Esta semana se cumplieron nueve años de la presentación del dispositivo que cambió, nos guste o no, la manera en la que nos comunicamos. Nueve años del primer iPhone y con él, el inicio de la era de los teléfonos inteligentes en los que, irónicamente, la función menos importante de éstos sea la de un teléfono. En esa primera década de los 2 miles, la segunda mitad sobre todo, a la par del nacimiento del teléfono inteligente, se dieron de manera independiente una serie de eventos en los mundos del hardware y del software que han transformado, literalmente, nuestro mundo, nació la cultura de la interconexión; por un lado, Facebook estaba dejando de ser la red social interna de los alumnos de Harvard para abrirse paso primero a India y después a Alemania e Israel —todavía en un espíritu “universitario”— hasta ser hoy un país virtual con una población que equivale a, más o menos, una séptima parte del total de humanos que habitamos el mundo; Twitter, en 2008, tenía una plantilla de 18 personas, que se cuadruplicó al año siguiente, y que generaba en aquel año algunos dólares en ganancias, hoy ingresan más de 2 mil millones de dólares anuales. YouTube, fundado por tres exempleados de Paypal en 2005, catapultado un año después por Google, fue creado como un sitio de citas en el que los usuarios subirían videos de sí mismos para establecer contactos; hoy más de tres cuartas partes de los videos que se ven en el mundo están alojados en sus servidores. Flickr, el primer gran servicio de almacenaje de fotos lanzado en 2004, fue originalmente un servicio parte de un juego en línea; más de 600 millones de fotos son subidas en el transcurso de un año; después vendrían opciones más sociales, siendo Instagram la más conocida.

Fuera de Instagram, que nació ya entrada la era de las tecnologías de la información y la comunicación, las otras se gestaron sin prever la simbiosis con aquel primer smartphone y sus herederos —que alcanzaron la madurez hace apenas cuatro o cinco años—, una simbiosis que, con todo y la visión de Steve Jobs, no pudo haber imaginado el fundador de Apple. El iPhone quería romper esquemas, sobre todo con la implementación de una pantalla táctil totalmente funcional —lo que Palm no pudo hacer— y algunas aplicaciones orientadas principalmente a la música y la navegación por Internet.

En menos de 10 años —réstele algunos en el caso de nuestro país— en ese hardware y a través de ese software pasa todo nuestro mundo. En México no fue por medio de la radio, la televisión o los medios impresos por los que la mayoría de nosotros nos enteramos, por poner un ejemplo, de la recaptura de El Chapo; 45% lo hicimos a través de las redes sociales, la mayoría de ese porcentaje lo vieron en un teléfono celular.

Y aunque personajes como el sociólogo Zygmunt Bauman  consideren a las redes sociales y los dispositivos inteligentes como una trampa, y a los movimientos sociales que nacen y se desarrollan a través de una aplicación para celular como activismo de sillón que, según dice, no pueden hacer una diferencia, lo cierto es que en la realidad pasa lo contrario; un hashtag puede traer la renuncia de un funcionario público del primer o tercer mundo, o puede derrocar regímenes eternos. ¿Se imaginó Steve Jobs todo lo que traería la presentación de su teléfono aquella tarde de enero de 2007?

@Lacevos

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