La discriminación en México se ha vuelto cada vez más visible en los últimos años. Sin embargo, cuando el mes pasado Inegi publicó los resultados de su reciente Módulo de Movilidad Social Intergeneracional quedó de manifiesto que aún nos negamos a reconocer la exclusión que se vincula al tono de piel de las personas. Como evidenciaron las diferentes reacciones al estudio, México aún no acepta la existencia del racismo.

En nuestro país, la discriminación racista es parte de una discusión histórica pendiente. Múltiples debates se han gestado en la academia sobre este fenómeno; por ejemplo, la invalidez del término “raza” como categoría de análisis, o las maneras en que se manifiesta esta forma de discriminación. No obstante, estos asuntos no se han colocado como un tema público. El estudio de Inegi es de gran relevancia, por ser el primero en su tipo generado por la institución pública encargada de producir estadísticas oficiales.

El racismo es un fenómeno estructural que tiene diversas manifestaciones, las cuales van más allá del tono de piel. Involucran también el fenotipo y el genotipo de las personas, la pertenencia étnica, la nacionalidad o su adscripción cultural. Aunque el módulo de Inegi no recoge esas otras dimensiones, sí expone el vínculo entre el tono de piel de las personas —que por sí solo no sería relevante— con sus oportunidades en ámbitos como la educación y el empleo. De allí se deriva que la discriminación racista en nuestro país influye directamente en la vida de las personas.

Inegi muestra, por ejemplo, que sólo 4.9% de quienes dicen tener el tono de piel más oscuro poseen también educación universitaria, comparado con más de un cuarto (28.8%) de quienes señalan tener el tono de piel más claro. Al mismo tiempo, la mayoría de quienes declaran tener un tono de piel claro trabaja en actividades de alta cualificación, mientras que la mayor parte de quienes reportan el tono de piel más oscuro se desempeñan en la agricultura, la ganadería, la pesca y la caza.

Es importante insitir que el racismo trasciende estas correlaciones con el tono de piel: se trata de un fenómeno más complejo que debemos estudiar con más detenimiento. En última instancia, el racismo es una forma de dominación, donde un grupo social ejerce poder sobre otro a partir de un conjunto de ideas y creencias basadas en la pertenencia étnica, cultural, el origen nacional o el color de piel, a través de las cuales se busca justificar la supuesta superioridad de unos sobre otros. Este fenómeno es grave porque se traduce en prácticas de exclusión, subordinación, marginación, segregación y hasta violencia.

Además de ser socialmente injustas, éstas y otras formas de discriminación nos cuestan como sociedad. Truncan planes de vida individuales, refuerzan las desigualdades sociales, generan encono y actúan en detrimento del crecimiento y el desarrollo nacional.

Erradicar el racismo no es sólo un imperativo moral y legal, sino también económico y social. Ante la urgencia de soluciones, es de celebrar que la ciudadanía y las instituciones del Estado —particularmente aquellas que generan estadísticas oficiales— participen de esta misión. Los distintos esfuerzos para producir información de calidad y contrarrestar el racismo son bienvenidos. Por ello, es necesario convocar a todas las instituciones involucradas, a la academia y a la sociedad civil a un amplio debate sobre cómo interpretar las brechas que han comenzado a develarse, así como a discutir sobre los instrumentos más idóneos para estudiar el fenómeno del racismo en México.

Coordinador de Asesores del Conapred

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