Cambios de mentalidad. Quizás lo único indiscutible en el México y en el mundo de hoy es un cambio profundo de mentalidades, actitudes y comportamientos respecto de los poderes, políticos, religiosos, empresariales, incluyendo los medios de comunicación. Están bajo fuego las instituciones de la democracia representativa, los partidos y la ley . Y desde esa óptica de descrédito y fragmentación de las estructuras de poder habría que ver las elecciones estatales de este domingo, y las de 2018, así como las mudanzas en medios de comunicación, como las anunciadas por Televisa.

Ni siquiera en la década de la transición del sistema de partido dominante al sistema de partidos competitivos y alternancia del poder (1990-2000), cambiaron tanto el sistema de creencias sobre la autoridad. Tampoco en la docena panista (2000-2012) se presentaron mutaciones como las que hoy vivimos. Pero fue en aquel par de decenios (1990-2012) en que se gestaron estas transformaciones, con efectos que hoy pueden considerarse deseables o indeseables, pero que entonces parecían inevitables e inaplazables.

Desde los primeros noventas, en efecto, empezaron a ceder algunos de los pilares de la época de la centralización del poder subsistentes hasta la década de los ochenta, con sus correspondientes mentalidades proclives a la inmovilidad impuesta durante las décadas del partido ‘casi único’. De aquella centralización del poder a toda prueba hasta el inicio del sexenio de Carlos Salinas, el pilar del control de buena parte de la economía a través de más de un millar de empresas estatales y la dependencia del Banco Central al Ejecutivo, fue derribado por el ciclo de privatizaciones y el otorgamiento de la autonomía del Banco de México. El pilar del monopolio del poder político, a través del partido del presidente en turno, fue, primero resquebrajado y, después, abatido, con la creación del IFE y sus subsiguientes transformaciones.

Creencias. Indisociable del pilar anterior, el pilar del monopolio gubernamental del establecimiento de la agenda de la conversación y la discusión públicas, a través de diversos mecanismos de subordinación de los medios, ha ido cayendo por las reformas que garantizan acceso a los medios a todos los partidos, a la vez que restringen dicho acceso a los mensajes del Ejecutivo.

Ya en el sexenio de Ernesto Zedillo, el manejo político y mediático de la catástrofe originada en el llamado ‘error de diciembre’ condujo a la demolición de la imagen de su antecesor y de su legado reformador. Y esto marcó el inicio del cambio profundo del sistema de creencias, primero, sobre el sistema político hasta entonces dominante, y más tarde, sobre toda autoridad. Los presidentes de la alternancia panista arriban en esas condiciones, agravadas por la fragmentación del poder, el apoderamiento de zonas del Estado por poderes fácticos empresariales y sindicales, con Vicente Fox, y por la toma de partes del territorio nacional y de aparatos políticos y policiales por las bandas criminales, con Felipe Calderón.

Cambio de época. México es de los pocos países en que un cambio de sistema político no conllevó cambios en sus sistema de medios de comunicación. Los cambios en este campo llegaron en la presidencia de Enrique Peña, con las reformas en telecomunicaciones y radiodifusión.

Pero no nos llamemos a sorpresa. Las elecciones del domingo expresarán con mayor fuerza las nuevas mentalidades, actitudes y comportamientos respecto de los poderes, los partidos y los actores. No habrá indulgencia. Y si bien los cambios anunciados por Televisa para después de las elecciones, acusan recibo explícitamente de que “las audiencias han modificado su manera de informarse y exigen nuevos productos y formas de recibir y analizar las noticias”, además de que “demandan más compromiso, apertura y transparencia de sus medios de comunicación”, serán los sinodales exigentes de esas audiencias las que calificarán el cumplimiento de sus propósitos de cambio. Es un cambio de época.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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