que podría ser incluso menor a 30%. Eso podría compensarse con la segunda vuelta, pero los partidos (salvo el PAN) se oponen a ella, pues creen que pudiendo ganar la primera ronda, perderían irremisiblemente la segunda. Eso ha sido parcialmente compensado con la dinámica del “voto útil”, donde varios de los partidarios de quien se posiciona más abajo del segundo lugar deciden votar estratégicamente para evitar que su peor opción gane. Es algo parecido a una “segunda ronda en una sola vuelta”. Ocurrió en 1994 en cierta medida, y más claramente en 2000 y 2006. En 2012 las cosas no fueron tan claras; la candidata panista cayó al tercer sitio en parte por las pésimas cuentas entregadas por Felipe Calderón (sobre todo en materia de seguridad) pero también porque el presidente le cobró la factura de no hacerse a un lado en favor de su favorito, Ernesto Cordero. Para los votantes panistas el voto útil hubiera, pues, implicado sufragar por Peña Nieto o por AMLO. Ninguna de las dos opciones les resultaron atractivas, y se mantuvieron con un voto de conciencia partidaria a favor de Josefina Vázquez.

Pero la fragmentación del voto puede también tener otro efecto; una mayor probabilidad de que el candidato del PRI, sea quien sea, gane (o casi) a partir de su sólido voto duro en una amplia coalición que seguramente incluirá al PVEM, Panal, quizá PT y quizá Encuentro Social. Ese consorcio partidario puede muy bien obtener 40% de voto más o menos garantizado (como ocurrió en las federales del año pasado). De ahí la propuesta de que, por ejemplo, haya sólo un candidato independiente; y de ahí también que muchos en la izquierda clamen por hacer una amplia coalición anti-PRI (sea con Morena o con el PAN).

Es lo que de alguna forma estamos viendo en Chihuahua, que podría ser laboratorio en ese sentido. Ahí no hubo alianza PAN-PRD (pues en el momento de pactar éstas no había propuestas concretas en Chihuahua), además de haber un candidato sin partido, José Luis Barraza, con lo cual se le abren grandes posibilidades al PRI, pese a la ineficacia, corrupción y abusos del gobierno saliente. De ahí que en el PRD, los llamados Galileos (Guadalupe Acosta Naranjo) hayan criticado la no coalición con el PAN, y propongan hacerla de facto a favor de Javier Corral, quien ocupa el segundo lugar en las encuestas. Dicen los Galileos que es contradictorio que se apoyen candidatos ex priístas (como Miguel Ángel Yunes en Veracruz y José Guadarrama en Hidalgo, de trayectorias harto cuestionables) y no se apoye a alguien como Javier Corral, panista de cepa que ha mostrado congruencia entre sus dichos y hechos, además de haber adoptado posturas compatibles con la izquierda (fue uno de los dos únicos panistas que públicamente se opusieron al desafuero de López Obrador en 2005, por considerarlo tramposo y antidemocrático). Agustín Basave ha insistido en compactar las candidaturas para evitar los triunfos del PRI, y respecto a Chihuahua dice que “si hay un acuerdo y los órganos del partido deciden ir en esa alianza de facto, con el mejor posicionado, qué bueno” (5/abril). Pero no es su decisión, sino de otros órganos.

Y por otro lado se plantea que entre los candidatos opositores haya un acuerdo para declinar a favor de quien esté mejor posicionado, sea Barraza o Corral, pues la división de votos entre ellos favorecerá el triunfo del PRI. Si el candidato del PRD y Barraza declinaran a favor de Corral (asumiendo que se mantenga en segundo sitio) las probabilidades de una nueva alternancia en Chihuahua serían muy buenas. De lo contrario, el triunfo del PRI es casi automático. Pero muchos perredistas (con un ex panista como candidato) se oponen a aliarse de facto a Corral; y Barraza ha dicho que no declinará. De mantenerse en su macho, le harán un gran servicio al PRI y al impresentable gobernador saliente de Chihuahua. Nadie sabe para quién trabaja.

Profesor del CIDE

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