Hacia finales de 1914, dos divisiones de la British Expedition Force se encargaron de cavar tres sistemas de trincheras en el nordeste de Londres. También la geografía del continente europeo empezaba a transformarse porque se excavaban trincheras que importaban más que un agüero.

En esas construcciones estratégicas, recordaba Ernst Jünger en El teniente Sturm, convivían “catedráticos y sopladores de vidrio que se dirigían juntos a los puestos de escucha; vagabundos, electrotécnicos y bachilleres reunidos en una patrulla; peluqueros y labriegos agazapados todos juntos en las galerías subterráneas; soldados que transportan material, que excavan trincheras y que reparten comida; oficiales y suboficiales susurrando en oscuros rincones de la trinchera: todos ellos formaban una gran familia que no se entendía mejor ni peor que todas las demás familias”.

A veces, “alguno también desaparecía de pronto: casco, mochila y fúsil quedaban tirados en un rincón, abandonados como la cubierta protectora, rota y abandonada de la crisálida. Al cabo de días o semanas lo volvían a traer; la policía militar lo había detenido en una estación o en una taberna. Venía después del consejo de guerra”. A veces, “cuando uno de ellos caía en combate, los otros se reunían en torno a su cadáver, sus miradas se encontraban, sombrías y profundas.”

A pesar de los combates tenaces con una duración que parecía infinita, de los lanzallamas, de los gases venenosos, de los ataques aéreos, de los caídos –en la primera batalla del Yser los belgas sufrieron 20,000 bajas, los franceses perdieron 50,000 hombres, los británicos 58,000 y los alemanes 130,000—, no se obtenían resultados estratégicos, los ejércitos parecían detenidos en sus trincheras, en las que los reclutas morían incesantemente.

En 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial, David Stevenson recuerda que en aquellos años la palabra “guerra” se volvió una alusión común. En Gran Bretaña, “no era llamado simplemente ‘the war’ (‘la guerra’), el conflicto recibía el nombre de ‘the great war’ (‘la gran guerra’) en clara evocación a las antiguas guerras napoleónicas, mientras que en Francia solían referirse a él como la ‘guerre’ o ‘la grand guerre’. Expresiones como ‘the World War’ o ‘guerre mondiale’; esto es, ‘guerra mundial’, comenzaron a utilizarse normalmente sólo a partir de la década de 1930. En Alemania, en cambio, ‘Weltkrieg’ (‘guerra mundial’) fue el término preferido, pues los líderes de Berlín entendían que estaban combatiendo por una hegemonía mundial y que sus enemigos se dedicaban a concentrar contra ellos los recursos que les proporcionaban sus imperios. Los estadounidenses también empezaron a hablar de ‘guerra mundial’ (en vez de ‘guerra europea’) cuando se vieron arrastrados a intervenir en ella, y en 1917 prácticamente todas las partes más grandes y poderosas de la tierra ya participaban en el conflicto”.

Sin embargo, entre los nombres en los que se cifra esa guerra que transformó las ideas bélicas y marcó atrozmente el comienzo de una nueva época, hay una que parece más que un recuerdo, un símbolo y un homenaje: Verdún.

Como se ha reconocido recientemente en una ceremonia en la que participaron la canciller de Alemania, Angela Merkel, y el presidente de Francia, François Hollande, hace cien años, allí se sostuvo la batalla más prolongada de la Primera Guerra Mundial. Duró casi un año. No era la primera vez que esa ciudad que los romanos consideraban estratégicamente muy importante, padecía los desastres de la guerra. Luego de resistir largamente, en 1870 terminó por rendirse a los prusianos, y había sido destruida por las invasiones de los bárbaros.

Ernst Jünger no estuvo en esa batalla porque se encontraba destacado en otro combate significativo en el Somme, pero el 24 de junio de 1979, invitado por el maire para conmemorar la Gran Batalla, sostuvo una alocución que comenzaba: “Me inclino ante los caídos”.

El maire deseaba que se convirtiera en la Capitale de la Paix y Jünger creía que estaba llamada a serlo. Recordaba que sólo había estado en esa ciudad una vez, cuando huyó de la escuela para alistarse en la Legión Extranjera francesa, por lo que había portado los dos uniformes: el alemán y el francés.

Lamentaba que “casi a diario oímos hablar de un avance de la reducción de la realidad a cifras, a convertirla
en números”, y que los humanos aprendamos poco
de la historia. “Si pensamos en los conflictos que hoy nos agobian, la cuestión que se plantea es la siguiente:
¿no deberíamos empezar, ahora de manera planetaria, por el lugar al que nos han llevado tantos rodeos, tantos sacrificios?”

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