Lo que pagamos de impuestos y cómo se destinan a través del gasto público son dos caras de la misma moneda de la hacienda pública. Somos contribuyentes para ser beneficiarios de bienes y servicios públicos que faciliten la vida a ciudadanos e impulsen las actividades productivas. Cómo se integran los distintos ingresos del gobierno y cómo éstos se destinan a servicios personales, materiales y suministros, pago de servicios e inversión para integrar y darle vida programas y proyectos, se conoce como el peso fiscal. De esta forma se conceptualiza el binomio de impuestos y gasto público.

Resulta que el peso fiscal está estrenando una nueva cara. Es el anverso de la moneda que corresponde a la composición de los ingresos. Tiene una nueva cara por dos razones: una, por voluntad del Ejecutivo federal y la aprobación del Congreso de la Unión, y la otra como consecuencia del mercado petrolero internacional. A toro pasado, el peso fiscal visto por la cara de los ingresos para 2015 es muy diferente al de 2012, y completamente distinto al de 2008.

En 2008, año en el que los precios internacionales del petróleo alcanzaron su nivel más alto, 44.2 centavos de cada peso que entraron a la Tesorería de la Federación, sin considerar el endeudamiento, provino de los ingresos petroleros. En 2010 éstos se redujeron a 30.8 centavos para volver a subir a 37.6 centavos en 2012. Sin embargo, después del desplome de la cotización de los hidrocarburos en 2014 y la reforma fiscal de 2013, el peso fiscal de 2015 ya fue totalmente distinto.

El año pasado sólo 12.5 centavos de cada peso que entró a las arcas públicas, correspondieron a los ingresos por derechos de hidrocarburos. Esto significa para efectos prácticos que las finanzas públicas ya se “despetrolizaron”, y por el otro lado, que los ingresos tributarios provenientes de la suma del ISR, IVA, IEPS y los otros gravámenes, representaron por primera vez en varias décadas 74.2 centavos de cada peso que ingresó al erario federal durante 2015.

Por primera vez en décadas, la recaudación federal de impuestos después de descontar las participaciones (16.9 centavos de cada peso de gasto), que es lo que corresponde por la Ley de Coordinación Fiscal a las entidades federativas y municipios, superó la suma del costo de la operación del gobierno federal, el costo financiero de la deuda, más la inversión física y financiera. Esto es algo que no tiene precedente. Lo que no alcanzó a cubrirse con impuestos fue el monto de lo que se clasifica como subsidios y transferencias.

Este hito en las finanzas públicas no significa que ya se pueden dar por satisfechas las autoridades. Por el contrario, el camino todavía es largo. Falta transformar al déficit primario en superávit, esto es que el resultado de restar a los ingresos todos los gastos excluyendo los del costo financiero se vuelva positivo. Y falta mejorar la productividad del gasto público. Sin embargo, así como se logró tener una nueva cara del peso fiscal por el lado de los ingresos, ahora necesitamos pensar en la nueva cara por el lado del gasto. ¿Cuál es el desafío? El gran problema de la hacienda pública consiste en que durante los últimos 15 años la composición del gasto se ha transformado radicalmente.

Ahora tenemos un gasto público más rico en subsidios y transferencias y más pobre en lo que destinamos a cubrir el costo relacionado con la operación e infraestructura para proveer bienes y prestar servicios. Sigue aumentando lo que se destina de los ingresos a cubrir subsidios y transferencias a través de una pléyade de programas “sociales”. De ahí que la reingeniería del gasto público tiene dentro de sus principales oportunidades reorientar más recursos a programas y proyectos que tengan una incidencia probada en la demanda agregada y en el crecimiento económico, la reducción de la pobreza y disminución de la desigualdad.

Este es el debate que debería darse en el Congreso de la Unión al aprobar el presupuesto de egresos. No hacerlo tiene una consecuencia: al gasto público habrá que clasificarlo entre el que es estéril y el que es de verdad productivo para crecer y reducir pobreza. El debate no está entre gasto corriente e inversión, está entre el gasto destinado a incrementar y mejorar la calidad de los bienes y servicios públicos y el que está condenado a la esterilidad fiscal. Habrá que exigirlo.

Consulte en la siguiente liga  gráficos con los pesos fiscales del ingreso y  del gasto de años recientes

Economista. @jchavezpresa

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